Dolor

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Alfonso había limpiado la sangre de mi cara antes de dejarme marchar, aunque sentía como mi labio inferior estaba ligeramente hinchado mientras vagaba por las calles sin lugar a dónde ir. No quería que Alex me viera, no quería ver su dulce sonrisa o su cara de preocupación, aquello me destrozaría, e ir a mi casa definitivamente no era una opción.

Llevaba algo más de una hora dando vueltas por el barrio cuando sonó mi teléfono. Era Alex. Me puse nervioso y sentí vergüenza, culpa y asco de mí mismo por alguna razón, no quería contestar, pero lo hice.

- ¿Hola? -intenté que no se notara nada extraño en mi voz.

-Sami, me muero de hambre ¿Dónde estás?

-Ya estoy llegando... no tenías que esperarme.

-Date prisa, gatito. -no me quedaban fuerzas para fingir que me molestaba que me llamase así.

-Vale, hasta ahora.

Y, resignado, puse rumbo a su casa. No tenía ni idea de qué debía hacer, no quería que Alex se preocupara y sufriera por mí, quería que todo estuviera como en las vacaciones, cuándo solo importábamos él y yo. Supongo que mi error fue aferrarme tanto a esa felicidad pasajera, pero no me di cuenta hasta mucho después.

Entré en la casa con las llaves que Alex me había dado y me dirigí a la cocina con el corazón latiéndome en la garganta. Ahí estaba él, rebuscando dentro de la nevera. Cuando se dio la vuelta me dedicó una de sus estúpidas y perfectas sonrisas y sentí como el nudo en mi garganta iba poco a poco aumentando.

-Sami ¿Te has perdido viniendo a casa o qué? -me saludó con aire burlón e hice un esfuerzo por sonreír, aunque solo fuera un poco, pero sonreír dolía más que una patada en la entrepierna. -Se te ha abierto la herida del labio, por cierto. -dijo acercándose a mí y llevando su mano a mi boca, pero al sentir el contacto de sus manos en mi piel vino a mi mente como un rayo el recuerdo de lo que acababa de pasar en el despacho de Alfonso.

- ¡No me toques! -Alex se quedó mirándome sorprendido. -Que duele... -intenté arreglarlo al instante. Él dudó un momento antes de decidir no tomárselo en serio.

- ¿Cómo puedes ser tan quejica? -volvió a sonreír. -¿Cómo te lo has hecho?

-Al salir del instituto me he tropezado en las escaleras y me he comido la puerta con la cara. -ya había pensado en esa excusa de camino a casa y me quedó más convincente de lo que me esperaba.

-Mira que eres torpe ¿Quieres que te la cure antes de comer?

-Tengo que ducharme. -la sensación de asco y de estar podrido me estaban matando.

-Pero si no hemos comido aún.

-No tengo mucha hambre... lo siento, salgo en diez minutos.

Antes de que Alex pudiera replicarme me di la vuelta y fui casi corriendo al baño. Me quité la ropa rápidamente, sin pensar en nada, y cuando ya estaba bajo la lluvia de agua caliente vi como un hilo de sangre se deslizaba como una serpiente venenosa desde mis muslos hacia el desagüe y me puse a llorar, pues me di cuenta que por mucho que me lavara no volvería a sentirme limpio nunca más.

Me envolví en una toalla y salí del baño en dirección a la habitación, pero en lugar de vestirme me quedé sentado en la cama, pues me dolía todo el cuerpo y cada ráfaga de dolor era como un cruel recordatorio de todo lo que había pasado. Me quedé quieto en todo momento, hasta cuando escuché los pasos de Alex acercarse. Me daba miedo moverme.

Alex se quedó unos segundos apoyado en el marco de la puerta mirándome pensativo y yo me limité a evitar su mirada en la medida de lo posible. Entonces soltó un suspiro de resignación y se acercó hasta sentarse a mi lado. Sabía que me estaba mirando, esperando a que dijera algo, a que le diese una explicación o lo que fuese, pero en lugar de eso me limité a apoyar primero mi cabeza en su hombro para después acabar de dejar caer todo mi peso sobre él.

Alex y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora