Dedicado a AndyAAE
1. La fiesta de té
Los mininos necesitan esconderse. Es primordial para su relajación encontrar un sitio donde nadie pueda acercarse, engorroso para mantener la distancia. A causa de esto, los refugios tienden a ser lugares que les permitan contar con una visión de su entorno; saber qué hay frente a sus naricitas. ¿Qué te puedo decir? Son rutinarios. Del mismo modo que un ciego tiene problemas con cambiar los muebles de lugar, un gato recibe el estrés necesario para ocuparle semanas. Territoriales, los mininos son territoriales con la llegada de seres desconocidos, ellos huyen a sus escondites para estar a salvo otra vez.
El único problema es que el escondite en un gato, cuya rutina no frecuenta el acto, puede resultar en enfermedades.
Bum-bum. Bum-bum. Bum-bum-bum.
-Me descepcionas, Belén. Una dama como tú frecuentando a chicas como ella...-vacilaron las voces.
-Perdónenme.
-La sacas tú ahora o nosotros lo haremos-vacilaron otra vez.
El alboroto repentino pareció no ocurrir como lo recordaba. Navegando los cielos, objetivo claro y preciso; condiciones favorables, fuertes esperanzas. Respiración estable, manos frías y ricitos de noche. Cuando el rayo volvió a impactar el caparazón, su sueño colapsó a la par de las gotas de lluvia; coordinaron la inminente caída; se transformaron en gotas. Su sombra se desvaneció y sus restos se desvanecieron en el viento cual polvo de estrella.
Su cabello esponjó como la masa del pastel, mientras que su gabardina escarlata, ardía de la falda a los codos. Su naríz de canica respiraba las cenizas y sus parpados reposaban como las persianas de los enfermos. La tortuga dibujaba espirales durante su descenso, las chispas y cenizas resultaban el garabato de unos niñitos. Sarabi caía en la misma dirección, a pesar de la diferencia de trayectoria; su cerebro de detective había tenido un derrame de baterías.
Ni con los golpes recibidos en ese momento, los restos de caparazón que le asestaron en la frente, le impidieron despertar. Tanto ella como la tortuga despedían fumaderas, mas Sarabi, despedía un vivo fuego que le aceleró. Tostándose, ya a la par de la tortuga-este anfibio azulado, se habían empequeñecido en tal grado que medía lo mismo que un cuyo-, con la nula cantidad de vigor, se escondió en una de las botas de Sarabi.
En pocas palabras, se hundieron.
Augusto Salmet estaría rondando el palacio municipal, viviendo esperanzado de recuperar su estúpido reloj. Acompañado de su mujer y las velas, a salvo en una noche espeluznante, pero todo lo que él sabía era que al amaner todo estaría bien. La Detective fue una decepción al fin y al cabo, era el patrón que siempre repetía.
En lo más profundo y repugnante del lago, las algas se adueñaban del cuerpo de la detective. "¡La chica ideal, la mujer ideal!", mucitaban: "La belleza en sí, la mente sí!". Incluso si así lo deseaba, ya era imposible volver a la superficie. Con el aire que habitaba sus pulmones y la presencia de su consiencia, no conseguiría más que agotarse. Decidir no luchar, buscar la paz y olvidar, es mejor.
Las algas concordaban con el pensamiento, estrujaban su torso y robaban sus botas. La tortuga se perdía en medio de la nebulosidad, aguas negras y mentes negras; la cara de la Detective era el juguete favorito de la especie; sonreía cuando ellas lo deseaban y haría lo que ellas necesitaran.
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Las últimas ocurrencias de un gato persa
Ficção AdolescenteSinópsis provisional: Medio año después de los eventos transcurridos en Ocurrencias de un gato persa, Bosco pasa por una serie de espectros mentales que amenazan con derrochar su grasa cerebral. Y si de por sí sufre más de lo que debería con ello, e...