Capítulo 18

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Aeolus traslada a Clara sobre su espalda y con su gran velocidad, llegan en un momento a una zona muy apartada en el Jardín.

Cuando están ahí suben por un camino a una colina. Arriba solo estaba un árbol frondoso de flores amarillas que brillaban con la luz del sol. Aeolus se acerca y toca su tronco, luego se inclina para tocar la tierra y las raíces.

— Clara, aquí se encuentra Dan – Decía el Guardián sin quitar la vista del suelo que tocaba.

— Dan, ¿es un árbol? – Pregunta Clara sorprendida.

— No Clara — reía — Dan está bajo de este árbol, esta es su tumba. Él era un humano al igual que tú... él era mi hijo.

Clara se sorprende y tiernamente se inclina y posa las manos en la tierra al igual que Aeolus.

— Hola, Dan, soy Clara, me alegra conocerte.

Aeolus se sienta bajo la sombra del árbol y apoya la espalda en el tronco. Clara lo sigue y se sienta a su lado.

— ¿Desde cuánto que está muerto? – preguntaba Clara.

— Hace más de 700 años

Clara se sobresalta al escuchar aquello y lo mira sorprendida.

— Y... ¿Cuántos años tienes?

Aeolus se echa a reír a carcajadas por la expresión de asombro de ella.

— Al ser un inmortal, tengo muchos años, tantos como para seguir contándolos. He visto nacer a todos los animales del Jardín, incluso a Jadurus. Los animales a diferencia mía pueden perecer por enfermedades, pero nunca por vejez. En mi caso, yo solo puedo morir si un Dios o semidiós provocan mi muerte. Siempre he sabido cómo vivir como un semidiós, pero sé poco de vivir como un humano. Es por eso que cuando nace mi naturaleza humana, es solo cuando otro humano está cerca de mí, así que de cierta manera soy como un niño y sigo aprendiendo. La primera vez que fui humano, fue cuando conocí a Dan.

Clara estaba intrigada, esta es la primera vez que escuchaba una historia de su pasado que realmente fuera significativa y quería saber más.

— Por favor, quiero escuchar esa historia.

Aeolus comienza a recordar y suspira

— Hace aproximadamente 700 años, había unos bandidos y cazadores sin escrúpulos, fueron los más insistentes en tratar de conseguir cosas del Jardín, de lo que yo haya visto en todos mis años de Guardián. Eran insistentes y cada vez trataban de buscar distintas formas de lograrlo, prácticamente todos los días tenían nuevas artimañas, creaban objetos o trampas que no resultaban, también trataron de atacarme, pero era inútil. Luego comenzaron a enviar jovencitos o niños que no tenían familias, ya que, si morían, nadie los extrañaría. Uno de los tantos niños que enviaron, fue un pequeño que apenas sabía cómo caminar. Ellos querían ver si le daba muerte, así que lo arrojaron dentro del Jardín, pero alguien tan pequeño no tiene aura de maldad y los bandidos se dieron cuenta de ello. Desde ahí le comenzaron a enseñar cómo llevar cosas del lugar. Yo no podía hacer nada, ya que era un indefenso. Cuando no quería seguir las órdenes por ser muy pequeño, ellos lo maltrataban, lo golpeaban o le daban fuertes sacudidas, así que un día cuando el pequeño decidió entrar un poco más al interior del Jardín, lo tomé y me lo llevé. Estaba muy sucio y mal nutrido, le di leche con jarabe de árbol, tragaba muy rápido, se notaba que tenía hambre, limpié su cara y decidí dejarlo en el centro de Zartia, para que algún humano se lo llevara y le diera un hogar, muy lejos de esos hombres que lo utilizaban.

Aeolus relata cómo en Zartia las horas pasaban, pero nadie veía a ese niño, él lloraba, estaba asustado, los pobladores lo miraban, pero no hacían nada, alguno lo empujaba para alejarlo de sus tiendas, ya que incomodaba. Durante la noche Aeolus lo seguía observando, pero seguía gimiendo, estaba orinado y defecado, lo que hacía que en esa condición fuera indeseable. Había empezado a llover y él se quedó en las calles, nadie lo ayudaría y solo moriría.

— No sabía cómo cuidar de otro humano, y menos de uno tan pequeño — seguía relatando Aeolus — pero seguía diciéndome que ese no era mi problema. Esa noche no podía dormir, así que fui a ver si estaba el niño en la calle, si alguien se lo había llevado o si murió, pero ahí seguía, abrazando sus piernas y temblando de frío, y mi primer sentimiento humano nació, "la compasión", así que fui por él.

Desde ese día, lo llamo Dan. Para Aeolus, no fue tan difícil hacer las acciones por él, ya que, en su poca conciencia, Dan se lo agradecía por no abandonarlo y fue buen niño, comía lo que Aeolus le diera y avisaba cuando se orinaba o defecaba, pero aprendió rápido a hacer esas necesidades en otro lugar que no fuera su ropa.

— Después de estar con él, sin darme cuenta, me alegraban sus primeros logros, sus primeras palabras o tan solo de poder salir de la cabaña para orinar, y sobre todo, ver en sus ojos que me decían que yo lo era todo para él y me transmitía su amor. Después de eso, comencé a sentir lástima por aquellos que mi espada daba muerte, veía en ellos a Dan, pero no podía abandonar mi misión por esos sentimientos y fue el momento en que decidí cortarlos en varias partes, para no ver quiénes eran. Dan seguía creciendo y por esa vez en mi vida, no me sentía solo, mi existencia comenzó a ser divertida, a tener responsabilidades muy distintas y sobre todo, que ese niño me estaba enseñando a sentir por primera vez que era el amor.

El Jardín de la InocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora