Gustar o no gustar

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Al día siguiente estaba tan nervioso y avergonzado por ver a Alex después de lo acontecido el día anterior que, de camino al instituto, pasó por mi mente en más de una ocasión darme la vuelta y huir para siempre a vivir como ermitaño en las montañas. Es por esto que no entendí por qué, al descubrir que Alex no iba a asistir a clase, me sentí tan decepcionado. Durante el resto del día me invadió una profunda sensación de abandono.

En el recreo una chica que se sentaba en la primera fila se acercó a saludarme, supuse que sintió lástima al verme solo.

-Hola Sam, me llamo Misa. -me saludó con una amable sonrisa esa chica delgada de pelo negro muy largo.

-Hola. -dije fingiendo una sonrisa.

-Puedes venir con nosotros si quieres. -me invitó señalando al grupo que hablaba y reía al otro lado del patio, reconocí a la chica como una de las personas con las que estaba Alex el día anterior a la salida del instituto.

-Está bien... muchas gracias. -parecía una chica simpática, pero supongo que acepté su invitación consciente o inconscientemente porque era amiga de Alex.

Ella me miró complacida y me condujo hacia donde estaban los otros que también se presentaron amablemente y estuvieron el resto del recreo haciéndome preguntas sobre mi antigua ciudad, mi familia etc.

Al final de las clases Alfonso se acercó a mi mesa, blandiendo esa sonrisa que lo caracterizaba y me pidió que me quedara unos minutos para hablar conmigo.

-Bueno, Sam ¿Qué tal vas de momento? Hoy no te he visto hablar con nadie en los descansos. -me dijo en un tono exageradamente preocupado.

-Estoy bien, gracias. Además, he estado hablando con unos compañeros en el recreo. -respondí intentando que la conversación acabase lo antes posible.

-Me alegra oír eso, pero deberías intentarlo un poco más, los primeros días son decisivos, Además... -hizo una pausa para acentuar aún más esa sonrisa infantil y sebosa. -Parece que a las chicas les interesas ¿Eh? -me sentí profundamente incómodo por la confianza que se había tomado conmigo.

-N...no lo sé. -me ruboricé y a Alfonso le cambió la expresión, se quedó como... embobado.

-Claro que si... tienes una de esas caras que atrae a la gente... -dijo con voz grave y, cuando me quise dar cuenta, había puesto su mano en mi rodilla y la deslizaba abstraído hacia mi entrepierna.

De pronto sentí náuseas y me aparté rápidamente levantándome de la silla y apresurándome a salir de ahí.

-Lo siento, me tengo que ir. -dije sin pensar y eché a correr.

Cuando llegué a casa me encerré en mi estúpida habitación, sin hacer caso a Dolores que me preguntaba qué tal me había ido el día. Quería llorar desesperadamente, pero no podía, me quedé quieto mirándome al espejo, confundido, sin saber qué hacer ni quién era.

*

Alex no fue a clase el resto de la semana y durante esos días de soledad le odié, pero no del mismo modo que odiaba a Alfonso, que actuaba como si nada hubiera pasado, sino que le odiaba de forma egoísta, por dejarme solo, por abandonarme después de lo que había pasado en su casa, ese encuentro que todavía no entendía y del que tenía miedo, porque no podía sacarlo de mi mente.

El lunes apareció. Cruzó el umbral de la puerta con aire cansado y, sin apenas inmutarse, le entregó un justificante a Alfonso, a lo que éste respondió asintiendo y dejándolo pasar. Cuando se dio la vuelta me miró esbozando una media sonrisa que me paralizó y los nervios afloraron al instante. Era más guapo de lo que recordaba, su rostro irradiaba esa despreocupación juvenil, mezclada con unas facciones suaves, pero en cierto modo adultas, que enmarcaban con cuidado sus ojos almendrados, de un verde deslumbrante.

Alex y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora