Lo que pudo ser... "Solo hay finales"

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Posada boca-arriba luego de su rutina traslatoria y ansiosa por el cuarto, Mondlicht por fin concentraba su atención en el verdadero problema. En menos de una hora su cuerpo no sería similar a una robusta luna, mientras que la inflamación de las tetillas sería curada por gatitos cieguitos y sordos. Durante varios minutos Mondlicht se vio limitada a caminar por esos altos muros de cartón que no le dejaban salir, tal cual un corral, siendo sus únicas voces de calma la señora Isabela y Bosco.

Las pertenencias de Mondlicht fuera del corral, estaban recubiertas por plásticos y objetos encima de ella que los volvían incómodos para que se fuese a descansar y las pisadas que rechazaban ingresar a su nido volvían y pisaban aquél líquido del saco amniótico. Una serie de chillidos y gemidos ahogados salían de la gata y de un momento a otro, ésta empezó a revolcarse en la alfombra.

-La cigüeña viene en camino, enfermero -comentó Isabela, estirándose los guantes.

-¡¿Qué haremos?! -chilló Bosco.

La mujer abrió un camino entre dos paredes de cartón, entre las cuales ingresaron al nido acoginado de Mondlicht. Los líquidos provenientes de la ruptura de fuente estaban delimitando la escena y en la esquina que se concentraban más junto a unas aguas grumosos y oscuras.

-¿Cómo supo que venía si esto apenas pasó? -curioseó Bosco, acuclillándose.

-Fácil. Ella me lo dijo, mi bebé ya sabía, ¿verdad hermosa? -acunándola, Isabela transportó la persa al nido-. La naturaleza sabe.

Con unas garras filosas, Mondlicht empezó a destripar uno de los cojines. El pecho de Bosco empezó a engrandecerse y encogerse, a lo que su respiración parecía sumirse.

-Niño lindo, ¿tendrás bebés o nos estás dejando plantadas? -acusó Isabela mientras se hacía de toallas y cubetas de agua.

-¡¡Y-yo no estoy listo!! -sentenció Bosco, apartándose con temor.

El pelo canoso de Isabela se sacudió con una risa estrepitosa. Cargó a la futura madre y desplazó los cojines para dejarle un sitio más llano por encima de una gran toalla blanca que estaba ya puesta. Mondlicht siguió gimiendo y contorsionándose, las convulsiones eran más rápidas y más fuertes, ya que sobre su lomo podían verse los espasmos de su piel y su hocico asomaba los colmillos y lengua con arduo dolor.

-Ella está sufriendo -contempló Bosco.

-Claro, cariño -se burló la pintora-, no me imagino tener que parir con un enfermero como tú.

-Oiga, no, es que...

-¿Eres el representante del gris ese? -chascarreó Isabela-. ¡He sabido de padres que dejan a sus hijos! Dios, él no está aquí por lo loco que se ponen. Su paranoia retrasaría el parto, pero ahora que lo sacamos es la tuya la que no nos salva.

Bosco se encogió de hombros.

De la vulva de Mondlicht empezaron a caer algunos pedazos de placenta que permenecieron colgando y adheridos a su piel. Armándose de valor, el chico agarró la cubeta de agua y puso en disposicón de Isabela para que ésta bañase la retaguardia de la persa.

-Es algo feo de ver -comentó Bosco.

-Mira querido, tú no opines en voz alta -sonrió la pintora-, cuando te toque sacar tres kilos de bebé por la abertura de tu pene y éste se dilate, estaré interesada en que me cuentes lo feo que es de verse.

Bosco asintió apenado. Y en un pestañeo se puso a reír de los nervios cuando del cuello uterino se vio venir algo mucho más grande que una bolita de placenta.

Las últimas ocurrencias de un gato persaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora