Miedo irracional

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El resto de la semana me invadió una sensación horrible de angustia. Por un lado, Alfonso seguía actuando como si tal cosa, mirándonos de reojo a Alex y a mí siempre que podía, sin dejarme olvidar cuánto le odiaba y la impotencia que me hacía sentir el que nadie se diese cuenta de la persona que era ¿Por qué me había tocado a mí? ¿Qué podía hacer? ¿Había alguien más al que estuviera acosando? Todas esas preguntas se repetían constantemente en mi cabeza a golpe de martillo.

Por otro lado, cada vez que estaba con Alex y me daba cuenta de que solo quería estar con él el mayor tiempo posible, aumentaba el temor frío e irracional a que se apartase de mí. No sabía qué hacer, no podía dormir y solo quería que el asqueroso y podrido mundo, junto con todos sus habitantes desaparecieran y nos dejaran solos.

¿Eso era el amor? ¿No se suponía que era algo bueno? Aquello me estaba matando.

Pero todo eso empeoró de forma brutal unas semanas después, el día 16 de diciembre, aniversario de la muerte de Pablo, el amigo de Alex que se había suicidado sin que nadie supiera por qué. Toda mi clase fue vestida de negro y, antes de comenzar las clases, cada uno dijo unas palabras en su memoria, todos menos Alex. Por lo que pude deducir de sus ovaciones, Pablo había sido un chico alegre, tímido y muy amigo de sus amigos.

Aquel ambiente lúgubre y siniestro que había adoptado todo mi alrededor, me hizo sentir por primera vez que encajaba, pues era como si pudiese ver mi alma y mis pensamientos de angustia flotando en el aire, mezclándose con los de los demás y haciéndose más llevaderos.

-Sami, creo que me voy a ir a casa pronto hoy. -me dijo Alex en ese tono triste que llevaba todo el día intentando ocultarme.

- ¿Estás bien? -verle tan vulnerable me hacía quererle más aún y eso me dolía, no sabía cómo ayudarle, pues él era siempre el que me levantaba cuando yo estaba a punto de caer, pero si el que se estaba derrumbando era él no estaba seguro de poder cargar con todo el peso.

-Sí, estoy bien ¿Vienes conmigo? -me preguntó con ojos de súplica y sentí unas ganas horribles de abrazarle y decirle que me quedaría con él toda la vida si me lo pidiera, pero recordé con asco la advertencia de Alfonso acerca de saltarnos clase y, viendo su rostro derrotado, sentí ganas de llorar de la impotencia.

-Tengo examen de Historia del Arte. -mentí y al hacerlo sentí nauseas. -Pero si quieres puedo ir a tu casa esta tarde.

-Mejor ven al acabar las clases, te invito a comer.

-Está bien. -dije con una sonrisa y le acaricié la mano con ternura por debajo de la mesa, nunca había hecho algo así, pero supuse que dadas las circunstancias era lo menos que podía hacer.

-Te quiero. -me dijo al tiempo que entrelazaba sus dedos con los míos e hizo que mi corazón empezase a latir con fuerza. -No te alejes nunca de mí, por favor. -sus ojos brillaban perdidos en el horizonte y pude ver en ellos una tristeza sobrecogedora.

Las ganas de llorar me impidieron contestarle, además hacerlo hubiese sido demasiado doloroso.

En el recreo, cuando Alex ya se había ido, me acerqué a Misa.

-Oye Misa ¿Puedo hacerte una pregunta?

-Claro, dime tomatito. -ella me llamaba así desde que se enteró de que me daba mucho asco el tomate y, al parecer, le resultaba gracioso porque cuando me avergonzaba me ponía rojo como... bueno, un tomate. Dudé un momento antes de preguntar.

- ¿Cómo se suicidó Pablo? -se quedó visiblemente sorprendida.

-Dios mío... ¿Nadie te lo ha dicho? ¿No has oído nada?

-Pues no...

-Se tiró desde la azotea del instituto... Cayó ahí. -dijo mientras señalaba un extremo de la asfaltada cancha de baloncesto. -Si te fijas bien aún se ven las manchas de sangre, pero ya nadie juega al baloncesto ahí, ahora entrenan en el gimnasio. Mal rollo, supongo.

Alex y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora