6. Un pingüino marginado

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Imagina un gato persa

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Imagina un gato persa. 

  De seguro no te lo imaginaste como la figura más sociable entre todos los animales, porque a diferencia de un perro, la imagen de un gato es más independiente y menos cooperativa. Es un depredador solitario que con el tiempo fue transformado en uno afectivo. Y ahora son pocos los gatos que, en verdad, necesitan de un ser humano para sobrevivir, como lo son los gatos persa. Puede que un gato desee acercarse a otra persona por medio de un intercambio de iguales. Solo eso. Aquí un consejo: no trates de acercártele como si fueses su amo. Estás en un error. Eres su igual.

  Además, ellos son perfectos para determinar aquello que les favorece, tan perfectos como lo son para detectar amenazas —aquí algo para aprender—. Si piensas dejar solo a un gato, atente a las consecuencias. En espacios como la soledad, tienden a favorecer sus conductas negativas; en un futuro, emociones negativas.

1. En mi reflejo

¿Puedes mirarte al espejo y contemplar tu reflejo? Te felicito si puedes con ello, en caso de que no, la verdad es que muy pocos pueden hacerlo hoy en día. Se ha convertido en una sensación desalentadora, desagradable, estresante. ¿Por qué? Eres tú y nada más tú, es tu reflejo, mi reflejo... e imagino que algo habrás hecho para no querer tan siquiera mirarte. Ya nadie se besa ante al espejo hoy en día, he notado que los bebés lo hacen a menudo, ¡vaya que se aman!

  La obscuridad me incomoda, siento como si no me dejara ver las cosas como realmente son. La mayor parte de las cosas en mi cuarto son blancas; como mi edredón, las sábanas, el piso, el armario, los marcos de las ventas, las persianas y la puerta. Lo único que no lo es del todo, es mi ropa. Creí tener conjuntos más coloridos, ahora veo que no; me enteré el día que salí de clases. Casi siempre me dejaba el uniforme rojo y pantalón rayado de la escuela todo el día, es lo único que no es negro ni rojo en mi repertorio.

  Ni siquiera mis muros son del todo blancos, los desgastes son marrones, así como de todo lo que es blanco. Los daños que sufre tienden a ser notorios y difíciles de ocultar. Estaba de pie frente al espejo de mi cuarto, me encontraba en boxers, me veía a mí mismo antes de que los monstruos aparecieran. Mi cabello en verdad parece mostaza, es ridículo —a decir verdad—. Aunque no soy el único cuyo cabello parece comestible, mi madre era llamada «la maruchann» por todas sus amigas de prepa.

  Quizá esté realmente delgado, pero no entiendo el motivo. Pude mirar mis clavículas y ligeramente mis costillas a pesar de lo mucho que entreno corriendo y andando en bicicleta. Fue suficiente. Me vestí y alejé del espejo antes de que llegaran los monstruos.

  La cortesía nunca está de más, déjenme presentarme: Soy Marcel, el chico de la fila de atrás. Eran las ocho y mi madre ya había salido a dar consulta. Yo tenía que ir con ella más tarde, pero todavía tenía tiempo, quedaban cuatro horas, todavía. Salí de mi habitación y caminé por los pasillos del departamento, quizá tanto mi madre como yo tenemos una obsesión con el blanco. Todo el departamento estaría así de no ser por los cuadros que papá compraba en los mercados de pulgas.

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