Lo que pudo ser... Parte 1

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Algunas historias nacen para ser recordadas por los tiempos de los tiempos. ¿De qué forma? No sabemos con certeza sus casos particulares, sin embargo lo importante de ello es que hayan provocado una emoción y curiosidad de ser leídas.

No todas las obras son memorables. Unas de ellas simplemente te ayudan a pasar el buen rato y eso está bien para mí; la vida cotidiana es dura para algunas personas y no veo por qué estaría mal que consuman algo que les deje tranquilos.

El final de la obra, de un momento, suele ser anhelado de algún modo: cuando estás pasando por una tormenta, si estás entre personas con intenciones inciertas, si quieres que acabe Nochebuena para que entonces sea Navidad y puedas abrir tus obsequios (bueno, si eres o fuiste un infante afortunado). Al saber que eventualmente existirá un final, podemos preguntarnos cómo será y querer que llegue o, por el contrario, buscar el cómo evitarlo.

Los finales nos conducen a un nuevo destino.

Pero esta historia... Esta historia no tiene un final.

Escribir la saga de Un gato persa se dio por un deseo de atención juvenil. Como un recién adolescente quería que mis amigos y otra gente mirase a lo que yo podía hacer, tener su atención y comentarios. Lo cual, en retrospectiva, era una forma estúpida de comenzar una historia (al menos me resultó eficiente para avanzar).

Después de este par de años que comencé con el primer capítulo de Habladurías de un gato persa: "El canasto de mimbre" el cariño y esmero que conseguí darle a ambas obras puedo compararla con otras victorias y hechos de mi vida con los que me siento muy orgulloso. Escribir se convirtió en mi manera de ser.

Como a todos, la "crisis actual" también me arrebató algo. He sido afortunado, pues no cobró ninguna vida, trabajo o seguridad en mi familia. No obstante, el tiempo que me quitó por los baches de nuestro sistema educativo también se cargaron mis ideas, fuerzas y aplazó tanto el momento en el que pudiese volver a escribir. No pude recuperar ese tiempo. Cambié de pensar.

Y sé que esta historia es la de un yo pasado, un yo que con dificultades pero con más virtudes y elementos a su favor que le hubiera favorecido a concluir su historia como se lo merecía. El hoy de yo solicita algo diferente y tiene la suficiente consciencia para no arruinar el trabajo del yo pasado. Por lo que, la historia no tendrá un fin.

No por mis nuevas manos.

He querido esto como pocas cosas en el mundo y, en nombre de la persona que antes fui, mi voluntad es relatar lo que pudo ser. A su vez, espero que si hubo alguna persona que se encariñase por la historia, del mismo modo, pueda hallar el cierre que necesitaba.

Lo que pudo ser...

| Desde Lechuza mediocre

Si tuve un error en mi narrativa (claro que hubo muchos) uno de los más notorios y de los que recuerdo obtener mayor aviso fue por los saltos de personaje y/o narrador. Lo que nunca había hecho antes era manejar diferentes posturas de una historia, decidiendo tomar el gran salto al no limitarme con 2 personajes, sino que 4. Bosco, Damián, Sarabi y Marcel, el personaje que debutó en esta secuela. Sé que fue un acto bastante impulsivo, mas mi intención de contar con 4 puntos de vista estaba en explorar el mundo que dejaría Bosco y por ello creí necesario mostrar los personajes que se quedarían una vez éste se fuese.

Okay, partimos con el personaje que nos dejó en un atardecer oscuro y tormentoso, el cielo envuelto en grises y frente a la cascada involuntaria de la pendiente de Salmet. Sé que hace mucho que leímos esa parte, dentro de poco será un año, a menos que leas esto en el futuro, entonces lamento que si te gustó esta historia ahora tengas que acabarla como si te lo contara un Luis de Ant-man.

Las últimas ocurrencias de un gato persaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora