IV

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A toda prisa llegó a aquel bar que en cierta parte le costó volver a encontrar, y es que ni siquiera se había fijado en la fachada esa tarde.

La puerta estaba abierta aunque las mesas exteriores vacías, por lo que probablemente estuviera a punto de cerrar.

Entró con cuidado y unas luces tenues confirmando su hipótesis la recibieron.

Al oír el sonido de la puerta, de una habitación a la izquierda de la entrada, salió el mismo joven con el que había chocado antes pero ya sin el uniforme de camarero.

Lucía una camisa de manga corta blanca desabrochada por el pecho y unos vaqueros cortos negros.

- ¿Otra vez tú? - sonrió el chico a modo de saludo.

- Siento interrumpir, supongo que estaréis cerrando - se disculpó la chica.

Pero antes de seguir hablando, el rubio la cortó mientras se dirigía hacia la barra.

- ¿Siempre eres así? - preguntó para acto seguido tenderle su teléfono móvil.

- ¡Dios mío, muchísimas gracias de verdad! - exclamó ella - Y siento mucho lo de antes, bueno, y lo de ahora.

El joven dejó escapar una carcajada.

- Definitivamente sí, eres así.

La castaña le miró con el ceño fruncido guardando su teléfono en el bolso.

- ¿Así cómo? - preguntó.

- Así - contestó el chico señalándole -, tan correcta y educada. Disculpándote por todo y dando siempre las gracias.

- Son modales, me los han enseñado desde pequeña - contestó algo molesta ella.

Ese chico no la conocía de nada, ni siquiera sabían sus nombres, y no le agradaba que hiciera bromas en cuanto a su comportamiento formal.

Le parecía el típico chaval de veinte y pocos años engreído y popular.

- Vaya, discúlpeme señorita, no era mi intención ofenderla - rio más tarde -. Si me permite, he de cerrar el local si no quiero recibir reprimendas por parte de mis superiores.

La chica no daba crédito a la confianza con la que le hablaba y su malestar aumentaba notando el deje de ironía y diversión en sus palabras.

No dijo nada, simplemente se limitó a salir del lugar e iniciar de nuevo su marcha hacia el hostal para no llegar muy tarde a la cena.

Pero pocos segundos después escuchó a sus espaldas una voz que le gritaba, pues no había más nadie en aquella calle.

En un principio se asustó, pero al girarse observó el cuerpo del rubio andar a paso ligero para intentar alcanzarla.

No le había caído muy bien así de primeras, e iba molesta por su actitud, pero parecía interesado en llegar hasta ella por lo que optó por detener sus pasos y esperarle.

- Vaya con la señorita, si que lleva un paso rápido - sonrió al llegar a su altura con la respiración algo agitada por el esfuerzo.

- ¿Tú también eres así? - preguntó Eva con dignidad cruzándose de brazos.

Al chico pareció hacerle gracia aquella postura pues ensanchó su sonrisa.

- ¿Así cómo? - la imitó.

La joven soltó un soplido.

- Tan chulo y egocéntrico - espetó algo enfadada.

- Pero si ni siquiera me conoces, mujer - rebatió -. Eso de prejuzgar no es muy educado por tu parte.

La chica volvió a resoplar.

- Creo que ya he tenido suficiente, si me permites prefiero perderte de vista.

El chico rio, juraría que estaba disfrutando con aquella situación.

- Si es lo que la señorita desea, no se hable más - le respondió -. Un placer haber conversado con tan educada persona, mi camino por desgracia es hacia el otro lado, tenga cuidado a la vuelta.

Y haciendo una reverencia ante ella la dejó allí y se marchó en la dirección por la cuál había venido.

Aquello había sido, con total probabilidad, una de las situaciones más surrealistas que se habían dado a lo largo de su vida.

Regresó al hostal y consiguió pillar algo de cena antes de que el comedor cerrase.

Al volver a la habitación se puso un pijama veraniego que había llevado y se metió en la cama.

Suspiró mirando al techo.

Había sido, cuanto menos, un día tranquilo.

Había hecho el ridículo en varias ocasiones y para mayor desgracia había conocido a una persona que hablase su lengua pero a la que, en principio, no tenía intención de volver a ver.

Se giró en la cama quedando tumbada hacia el lado de la ventana.

La luna proyectaba la luz que recibía de las estrellas sobre el ancho mar.

La noche estaba realmente preciosa y una suave brisa hacía del lugar un rincón apetecible.

Volvió a sonreír.

A pesar de todo, seguía sintiendo que estaba donde quería; y donde pensaba que debía.

Poco a poco el cansancio la fue rindiendo y cayó en los brazos de Morfeo minutos después.

Pero la noche, al igual que lo había sido el día, no tenía intención de ser completamente pacífica.

La luna le observaba caminar cruzando esas calles idílicas que a la isla pertenecían.

El sol se había escondido tiempo antes y solo la luz de las estrellas ayudaba a las farolas a alumbrar la ciudad.

Mykonos.

La suave brisa marina golpeaba levemente su cara agitando su larga cabellera castaña.

El mar en calma ponía sinfonía a aquel ligero paseo.

La población dormía, los establecimientos comenzaban a cerrar y poco ruido interrumpía el calmado ambiente.

El vestido blanco que llevaba hacía juego con las paredes encaladas de las típicas casas que a su derecha emergían.
Los tejados azules de estas, nada tenían que envidiar al intenso azul de sus ojos.

Y de repente unos acordes detuvieron sus pasos en mitad del pavimento.

Sus oídos recibían un dulce sonido que ya no solo era el suave rasgueo de una guitarra, sino que ahora se distinguía una voz ronca pero digna de ser escuchada.

Por más que miraba a su alrededor no encontraba el lugar de dónde provenía tan embelesador sonido.

Y mientras sus pasos volvían a trazar camino, su mente divagaba mientras su mirada se perdía en el horizonte sin dejar de escuchar aquella canción a la que no conseguía reconocer.

Los acordes se fueron alejando y con la intriga de quién sería el intérprete y cuál sería la canción, llegó a su destino.

***

Un capítulo más.

Feliz comienzo de semana.

Contadme vuestras hipótesis para la continuación de la novela.

Espero que os esté gustando, nos vemos el miércoles.

🤍🤍🤍

Firmando HistoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora