Experimentación

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Al día siguiente quedé con mi inquietante nuevo amigo Alex para empezar el famoso proyecto para clase. La forma despreocupada con la que me trataba, me hacía sentir una tensión y una vergüenza continuas, pero era algo así como adictivo, creo que me gustaba incluso antes de saber qué implicaba aquello...

Llamé a la puerta de su casa, que destacaba entre las demás por la falta de ornamentos, y me recibió un Alex que vestía una camiseta de Queen, uno de los grupos que había mencionado cuando Alfonso me preguntó sobre el tema musical frente a toda la clase.

-¡Sami!- me saludó con una amplia sonrisa. -Pasa, no hay nadie. Tu como si estuvieras en tu casa.

-Gracias... me gusta tu camiseta. -dije algo avergonzado. Él me miró complacido.

-Ya lo suponía, por eso me la he puesto. -fingí que eso no me incomodó.

Sin prestar atención a mi incipiente rubor, me condujo, atravesando un pasillo desnudo, hasta el modesto salón y me indicó que me sentara en el sofá mientras él desaparecía tras una puerta. De pronto escuché un maullido a mi derecha y descubrí que lo que parecía un cojín era en realidad un gran gato negro con unos ojos grandes y verdes, que me recordaron a los de su dueño. Después de atisbar con el hocico y analizarme con ojos exigentes, el gato se decidió a restregarse cariñosamente por mi brazo, buscando que le acariciara.

-Se llama Itachi.- me sorprendió la voz de Alex a mi espalda. -Está viejo y gordo, pero sigue siendo un plasta. -dijo mientras cogía al animal y lo acariciaba con ternura, para acto seguido despacharlo de la habitación.

-Itachi...- sonreí divertido.

-Tú tienes tus héroes y yo los míos. -ambos soltamos leve risa y de pronto sentí algo que desde hacía dos años creía olvidado, era agradable, me transmitía una extraña sensación de calidez y confianza a la que intenté aferrarme el mayor tiempo posible. -¿Una cerveza? -preguntó al tiempo que me alcanzaba una lata y cogía otra para él.

-Vale, muchas gracias. -como no sabía muy bien de qué hablar, me limité a dejar que él condujera la conversación, pero había una cosa que quería preguntarle desde que el día anterior me había fijado en que el nombre de un tal Pablo y el del mismo Alex, entre otras cosas, estaban tallados en diferentes sitios de mi pupitre, pero al pasar lista no había escuchado de ningún Pablo.

Me sorprendió mirándome atentamente.

-El otro día... -comenzó a decir. -Cuando Alfon te preguntó, dijiste que uno de tus libros favoritos es El Señor de las Moscas.

-Si...

- ¿Por qué? -no entendía su interés, pero me limité a intentar responderle.

-Bueno... creo que muestra una crudeza tan real y agobiante como... cierta y supongo que algo bella. No sé, no me hagas cas...

- ¿A qué edad lo leíste? -me interrumpió.

-Hace unos tres o cuatro años ¿Por qué lo preguntas?

-Yo lo leí a los doce, más o menos, y al acabarlo me pasé el resto del día llorando sin saber por qué. -me sorprendió la tranquilidad y firmeza con la que me hablaba.

-Te entiendo, yo esa noche no puede dormir. -de pronto dejó escapar una sonrisa triste, que daba a su rostro una belleza melancólica que me embriagó.

-Sin embargo, ésos son los libros que recordamos, los que nos marcan y podemos considerar como nuestros favoritos ¿No es raro? Algo que te hace sufrir... tal vez sea por eso mismo, al leerlos vemos una parte de nosotros reflejada, nos muestra nuestra propia naturaleza y miedos usando un espejo deformado. Creo que la maestría de un autor se demuestra cuando es capaz de, partiendo de algo ficticio, hacernos padecer verdadera angustia...

Alex y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora