1. Adentro de la caja
¿Has tenido gatos mascota? Sí... no... ¡Qué más da! Hoy quiero hablar de cajas, de los gatos y sus cajas. Cada empaque básico de cartón superior al tamaño pequeño se vuelve de inmediato el juguete predilecto para tu felino favorito.
Mm-hm, ellos son criaturas de gustos sencillos, poco presuntuosos (a mi parecer). ¿Los gatos aman las cajas, digo, quién no? Ellos son animales crípticos que les gusta esconderse... Pasemos al punto próximo.
Una refinada caja de cartón común (del más corriente también) ofrece un escondite. Es un "no me molestes". Y de algún modo su ansiedad les abandona; sustituida por bienestar. La caja le hace creer que no será atacado y si lo fuera, lo único que debería hacer es saltar al ataque. Una vez que termine con su presa o agresor volverá a su sitio.
En efecto, podrá ver el mundo sin necesidad de ser visto.
En mi caso, una caja de tamaño medio sería un casco y lo que requiero es algo tamaño nevera. Desde luego que tengo mi propio escondite. Y su nombre es iglú. Solo que no es un iglú.
Sino una casa del árbol.
Pero en ocasiones hay intrusos inesperados...
Mi banco de memoria tiene almacenados pocos recuerdos en los cuales mi horario concluyera que lo mejor para mí es no dormir; volverme nocturno; sonámbulo o nada más me impidiera dormir. En definitiva soy diurno. Según mi naturaleza, por poco que note que el sol comienza a caer; correré a resguardarme en casa. Y ocasiones como La noche del pato mandarín son una rareza en mí.
Creemos que tomar un paseo de noche por nuestra cuadra es casi como visitar otro planeta. No defiendo a tus parientes locos, pero sé que tienen razón. Tú deberías entenderlo. Animales nocturnos no salen de día, por eso nosotros tampoco. NO ES nuestro hábitat.
Mas parece que Julia y su auto de golf (que supongo fue vandalizado) parecen no viajar con las leyes naturales o nada más no importarles. Justo como un pato obeso no debería ser encontrado en un lago natural. Como me resultaba irónico tener a Incín conmigo sin que eso significara una mala acción para mi.
Aprecié que Julia no exigiera una conversación. No fue requerido mientras supiéramos qué hacer. Ella conducía y yo cargaba al pato con el brazo derecho y sujetaba a Incín con el otro. El hecho de cruzar dos kilómetros junto a un bosque apagado, me hacía venir malas vibras y, en especial, que me diera comezón en las manos. Es nuestro instinto al reconocer que no estamos seguros. De hecho, Julia procuraba conducir lo más centrado posible cuando éramos rodeados por la bruma vegetal e inclinarse a las casas si estábamos por un vecindario.
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Las últimas ocurrencias de un gato persa
Novela JuvenilSinópsis provisional: Medio año después de los eventos transcurridos en Ocurrencias de un gato persa, Bosco pasa por una serie de espectros mentales que amenazan con derrochar su grasa cerebral. Y si de por sí sufre más de lo que debería con ello, e...