*Epílogo*

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Primero oigo voces, no las entiendo, pero me gustan, sobre todo una de ellas, siento que me calma.

Me parece que llevo oyendo esas voces desde hace mucho tiempo, pero tal vez es la primera vez que se dirigen a mí.

Luego oigo un pitido suave, que llega desde algún lugar más allá del infinito y todo se vuelve blanco.

El pitido se hace un poco más fuerte, comienza a molestarme.

Al cabo de un rato me está volviendo loco. Quiero que alguien lo apague, pero aquí no hay nadie a parte de mí y ese pitido infernal.

Lo busco por todas partes, pero no encuentro de donde viene. Siento que la cabeza me va a explotar.

De pronto el pitido se mete dentro de mí, como si emanara de mi propio cuerpo. Y grito, grito todo lo fuerte que puedo para intentar contrarrestar su fuerza.

Es entonces cuando me despierto.

No recuerdo haberme sentido nunca tan aturdido. Estoy tumbado, o eso creo, aunque siento más bien como si volara. Entra luz en mis ojos por primera vez en lo que me parece una eternidad y por un instante creo haberme quedado ciego. De pronto las voces vuelven.

-Se está despertando. -dice una de ellas y todo se vuelve ruidoso. La cabeza me arde, no sé dónde estoy ni por qué.

Un poco después mis ojos comienzan a acostumbrarse a la luz y veo figuras borrosas correr de aquí para allá.

Vuelvo a dormirme.

La segunda vez que despierto lo hago de forma más abrupta, creo que incluso me he incorporado por el impulso, no sé cuánto ha pasado desde ese primer contacto con la realidad, pero ahora todo parece mucho más nítido.

-Alex...

Oigo una voz diciendo su nombre y miro a mi alrededor una y otra vez hasta que me doy cuenta de que esa palabra ha salido de mis propios labios.

Entonces lo recuerdo: recuerdo la carta, recuerdo las pastillas que me sonreían, pero por encima de todo recuerdo a Alex y me echo a llorar como un niño, sin comprender aún del todo lo que está pasando.

Siento de pronto una mano en mi hombro derecho y me giro en esa dirección. Hay un hombre que no reconozco, pero por su atuendo deduzco que es médico.

-Samuel ¿Sabes dónde estás? - pregunta.

-U...un hospital. - consigo decir.

-¿Sabes qué haces aquí?

Dudo un instante.

-Las pastillas...

-Llevas una semana en coma. Te despertaste ayer durante unos minutos, pero luego volviste a dormirte. Pensábamos que había sido una falsa alarma, pero me alegro de que al final...

-¿Por qué no me estás hablando en alemán? -le interrumpo al darme cuenta de que nada tiene sentido.

-Ah, eso. Verás, tu padre aún tenía el seguro médico contratado en España y nos llamaron del hospital de Berlín en el que estabas para hacer el traslado, un poco temerario en mi opinión, dado el estado en el que te encontrabas, pero bueno. Tu padre quería llevarte a Madrid, pero una tal Dolores no paraba de gritar al otro lado del teléfono y parece ser que le convenció de que...

Entonces comprendo que estoy en el hospital de la ciudad donde he vivido los últimos meses.

-¿Dónde está Alex? -vuelvo a interrumpirle, pero esta vez reacciona sonriendo.

-¿Ese chico? No se ha separado de ti desde que llegaste. Está en la sala de espera con tu padre.

Siento como las lágrimas se desbocan de mis ojos, no puedo creerme que vaya a verle otra vez...

-Que entre, por favor.

-Aún es pronto para eso, tenemos que asegurarnos de que no has sufrido daños cerebrales... -intenta explicarme con dulzura, pero yo no quiero atender a razones, no ahora.

-Por favor, solo un minuto aunque sea, de verdad que necesito verle. -suplico desesperado y cuando finalmente asiente y sale por la puerta siento que voy a explotar, pero nada me prepara para cuando la puerta vuelve a abrirse y entra por ella Alex, haciéndome sentir una felicidad que creía olvidada hace mucho tiempo.

No se acerca, se queda mirándome con expresión indescifrable y ojos vidriosos desde la lejanía. Su rostro está derrotado y cansado, pero es él, de verdad es él, creía que no iba a volver a verle y ahora lo tengo al alcance de mi mano. Acércate por favor, te lo suplico.

Entonces soy verdaderamente consciente de lo que he hecho y el solo pensar cómo lo habrá pasado me hace sentir la persona más miserable del mundo.

-Alex... lo siento... -consigo decir, pese a que un nudo me oprime hasta el alma.

De pronto da un paso al frente, sin mirarme, serio. Luego da otro y otro, hasta que ya está a mi lado, pero no me abraza, no me dirige la palabra, tan solo levanta el brazo y me pega un puñetazo que me deja aturdido.

Nos quedamos mirándonos el uno al otro sin decir nada y comenzamos a llorar al mismo tiempo.

Se sienta a mi lado en la cama y me envuelve con sus brazos, haciéndome sentir protegido por primera vez desde hacía mucho. No puedo parar de llorar, su olor me transporta a cuando éramos felices y me embriaga de tal forma que siento que me derrito de felicidad. Puede pegarme todo lo que quiera, mientras luego se acerque y me abrace de esta forma...

-Lo prometiste... -solloza cerca de mi oído y una nueva oleada de llanto me impide hasta respirar. -¿E...en qué cojones estabas pensando? -el llanto le impide hablar a él también y siento como la culpa me deshace por dentro. -Eres un gilipollas, Sami, no puedo creer que me hayas hecho esto después de todo lo qu...

Rompe a llorar esta vez de forma más desconsolada, sin dejar de abrazarme en ningún momento. Yo intento hablar, de verdad que lo intento, pero cada vez que abro la boca solo consigo que salgan sollozos y balbuceos que me hacen sentir impotente.

-Dijiste que nunca ibas a abandonarme... que no podrías hacerme sentir como te hizo sentir tu madre... ¡Di algo! Por favor, te lo suplico ¿Por qué m... -no acaba la frase, tan solo continúa deshaciéndose en llanto contra mi cuello.

Sigo intentando decir algo durante minutos enteros, sin poder parar de llorar, hasta que finalmente las palabras brotan trabajosamente de mi boca.

-Por favor... solo dime que aún me quieres... -suplico en un susurro, casi sin querer.

-Te odio muchísimo, pero nunca te he querido tanto como ahora... Pensé que te había perdido.

Vuelve a sumirse en el llanto y se apoya sobre mí, haciendo que sienta como se humedece mi hombro con sus lágrimas.

-Si no estoy contigo no tengo fuerzas... no quiero volver a sentirme así de débil nunca más. -le susurro entre sollozos y nos abrazamos desesperadamente.

-Tienes que querer esa fuerza más de lo que me quieres a mí...

-Perdóname, por favor. -vuelvo a sollozar.

-Yo no tengo nada que perdonar, lo importante es que te perdones y te quieras a ti mismo... y yo voy a estar ahí para asegurarme de que lo hagas.

*

No merezco a alguien tan perfecto como Alex, y él no se merece a alguien tan imperfecto como yo. Pero la vida siempre ha sido injusta y, por primera vez, me alegro de que así sea.



FIN


Alex y YoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora