Nacimiento

68 16 11
                                    


Pasé las vacaciones de navidad en casa de Alex. Todos los días me hacía de comer, pese a que yo le insistía en que sabía cocinar y que no hacía falta, pero nunca cedía. También acabamos por fin el trabajo sobre la enfermedad, la cual decidimos que sería el SIDA, al principio me opuse, porque eso daría más que hablar, además resultaba un poco hipócrita por nuestra parte, pues rara vez usábamos protección. Pero Alex me convenció haciendo gala de su inmenso poder de persuasión.

Veíamos películas juntos todos los días, aunque pocas veces las acabábamos, pues enseguida se apoderaba de nosotros ese deseo que sentíamos el uno por el otro que no nos daba tregua y por el cual, en más de una ocasión, tuve que estar las horas de después prácticamente sin poder sentarme.

También salíamos de vez en cuando de fiesta, o más bien a emborracharnos y causar el caos. Una de esas veces nos despertamos a las cuatro de la tarde dormidos en la bañera y cuando llegamos al salón nos acordamos de que habíamos pasado por una obra al volver a casa, pues el salón estaba rodeado por una cinta de precintar seguramente robada y encima del sofá había una señal de tráfico, también robada. Nos quedamos mirando en silencio antes de romper a reír en uno de los ataques de risa más insoportables que recuerdo haber tenido.

Estudiábamos juntos, dormíamos juntos, comíamos juntos, hasta nos duchábamos juntos.

Podría decir que esa fue una de las épocas más felices de mi vida, si no la que más.

En todo ese tiempo no hablé con mi padre. Cada vez que recordaba su reacción al enterarse de lo de Alex me invadía una extraña sensación que no sabría catalogar, tal vez era decepción o tal vez impotencia, pero no dejaba que eso me quitara el sueño. Después de todo era demasiado feliz.

Pero todo lo bueno tiene un final y éste llegó con la vuelta al instituto y, con él, a la realidad.

La madre de Alex iba a volver en apenas una semana y con su vuelta, cesarían las amenazas de Alfonso, de modo que estaba tranquilo en ese aspecto, pero no pude advertir lo que ocurrió aquel fatídico día.

Al finalizar las clases Alfonso se acercó a Alex y a mí y nos felicitó por nuestro trabajo, pero justo cuando pensaba que estaba a salvo, dijo las palabras mágicas.

-Tengo que comentar una cosa con Sam sobre la tutoría.

- ¿Quieres que te espere? -me preguntó Alex y, justo cuando iba a decirle que sí, Alfonso me interrumpió.

-Va a ser bastante rato, tenemos que repasar unas cosas de la matrícula.

-Está bien, te espero en casa para comer. -dijo con una sonrisa mientras acariciaba mi rostro con dulzura, para acto seguido marcharse dejándome indefenso.

-Bueno, Sam... -comenzó a decir atacándome con su asquerosa sonrisa infantil. -Vamos a mi despacho, ahí tengo tus papeles de la matrícula.

Le miré con desconfianza antes de contestar.

- ¿Qué hay de malo con mi matrícula?

-Te lo diré si te portas bien. -dijo en tono burlón y sentí náuseas.

-Entonces no voy.

-Era broma, vamos, es sobre las optativas que has cogido, los de administración son un desastre y no me gustaría que por eso no te pudieras graduar.

-Está bien... -concedí sin acabar de estar seguro de lo que estaba haciendo.

Llegamos a su despacho. Era un cuarto bastante pequeño, sin ventanas, con una mesa de escritorio llena de papeles y carpetas, presidida por un imponente sillón y un par de sillas al otro lado.

-Siéntate. -me indicó, y así lo hice, pero, para mi sorpresa, no se sentó en el sillón, sino que lo hizo a mi lado.

-Bueno ¿Qué pasa con las optativas? -pregunté en tono amenazador.

-Antes de nada, me gustaría que me contestaras a unas preguntas de nuevo, ya sabes sobre qué, pero esta vez serán algo más explícitas. -le miré con odio y él sonrió. -Y no me mientas, ya sabes qué pasará si lo haces.

-En unos días vuelve la madre de Alex y ya no te servirán esas amenazas. -sentencié.

-Vale, vale, entonces déjame que disfrute por última vez.

-Que sea rápido.

- ¿Qué hace Alex para calentarte?

- ¿Q...qué? -no estaba preparado para preguntas que no fueran de sí o no. Alfonso me miró con aire burlón.

-Me has oído perfectamente.

-Pues... besarme y... tocarme, no sé. -respondí finalmente huyendo de su mirada lasciva y repugnante.

-Tocarte ¿Dónde? -dijo mientras se acercaba a mí, haciendo que quedara paralizado por el miedo y las náuseas.

No respondí y contemplé con horror cómo llevaba su mano a mi entrepierna, acentuando más todavía mis ganas de vomitar.

-No te acerques...

Con un rápido movimiento que no supe prevenir me agarró las manos con fuerza, comencé a forcejear, pero era más fuerte que yo y consiguió tirarme al suelo, dejándome de rodillas. Intenté gritar, pero me asestó tal puñetazo que sentí como se reabría la herida de mi labio y cómo mi nariz empezaba a sangrar de forma descontrolada, mezclándose con mis lágrimas de puro terror.

Me sumergí en una nube de irrealidad, intentándome convencer a mí mismo de que aquello no estaba pasando, pero aquel monstruo aprovechó mi momento de flaqueza para atarme las manos a una de las patas del escritorio con una brida que no supe de dónde había sacado.

Cuando fui consciente de ello intenté liberarme desesperadamente, pero solo conseguí sentir cómo mis dedos se quedaban lentamente sin circulación. No podía gritar, el miedo me había paralizado y un nudo en mi garganta no me dejaba apenas respirar.

Alfonso contemplaba la escena con su impertérrita sonrisa, divertido y excitado, llenándome de tanto odio que sentí que iba a explotar. Lentamente se acercó a mí y, sin hacer caso de mis gemidos de súplica y terror, me bajó los pantalones. Pude darle una patada en las costillas, pero solo conseguí recibir otro fuerte golpe en el estómago, qué me dejó sin respiración durante lo que me parecieron horas, pero apenas fueron unos segundos. Cuando recuperé el aliento ya estaba completamente desnudo y él... también.

*

Lo único que recuerdo de lo que pasó después, o lo único que me atrevo a recordar, es el dolor, el asco, el odio y el miedo más fríos e intensos que jamás había sentido y que jamás sentiría.

La agonía que me invadió después de aquello me resulta indescriptible. Me sentía sucio, todo a mí alrededor era asqueroso, incluido yo mismo. Alfonso se quedó un rato mirándome, contemplando con diversión cómo me retorcía en el suelo, llorando e intentando gritar y cuando empecé a convulsionar, asfixiado por la falta de aire y las náuseas, se limitó a acercarme el cubo de basura para que vomitara durante más de cinco agónicos minutos.

Después de expulsar todo ese veneno que me estaba matando sentí que respiraba por primera vez, como si hubiera vuelto a nacer, convirtiéndome en una persona distinta.

Ahora ya no podía llorar, no podía gritar, tan solo sentía un enorme vacío en mi interior, como si todos mis sentimientos se hubieran desvanecido por miedo a ser demasiado horribles para poder soportarlos sin destrozarme por dentro. Definitivamente había vuelto a nacer.

Y a veces nacer es peor que morir.

Alex y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora