VII

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Los días pasaron y a cada uno de ellos, mejor le iba.

Eva estaba totalmente integrada en el trabajo, e incluso podría decirse que Hugo y ella comenzaban a ser amigos.

Era un tarde de viernes, estaban a punto de cerrar y ambos recogían las mesas que aún quedaban.

Al día siguiente se cumplirían dos semanas desde que la gallega llegase a la isla, y ella no podía estar más feliz.

Sentía por primera vez que era productiva, que respiraba.

Salió de su ensimismamiento cuando escuchó la voz de Hugo a sus espaldas.

- Eva - le llamaba.

- Sí, perdón, estaba pensando - respondió la chica secando sus manos luego de lavar los últimos platos.

El joven sonrió.

- Decía que si te apetece cenar conmigo.

Aquella proposición pilló a la chica de imprevisto, no esperaba que el rubio quisiese cenar con ella.

- Hugo Cobo, ¿una cita tan rápido? - bromeó ella - Pensé que tardarías más en caer rendido a mis pies.

El chico soltó una carcajada y se dirigió a quitarse el delantal.

- Más quisiera la señorita perfecta - le respondió.

Esta vez fue ella quién rio.

- Pero fuera de bromas - añadió segundos después el joven más serio -, hace dos semanas que estás aquí y según me has contado no has visto mucho la isla.

La chica asintió.

- Me gustaría enseñarte algunos lugares.

- Está bien - cedió ella sonriendo.

- ¿Te estás quedando en el hostal del centro, verdad? - le preguntó Hugo.

- Sí - respondió.

- Vete a prepararte, yo me encargo de cerrar - le dijo el chico -. Te paso a buscar en una hora.

Eva levantó una ceja, si el día que se conocieron llegan a decirle que Hugo podía llegar a ser así de amable, no se lo hubiera creído.

Soltó su delantal y recogió su bolso.

- Nos vemos ahora - se despidió de Hugo y puso rumbo al hostal.

Allí se duchó y se decantó por un vestido de tirantes azul marino.

Se dejó el pelo suelto y se maquilló un poco, lo suficiente para que no se notara.

Al salir del baño observó que tenía una carta sobre la mesita de noche.

Probablemente le hubiera llegado esa mañana y la señora de la recepción se la hubiera dejado allí.

Se acercó hasta ella y la abrió.

En el sobre descubrió el nombre de Antón y entonces, aquella correspondencia, no pudo hacerle más ilusión.

Querida Eva:

No te imaginas la alegría que me ha dado poder saber de ti.

El faro está un poco solo sin tu presencia, pero creo que merece la pena sabiendo todo lo que estás logrando.

Me alegra leer que te han aceptado y que tu estancia en Grecia, probablemente, vaya para largo.

Por aquí sigue todo igual, no tienes de qué preocuparte.

Espero que vuelvas a escribirme pronto.

Recuerda siempre que esta vida es tuya y solo tú decides sobre ella.

Sé muy feliz y cuídate.

Besos,
Antón.

Acabó de leer la carta con los ojos aguados por la emoción.

Aquel hombre era tan importante en su vida.

Miró su reloj y se dio cuenta de que Hugo debía estar esperándola.

Bajó a toda prisa y, efectivamente, se encontró al chico apoyado en el capó de un coche fumando.

Aquello le sorprendió, no sabía que Hugo fumase.

Pero debía reconocer que si el chico era guapo por naturaleza, aquella postura que adoptaba al fumar le hacía más irresistible aún.

Eliminó ese pensamiento en cuanto fue consciente de cómo estaba mirando al chico. Por suerte este no se había percatado de su presencia aún.

Se acercó hasta él y cuando el chico le vio apagó el cigarro.

- Buenas noches - le sonrió.

- Buenas noches - le respondió ella.

Sintió que Hugo la miraba de arriba a abajo y se sonrojó.

- Le queda muy bien ese vestido, señorita - sonrió el chico.

Ella negó riendo.

- Calla anda - le pidió -. ¿Dónde me llevas?

Hugo se incorporó y comenzó a caminar hacia la izquiera.

- Sígueme - le pidió.

Estuvieron caminando en silencio escasos diez minutos.

El chico encabezando el paso y la gallega siguiéndole.

La noche comenzaba a hacerse presente en las calles, el sol ya se había ocultado y las primera estrellas comenzaba a divisarse en el firmamento.

- Por aquí - le indicó Hugo cogiendo una calle estrecha.

Llegaron al final de dicha calle dónde el chico le pidió que esperara en la puerta de lo que parecía ser una pizzeria.

Poco después entraron, la chica se sorprendió al observar que Hugo había reservado mesa en una preciosa terraza dónde se observaba la ciudad.

Pasaron la velada de manera agradable charlando de todo y de nada.

Conociéndose un poco más y descubriendo que tenían más cosas en común de las que creían.

Cenaron una pizza y una ensalada que el rubio recomendó a la gallega y ella compartió con él.

Cuando terminaron, el joven insistió en pagar.

- Hugo, déjame que pague mi parte - pedía ella -. Que si no tendré que invitarte otro día y no sé si me apetece volver a quedar contigo.

Ambos rieron sabiendo que no era verdad.

De nada sirvió la insistencia de Eva puesto que terminó pagando el chico.

- ¿Estás muy cansada? - le preguntó el rubio minutos después.

Ella negó.

- Te dejo que me invites a un helado - sonrió bromeando.

Pero lo cierto es que terminaron en una heladería con un cucurucho cada uno.

- ¿Te quieres ir ya al hostal? - preguntó el chico.

- Esto no será una propuesta indecente - rio Eva.

El joven acompañó sus risas negando.

- Sorpréndeme - terminó diciendo la joven a quién le apetecía seguir pasando tiempo con el rubio.

***
¡Hola!

Estoy de vuelta.

Siento la espera, pero os lo compenso con este capítulo y avanzandoos y comienza la verdadera trama.

Espero vuestras opiniones.

🤍🤍🤍

Firmando HistoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora