14. Un caballo sin nombre

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1. Estate seguro de probar tus palabras antes de escupirlas fuera

Apuesto que alguien va a ser despedido... Obviamente cierta persona encargada de la velocidad de los hechos que transcurren en mi realidad se tomó un larguísimo descanso. Mínimo dos meses para llegar a este punto... Al menos, así fue como se sintió.

  Expondré un simil de la situación: estaba peor que un gato encerrado en una caja —el maldito podría salir cuando lo desee, en cambio nosotros... Las tortuosas manecillas trituraban éste aire helado, que aunque Bosco logró bajar la temperatura del termostato, los malditos bigotes en forma de agujas recorriendo el reloj de Sarabi me sobrepasaban.

  Admito que ser un gato en esta situación no haría la diferencia. Si me mantuvieran bien alimentado (digamos que con la misma ración que a un perro), éste gato viviría un par de años más. Pero vivir encerrado es un castigo pleno. En ocasiones me pongo a sopesar. Rebobino aquella cinta en mi mente una y otra vez hasta el punto en que la pregunta se contesta sola: ¿Cadena perpetua o la horca? Y aunque prefiero un fusilamiento, me conformo con saltar por mi cuenta del banquito.

  —Daría lo que fuera por una silla eléctrica —dije suspirando baho.

  —Tu espíritu es débil —me recordó Sarabi, haciéndome callar al instante.

  Pero sí.
  ¿Por qué no haber trabajado mi personaje como uno de espíritu fuerte en lugar de pobre? ¡¿Eran tan jodidame difícil?! Cualquier idiota podría hacer un mejor trabajo escribiendo mi persona o bueno... Yo... hubiera hecho algo. ¡Nones! Fue. Más sencillo entrometerme y arruinar un plan que yo «creía» destinado a fracasar —aún así—, cuando entré en la ecuación todo se desmoronó y se fue a la mierda.

  —... y me convenció de llevarse a Incín a su casita del bosque porque parece ser más seguro por ahora —continuó narrando Bosco. Quería decirle: «Viejo, pero qué idiota. ¿No podías...? ¡Ah! Es mi responsabilidad esta montaña de mierda. ¿No podía quedarme en casa y simplemente dejar que las cosas siguieran su curso? ¡Mi única ayuda fue meternos a éste congelador». E imaginó que la inesperada pesadilla viviente que pasaban Bosco y Sarabi se debía a mí.

  Mi cara debió ser un cuadro de Picasso dividido entre emociones vergonzosas y rabietas. ¡Qué bueno que no soy Bosco o yo ya habría acabado con el pequeño Damián! Y Sarabi... ¡Maldición! No es que quiera hablar de ello..., no es que quiera responder por lo que pudo haber ocurrido. Tener mala reputación es de por sí como pisar descalso la punta de un clavo cada mañana. ¿Qué opinaría de una familia con mala reputación? Su madre no necesitaba esto, su hermano, ella... Imaginar la desesperanza en la mirada de su padre; yo tampoco querría que otros siguieran mis pasos.

Las últimas ocurrencias de un gato persaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora