Capítulo 46

422 66 0
                                        

Felicia y la Señora Ana se encontraban realizando bordados mientras hablaban alegremente de la llegada de Guardián.

— Nunca pensé que el Guardián sería de esa manera – decía Felicia, dando puntadas a la tela — es tan dulce con la Señorita Verónica, se nota que la ama de verdad.

— Has percibido que él, emanaba un delicioso aroma, entre frutas y flores – comentaba Ana.

— Sí, creí que era mi imaginación. La señorita en un comienzo también tenía ese olor. Creo que ese es el perfume del Jardín de la Inocencia.

— Estoy feliz que al menos nos ganáramos su confianza, así no perderemos a Verónica y ella podrá visitarnos nuevamente.

— Me gustaría tener un amor como ese, alguien que no le importe quien soy, solo me quiera...

— Para eso deberías tener nuevamente confianza en los hombres. Lo que te pasó, no determina quién eres, y tú siempre serás más de la familia que una criada.

— Gracias señora – Felicia mira por la ventana, ya que algo capta su atención — Señora, don Roberto, ha llegado...

Ambas se levantan de sus asientos y, según lo planeado, Ana se dirige a la biblioteca y Felicia a encontrarse con Roberto, explicando que no se encuentran en casa.

La madre de Verónica ingresa rápidamente a la Biblioteca donde se encontraba el matrimonio recostado en el sofá, acariciando a su futuro hijo y cierra nuevamente la puerta tras ella.

Clara mira sobresaltada a su madre.

— ¿Qué ha pasado?

— Es Roberto, solo me estoy ocultando aquí para que Felicia pueda despacharlo y crea que ambas no estamos en casa.

—Y ¿Por qué se ocultan? ¿Lo hacen para que yo no me encuentre con él? – pregunta Aeolus

— Aeolus, tú y él tienen personalidades fuertes, sería mejor que no se vean para que no tengan un conflicto – respondía Clara

— No crearé un conflicto, siempre que me respete, te respete a ti y a nuestro hijo.

— Se entiende Aeolus, pero sería muy incómodo para todos y prefiero que Verónica no pase por preocupaciones innecesarias – intervenía Ana.

— Por favor Aeolus, solo quiero estar en paz y disfrutar de nuestro momento – suplicaba Clara.

— Si es lo que tú quieres, así lo haré. Pero quiero que sepas que yo no iniciaré nada, pero tampoco dejaré que pasen sobre mí.

Felicia regresó a la biblioteca, había logrado despachar a Roberto dándole una excusa convincente, pero ya sabían lo testarudo que era y sería mejor que Felicia se quede afuera y la madre de Verónica en la biblioteca.

Ya pasaron 2 horas desde la inesperada visita de Roberto. En la biblioteca se merendó sopas y pastas, además de tener charlas bastante confortables, dando un ambiente relajado y agradable, lo que duro poco, puesto que, nuevamente, los problemas retornaban y podían escuchar afuera de la puerta lo que estaba ocurriendo.

— Niña ¿Dónde está Verónica y Ana? —pregunta malhumorado el señor Delinne — ellas no salieron a ningún lado, te exigió que me digan dónde están.

—Señor, no lo sé, solo me dijeron que saldrían. Yo asumo que fueron donde el médico – respondía rápidamente Felicia

— Yo fui hasta ahí y él dijo que ya pasó muy temprano en la mañana a visitarla – le increpa Roberto

— Nos estás ocultando algo. ¿Dónde están y con quién están? – continuaba bufando el señor Delinne.

— Señor, le aseguro que no lo sé

— No te creo, ustedes siempre tienen secreto... esto te va a pesar Felicia

— Nadie las ha visto salir de la casa, así que tienen que estar aquí. Es mejor que busquemos por las habitaciones – proponía Roberto

— Buena idea... — responde Delinne

Las mujeres en la biblioteca sabían que esto era malo, tarde o temprano descubrirán que estaban ahí. Ninguna temía por Aeolus, temían por aquellos hombres que les estaban buscando. Pronto alguien trataba de abrir la puerta de la biblioteca.

— Señor Delinne, está puerta tiene cerrojo – informaba Roberto

El padre de Clara trata de abrirla sin éxito.

— Niña, abre la puerta — le exige Jorge a Felicia

— Señor, yo no tengo la llave

— Maldición niña, una tunda debería darte...

El señor Delinne aleja a su despacho y regresa un manojo de llaves.

Las dos mujeres que estaban al interior de la biblioteca, comienzan a entrar en pánico, sabían que no le podrían pedir al Guardián que se ocultase, eso sería una ofensa para él, pero este se veía apacible e inmutable, como si no percibiera lo que ocurría afuera.

Luego de unos minutos de jugar con las llaves, una dio vuelta la manilla, la puerta se abrió, e ingreso rápidamente Roberto y el Señor Delinne. Ambos se sorprenden al ver al extraño hombre que mantenía abrazada a Verónica

— ¿Quién eres tú? ¿Por qué están ocultos aquí? – preguntaba casi a gritos Roberto.

Rápidamente Ana se aproxima a los hombres que ingresaron a la biblioteca.

— Roberto, Jorge, por favor salgamos, yo se los puedo explicar, todo esto fue mi idea.

— Vine a visitar a mi esposa y mi hijo – contesta Aeolus con un tono altanero.

La cara de Jorge Delinne cambia de asombro a indignación.

— Eres el Bastardo, como te atreves a venir a mi casa y presentarte después de lo que le has hecho a mi hija

Ana trata de detenerlo, puesto que su marido estaba furioso y se estaba acercando al guardián.

— Por favor contrólate, todo se puede conversar, pero de manera tranquila

Roberto, furioso al ver a aquel hombre que le quitó una parte de su vida, deseaba vengarse y ahora lo tenía de frente y no oculto tras el jardín.

— Tiene razón el Señor Delinne, descaradamente vienes después de robarte a su hija a esperas que te reciban con los brazos abiertos.

— Y acaso tú, me dirás a mí, ¿lo que puedo o no hacer? – respondía Aeolus de forma amenazante

— Por supuesto que sí. Solo le has causado dolor a sus padres, manipulas a su hija y la traes aquí para que le den servicios médicos como si fueran tus sirvientes.

Aeolus sonríe de manera sarcástica y se pone de pie.

— Qué patético humano, tratas de demostrar tu buena voluntad para ocultar tus verdaderas intenciones.

— Ya basta Roberto – interviene Clara — quiero que trates con respeto a mi esposo, él no tiene por qué darte explicaciones y tú no tienes que ser grosero como lo eres

— Quiero que se vaya de mi casa, no quiero verte nuevamente por aquí – responde el padre de Clara encolerizado.

— Verónica, que no entiendes que se aprovechó de tu debilidad – comenta Roberto a Clara — él no es una buena persona, solo quiere hacer su voluntad... mira a cuantos inocentes ha matado sin ver a quién en el Jardín, estás en peligro, ¡abre los ojos Verónica!

Al escuchar esto, Aeolus comienza a reír de manera desafiante

— Humano, que insignificante y débil eres, sacas excusas burdas para que Clara se fije en tu pequeña persona, pero la verdad es que ella es mía y tú solo puedes vernos desde la distancia, porque ella no te ama, nunca te amará y te olvido tan rápido, porque nunca te amó... tú nunca serás rival para mí, puesto que soy superior a ti en todo.

Roberto presiona los puños en una ira incontrolable y se abalanza sobre Aeolus, solo quería hacerle daño y esperaba poder matarlo.

El Jardín de la InocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora