Muy bien, creo que esto ha de interesar a más de uno. Si el clima es fresco, sin dejar de ser cálido, los rayos del sol abrazan tu cuerpo con delicadeza a la vez que el césped te protege y susurra las más bellas palabras cuando te hace piojito; dime por qué no ibas a dormirte. Roncar como un gato persa entre doce y dieciséis horas del día es fantástico. Comienza por pequeños espasmos de movimiento en tus orejas, jugueteos con tu cola y comezón en los bigotes. Es tan acogedor que sueñas con whiskas.
El parque japonés, para la humilde opinión humana de Bosco, era reconfortante por aquella ausencia de artificialismo a excepción de las fuentes para aves y los arcos de mármol. Los arces se sintonizaban adecuadamente al Sol y transportaban el brillo amarillo a los alrededores del pasto veranal; donde yacía Incín persa gris recargando su lomo a los pies de Damián;quien emitía ligeros ronquidos ocultados por la boina gris; que ocultaba su cabello carmesí —cuya tonalidad parecía la de un durazno maduro por el paso del tiempo en el tinte.
Bosco cruzó el sendero de tierra hasta la pequeña colina donde descansaban sus amigos. Se veían como pequeños niños que se habían agotado tras haber jugado por horas en una fiesta infantil. Él le tendió la mano al pelaje gris de Incín hasta que éste reaccionó con una mordida en su dedo medio. Al momento en que Bosco logró calmarlo con una seña y hacerle notar que era él, su dedo medio se había marcado con sus colmillos gatunos.
Se dio la vuelta y pateó el trasero de su amigo Damián (Incín estaba lo suficientemente ocupado acicalandose como para notarlo). Damián se quejó como un oso pardo que se había ido a dormir tras robar la miel y lo habían interrumpido en su climax de hibernación. Le regocijó a Bosco:
—¡Déjame dormir, viejo! ¿Era necesario patearme el culo, maldito? —reclamó severo.
—Creo que no... Fue divertido aún así, supongo que terminaron de grabar —dijo Bosco.
Damián seguía trabajando con mucho empeño en su cortometraje, parecía haberse propuesto explorar Salmet de arriba-abajo para así hallar los mejores lugares para filmar. El último día de clases se dirigió al parque japonés donde encontró un lugar adecuado para iniciar con las filmaciones. Él llamó a casa de Bosco, fueron muchos intentos marcando a su teléfono. Quizá si el mapache hubiera respondido, si tuviera ganas, se hubiese enterado antes que le robaron su teléfono. El punto es que le pidió permiso a Bosco para llevar a Incín al parque japonés para una filmación. No le tuvo que dar muchas explicaciones al tener la confianza de Bosco, pues le dijo que sí.
—Debo admitir que es realmente inquieto. Quiso cazar a los pájaros que bebían en la fuente y también asustó a un chihuahua que pasaba por aquí... —contestó Damián, jadeante—, pero sí, saqué cosas buenas. ¿Me pasas mi cámara?
La cámara estaba bajo las patas de Incín que no dejaba de darle golpecitos en la lente. Bosco la recogió viendo su dedo medio marcado. Se había hecho tarde, ya estaba oscureciendo y era visible la luna desde el parque. De pequeño, a Bosco le daba miedo la Luna Él creía que ésta se estrellaría contra su casa y todos morirían, era por eso que le compararon unos binoculares baratos. Pensaba que si no dejaba de verla, nunca chocaría contra su hogar. Por lo que su madre y su hermana, de ocho años en ese entonces, estarían a salvo. Años después, su madre le obsequiaría unos binoculares más profesionales, pues desarrolló un amor a las estrellas y la revisión del espacio.
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Las últimas ocurrencias de un gato persa
Teen FictionSinópsis provisional: Medio año después de los eventos transcurridos en Ocurrencias de un gato persa, Bosco pasa por una serie de espectros mentales que amenazan con derrochar su grasa cerebral. Y si de por sí sufre más de lo que debería con ello, e...