10. Xica /versus/ Korin.

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Capítulo 10: Xica /versus/ Korin.

Ambientación: Libro Tierra.

—¿Qué haces aquí?

Bumi no tuvo respuesta, otra vez. Korin permaneció calmado y quieto, como una estatua, con una mirada vacía que lograba causarle una ligera incomodidad incluso a alguien como el viejo rey de Omashu. 

—Has estado ahí parado buen rato, pareces una estatua rara ¡jajaja!

Korin se preguntaba por qué el viejo demente-como en su mente lo denominaba-continuaba de esa forma. Prisionero en una jaula de metal, de la cual le sería imposible huir si no fuera porque los idiotas de los soldados que se encargaron de su encierro no se aseguraron de no dejarle tanta movilidad a su cabeza y cuello. Quizás su observación no tenía sentido para ellos, los soldados libres, pero para Korin, que había sido arrastrado a pelear donde sea que fuera Zhao, y que gracias a eso había visto el potencial de los maestros tierra, suponer que uno de los mejores maestros no aprovecharía la más mínima oportunidad para liberarse le parecía ridículo.

Pero ahí estaba ese viejo, riéndose a carcajadas de quién sabe qué, pero aún prisionero en su jaula.  

—Está usted loco, viejo...—masculló Korin, llamando la atención de Bumi, quien disminuyó sus risas hasta quedársele mirando con genuina curiosidad. Nunca lo había escuchado hablar, ni lo había visto hacer nada que no se le fuera ordenado, por lo que a pesar de que sus palabras lo impulsaban a reír, Bumi se contuvo, expectante—¿El avatar es su amigo, no? Porque estoy casi seguro...de que vino a verlo a usted.

—¿Amigo?¿Verme?¡Claro que no!—contestó Bumi con seguridad, haciendo un gesto con la cabeza que a Korin le indicó que mentía descaradamente. El esclavo resopló—A mí no me viene a ver nadie...a ti si.

Bumi intuyó, por el pequeño salto en los ojos de Korin, que su expresión bajo la máscara había cambiado. El muchacho despertó de su contemplación analítica hacia el viejo rey prisionero, y fue nuevamente consciente sobre el silencio que reinaba la ciudad asediada. Todos los soldados libres, felices de que la temible Azula se hubiese marchado, y aprovechando la ciudad vacía, se reunieron en un lugar lejos de la prisión a beber y dar rienda suelta a sus placeres, mientras que Korin había sido enviado a vigilar al único prisionero que les quedaba. En ese sitio, a penas oía el silbar del viento, el suave y casi imperceptible crepitar de las llamas de las antorchas, y junto a eso, un leve paso, casi inexistente en el sonido pero muy real para Korin.

—Viejo loco, arruinó su factor sorpresa.—masculló Sokka llevando una mano a su frente, oculto tras una columna junto a su hermana, quien le tapó la boca de inmediato. Aang, desde la otra columna frente a ellos, contuvo la respiración cuando oyó el sonido de una espada siendo desenvainada.

—¿Tú no deberías estar con tu señora Ojos Rotos?—inquirió Korin, observando a Xica a través del reflejo de su espada. Su figura se apreciaba perfectamente, iluminada por las antorchas y con su sombra proyectada hacia él.

—No suenas sorprendido de que no lo esté, Flecha Blanca.—respondió Xica, posando su mano en el mango de su espada, con sus dedos firmes presionando el bronce. Korin subió apenas la punta de su labio, volteándose hacia ella tranquilamente, haciendo que Sokka y Katara tuvieran su corazón en un puño. Ya habían visto lo que era capaz de hacer un esclavo con un arma en mano y, aún peor, usando sus manos como un arma.

—¿Alguien lo estaría?—preguntó Korin irónicamente, ladeando su cabeza suavemente para apartar unos centímetros aquel mechón blanco que caía sobre uno de sus ojos. Xica sabía que lo hizo para observarla muy detalladamente—Después de todo, ¿no está la traición en nuestra sangre?

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