Capítulo II. Un poco de amor

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Capítulo II. Un poco de amor
—hijo—se escuchó la voz de una mujer, de unos 50 años. De cabellos castaños y ojos color azabache. Se veía alegre y fue a abrazar a su hijo. El castaño inmediatamente comenzó a reírse al ser abrazado por su madre.
—¿me puedes decir qué te causa tanta gracia?—preguntó molesta.
—¿en serio te importa, mamá? No me salgas con eso porque no te queda. Dime, ¿en serio te preocupas por mí?—se burló.
—tú me importas, hijo. Me importas mucho.
—vamos, mamá, tú sabes que eso no es cierto—la miró serio.
—sé que me equivoqué, mi niño, pero...
—¿no crees que es demasiado tarde? Por si no te has enterado, estaré encerrado en esta maldita cárcel por el resto de mis días.
—eso también lo sé, pero quiero que sepas que estoy muy arrepentida. Mis días de juventud fueron muy complicados. Me la pasaba trabajando todo el día, todos los días, pero siempre pensaba en ti cada vez que me iba a trabajar. Me duele mucho que me digas eso. Hice de todo para que a ti no te faltara nada...
—¿tú qué sabías de lo que me hacía falta? Nunca estuviste cuando yo más te necesité, no tuviste siquiera un poco de amor para mí. Mis días eran solitarios y fríos, sin saber el motivo por el cual me habías traído al mundo solamente para dejarme solo. Mi vida ha sido amarga y vacía. No he tenido ningún recuerdo agradable acerca de mi infancia. No tengo tampoco alguna foto contigo o con mi papá. Tampoco tuve un hermanito con el cual jugar. ¿Sabes? Han pasado cuatro años desde que estoy en este lugar y en ningún momento habías venido. Dime, ¿por qué justo ahora lo haces? ¿Es culpa? ¿Remordimiento?—miró a su madre con resentimiento y las lágrimas salieron de sus ojos.
—vine justamente porque hay algo que debo decirte. Tengo una enfermedad muy grave en el corazón. El médico me dijo que me queda poco tiempo de vida. No quería venir porque sabía que sería difícil para ti. Solamente quería despedirme, en caso de que muera y no pueda volver a verte. Te pido que me perdones por haberte dejado solo cuando más necesitabas de mí. Fui injusta contigo y terminé haciéndote mucho daño. Sé que no hay nada que hacer para reparar mi error, pero quiero que sepas que has sido la mejor cosa que me ha pasado en la vida y agradezco por tener un hijo como tú—concluyó la señora. Zen la miraba con los ojos tristes y de vez en cuando se limpiaba las lágrimas.
—¿por qué? ¿Por qué ahora? ¿Por qué ahora que ya no se puede hacer nada?
—hijo...
—vete, mamá. En estos momentos no puedo ser capaz de perdonarte. Es algo duro para mí. Por favor, te pido que te vayas—desvió la mirada y se levantó de su asiento.
—Zen...
—tal vez nos reencontremos en otra vida, y esta vez, tal vez puedas quererme y apoyarme cuando lo necesite. Hasta siempre—se despidió y el castaño y volvió a regresar a su celda.

Dolor y soledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora