Capítulo XIX. Dudas

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Capítulo XIX. Dudas

—A-Akihiko, por favor, espera, n-no lo hagas. M-mi mamá podría venir en cualquier momento. Por favor, detente—suplicaba un chico azabache a su pareja, que no dejaba de besarlo y tocarlo de una manera tan descarada.

—¿Por qué tendría que obedecerte? Sé que me deseas, tanto como yo te deseo a ti. Por favor, no me pidas que pare, porque no lo haré—el menor lo miraba con las mejillas sonrojadas y el corazón latiéndole a mil por hora. Sus padres podrían llegar en cualquier momento.

—e-está bien, pero hay que hacerlo en mi habitación, ¿sí? Ya que no encuentro una manera de que te detengas—el peli plata sonrió de manera triunfal y dejó que el azabache lo guiara hasta su habitación. Conocía a la perfección cada rincón de la casa, ya que siempre buscaban algún escondite para llevar a cabo sus encuentros pasionales. Ambos subieron las escaleras para llegar a la habitación y estando ahí, entraron y colocaron el seguro en la puerta. Akihiko fue quien actuó con más rapidez, al colocar al menor contra la puerta y presionándolo con su cuerpo. Acarició su rostro de manera delicada y después se acercó a besar su cuello de forma dulce, pero tratando de que se excitara más. El menor dejó escapar un pequeño jadeo, que rápidamente silenció con su mano.

—no hagas eso. Si vuelves a hacerlo, tendré que ponerte un castigo—dijo el peli plata con voz lujuriosa y rápidamente tomó al azabache por la cintura para llevarlo hacia la cama. Lo recostó con cuidado y después le amarró las manos a la cabecera de la cama. El azabache estaba desconcertado, jamás habían hecho ese tipo de cosas. Debía admitir que tenía un poco de miedo.

—este es tu castigo por privarme de la dicha de oír tus lindos gemidos—murmuró con la voz ronca de tanta excitación y le mordió un poco la oreja. Pudo notar un poco el nerviosismo de su pareja—. Tranquilo, no tienes por qué estar asustado. Tú sabes que jamás sería capaz de hacerte daño.

—de eso estoy más que seguro...

***

Al día siguiente, Kirishima estaba tranquilamente en su casa, listo para ir a la escuela, cuando de pronto, alguien tocó el timbre. Estaba fastidiado. ¿Quién demonios era?

—ten cuidado, Zen. Es la policía—le advirtió su padrastro. Kirishima lo miró incrédulo.

—¿Qué? ¿Cómo que la policía?

—no te estoy mintiendo. Es la policía la que está afuera. Puedes comprobarlo por ti mismo. Mira—lo alentó a que mirara por la ventana. Lo que vio, efectivamente lo dejó sin palabras. El policía que estaba fuera, iba acompañado de una pariente de su padrastro.

—¿Quién es la persona que está con él? —preguntó el castaño.

—es mi hermana. Posiblemente están preocupados porque no han sabido nada de mí.

—maldita sea. ¿Qué es lo que voy a hacer ahora?

—deberías de decirle a todos lo que pasó. Tal vez...

—¡¿es que acaso eres imbécil?! ¿quieres que me metan a la cárcel? —le reclamó.

—n-no fue mi culpa. Además, nadie te mandó a que cometieras un crimen. Y lo peor es que no fui solo yo, sino que fueron dos. Aún estás a tiempo de arrepentirte—Zen chistó su lengua y después lo miró serio.

—¿arrepentirme yo? Eso jamás pasará. Como sea, tengo que hacer algo para que ese maldito policía se vaya y me deje en paz. Si no lo hace, tendré que deshacerme de esos dos...

—no, no, no voy a dejar que la toques a ella. Por favor, ya no cometas más locuras. Te suplico que no le hagas nada a mi hermana—su hijastro lo miraba sorprendido.

Dolor y soledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora