Capítulo 56

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Los días pasaban lentos para Clara. Después de decirle adiós a Aeolus, han transcurrido ya tres semanas y solo le quedaba una semana más para cumplir los 6 meses de embarazo.

El comportamiento de Clara ya no era el mismo, ella solo respondía a lo que se le preguntaba, no cuestionaba nada y su rostro no expresaba ninguna emoción, al igual que sus ojos, era como ver una estatua que mantenía siempre el mismo semblante. Su vida se volvió monótona y cotidianamente hacia lo mismo. Por la mañana se despertaba, visitaba a Roberto la mayor parte del día, regresaba a su alcoba y se quedaba con Rigi durante la tarde, hasta finalmente quedarse dormida en su cama, para nuevamente despertar y comenzar la misma rutina.

La forma en que actuaba Clara deprimió a Rigi, y el pequeño parlanchín, también dejó de hablar.

Por su lado, Roberto se recuperaba como todos esperaban, aunque aun su voz se escuchaba más ronca de lo común, su ánimo cambió a mantenerse siempre alegre y usaba una pañoleta en el cuello para ocultar la marca que dejó la soga.

Una mañana, como todas las demás, se encontraban los señores Delinne y el señor Leduc, sentados en el balcón, mirando hacia el jardín, donde paseaban Roberto y Clara como de costumbre.

Amalia que estaba de visita en la mansión Leduc, ingresa al balcón para saludar a los presentes.

— Buenos días señores, estaba por aquí y quise pasar a visitar

— Pasa querida niña — responde el padre de Roberto al ver a la joven y regresa su atención a los Delinne — ella nos ha visitado con frecuencia, es una leal amiga.

— Sí, pasa querida y toma asiento — Dice Ana con una actitud molesta — ven a ver el patético circo que vemos todos los días de la pareja que dice estar enamorada.

Ante este comentario de su esposa, el señor Delinne le devuelve una mirada de horror.

— Mujer, pero que cosas más feas estás diciendo

— Y tú también eres parte del problema — contesta Ana a su marido — estás tan ciego que eres el único que no lo ve, o no quiere hacerlo.

Pensando que su esposa estaba hablando sandeces, Jorge mira a su amigo y a Amalia en busca de apoyo, pero ambos no decían nada y tenían una mirada apesadumbrada, como si compartieran lo que Ana decía.

— Pero, ellos son una hermosa pareja, se aman — Jorge regresa la mirada a la pareja que se encontraba en el Jardín.

— Mira el rostro de Verónica, no expresa nada, es como una muñeca que no dice nada. Cuando se le pregunta algo, no tiene opinión, no le interesa nada, ni siquiera
veo que acaricia su vientre como antes lo hacía, está sumida en una profunda pena

— Pero eso ya se le pasará, Roberto cuidará de ella y...

— ¿Roberto?... ¡JA!... él ni siquiera está conectado con su propia realidad, ha creado una obsesión con Verónica, está con una marioneta, creyendo que lo sigue porque lo quiere y ni siquiera percibe lo que está sintiendo ella y si lo hace, no lo quiere aceptar.

— Amigo, ¿Tú piensas eso? — pregunta Jorge preocupado, regresando su atención al señor Leduc, a lo que él suspira y afirma con la cabeza de manera apesadumbrada.

— Esto tiene que parar ahora, ya no puedo dejar que mi hija se siga sintiendo culpable por las acciones de tu hijo — intervenía la madre de Verónica al ver al señor Leduc.

— Pero Roberto está muy débil emocionalmente, puede cometer nuevamente una locura — la amargura se notaba en el padre de Roberto

— Pero en eso Verónica no se puede responsabilizar. Si no sabes cómo controlarlo y no tienes ayuda médica, será mejor que lo envíes a un sanatorio, sé que puede sonar fuerte, pero esa es la realidad.

— Señor Leduc, yo me quedaré con Roberto — dice Amalia de manera cariñosa — lo podemos apoyar, se repondrá.

El padre de Roberto mira suplicante a la Señora Delinne.

— Te pido que me des un poco más de tiempo.

Ana de manera enojada se levanta de la silla y llama a su hija que seguía en el jardín con Roberto.

— Verónica, regresemos a casa

Roberto y Clara se acercan al balcón, pero
antes de que ella pueda marcharse, Roberto le toma de la mano, la atrae hacia él y le da un suave beso en los labios.

Al llegar a su casa, Clara sube en dirección a la biblioteca, mientras que los Delinne se quedan discutiendo en el hall.

— Lo que hiciste en la casa de los Leduc fue inapropiado y reprochable — dice Jorge a su esposa con un notorio enfado en la voz.

— No, tu actitud como padre es reprochable, solo has pensado egoístamente en ti y lo que tú quieres para Verónica, pero ella es dueña de su propia vida, pero solo la manipulas con tu estado de salud, no eres distinto a Roberto

— Y que quieres ¿Qué regrese al Jardín de la Inocencia con el bastardo que la alejó de nosotros?

— Si por una vez actuaras con inteligencia en vez de ser un demente, podría haber
conocido al esposo de tu hija. Como la trataba con dulzura, ver lo que podía ofrecerle que ninguno de nosotros aquí... pero solo llegaste a atacarlo y viste su peor cara.

— No, él es agresivo, un ser despiadado que no perdona a nadie.

— Oh Dioses, pensé que me casé con un hombre bueno y algo testarudo, nunca imaginé que sería con un tonto — al decir esto último, Ana se marcha y sube por las escaleras, dejando a su esposo en el lugar.

Esa tarde el Señor Delinne, va a ver a su hija que se encontraba en una silla mecedora mirando a la ventana, acariciando al extraño conejo que estaba en su regazo.

— Pequeña, ¿Quieres que tomemos el té con un sabroso pastel de chocolate? — pregunta él con un tono afectuoso

— Lo que tú quieras padre

Esa respuesta sin emoción por parte de su hija, era lo que su esposa decía, ella no tenía opiniones. Se acerca y toma su mano.

— Hijita, ¿Qué tienes?... ¿Estás triste por algo?
Puedes contárselo a tu papá, te aseguro que lo voy a entender — Jorge al no tener respuesta de su hija, sigue insistiendo — ¿Quieres que haga algo por ti?

— No

— Te cumpliré un deseo, lo que tú quieras, aunque no me guste lo que pidas, yo te lo concederé

Clara mira a Rigi que estaba en su regazo, lo toma entre sus manos y se lo entrega a su padre.

— Regresarlo al Jardín de la Inocencia.

El conejo era como un pequeño tapete sin vida, tan deprimido como Clara, solo dejaba que lo tomarán sin oponer resistencia. Jorge al tomar entre sus brazos al conejo con astas en la cabeza, observa como nuevamente su hija aparta la vista, para mirar pensativa en dirección a la ventana.

Esa misma tarde el Señor Delinne se dirige a los límites de Jardín, cumpliría lo que le prometió a su hija. Su esposa tenía razón, era tan ciego que nunca quiso ver cuál era la realidad, se aferraba al pasado, pero esos tiempos ya nunca regresarán.

El Señor Delinne, deja en el suelo al conejo cuando está de frente al Jardín de la Inocencia y este, inmediatamente, ingresa al hermoso Jardín, dando brincos y perdiéndolo de vista.

Como si recuperara fuerzas, Rigi corría a su hogar, estaba de regreso, vería a los suyos, ya toda la pesadilla por fin terminó y tenía tanto que contar, debía contarle al Guardián lo que ha pasado con Clara, él debía ayudarla.

— Rigi... ¿Eres tú? — pregunta Jadurus al ver en la distancia cómo un conejo color plateado corría en su dirección.

— Abuelo... regresé... 

El Jardín de la InocenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora