XXVI

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La abuela y la madre de Hugo aparecieron en el salón con el postre.

Entablaban una conversación que a los chicos poco importaba.

- Abuela - llamó el rubio su atención.

La aludida, al ver el semblante serio de su nieto, cambió el gesto de su rostro a preocupación.

- ¿Qué ocurre? - preguntó.

- Siéntate, por favor - pidió él.

Tanto la mujer como su hija tomaron asiento.

- Hugo, nos estás asustando - intervino su progenitora.

El chico tragó saliva apretando la mano de Eva bajo la mesa.

- Verás abuela - comenzó diciendo -, me vas a perdonar pero no pude evitar hacerlo.

Su abuela y su madre le miraron sin saber a qué se refería.

- Te oí un día hablar con el vigilante de la casa del centro, en la que viviste con el abuelo la primera vez que estuviste en la isla y de la que nunca quieres hablar - siguió -. Y me pudo la curiosidad y me he colado varias veces.

El rostro de su abuela, visiblemente nerviosa, palideció ante aquella confesión.

- Y, ¿para qué quieres tú entrar en esa casa? - preguntó algo molesta.

Hugo miró a Eva buscando apoyo y en los ojos azules de ella encontró la fuerza necesaria para seguir con aquella conversación.

- Nunca hablas del abuelo, ni siquiera tienes fotos con él o de él por la casa - respondió -. Siempre me ha parecido extraño pero este último año, y más desde que sé cómo se puede entrar a esa casa, me he cuestionado mucho por qué.

Su madre le interrumpió:

- Hugo, sabes que la pérdida del abuelo no fue fácil para la abuela y no le gusta tocar el tema.

El chico, sin quererlo, dejó escapar una leve risa irónica.

Se levantó de la mesa bajo la atenta mirada de las tres mujeres que le acompañaban y cogió, de una maleta, el diario que encontraron en la casa.

Se lo tendió a su abuela que, casi temblando, lo cogió con cuidado.

- Lo encontré en la biblioteca de la casa - mintió.

No quería que si, a su abuela le molestaba aquello, tomara represalias contra Eva y por eso prefirió mentir para sacarla de aquel asunto de cierta manera.

- Estaba en muy mal estado, pero lo llevé a un conocido que pudo salvar bastantes páginas - terminó diciendo.

- ¿Lo has leído? - preguntó su abuela sin mirarle.

El chico asintió.

- Yo, Hugo - tartamudeó la mujer -. Nunca pensé que me tendría que enfrentar a esto - confesó.

Su madre le miró interrogante queriendo saber qué estaba pasando.

- ¿Qué pone ahí? - preguntó.

Hugo suspiró volviendo a tomar asiento junto a Eva.

- Los abuelos se conocieron en Barcelona. El abuelo era marinero y al conocer a la abuela viajaron hasta aquí, hasta Mykonos, dónde vivieron juntos una temporada - explicó -. Pero el abuelo se tuvo que volver a España, y la abuela, que quería abrir el bar para cumplir la promesa que hizo a su padre, se quedó en la isla.

>> Al poco tiempo se enteró que estaba embarazada de ti y retrasó el proyecto para volver a España en busca del abuelo, pero no tuvo éxito y cuando tú nacistes, para que no vivieras con la incertidumbre de desconocer el paradero de tu padre, inventó que había muerto.

>> Cuando nos mudamos a Barcelona, probablemente fue porque, aunque pocas, aún tenía esperanzas de encontrarle, pero no lo hizo y, obviamente, nosotros nunca supimos nada.

>> Una vez de vuelta a Mykonos para terminar de cumplir el sueño de su madre y abrir el bar, decidió no pisar la  antigua casa porque aún le recuerda al abuelo.

Tras el resumen de la historia, en la casa se hizo un silencio profundo en el que ni las respiraciones de los presentes se escuchaban.

- ¿Es eso cierto, mamá? - preguntó Ana, la madre de Hugo, levantándose de su asiento.

La abuela del chico asintió cabizbaja sin apartar la vista del cuaderno.

- Lo siento, siento muchísimo haberos ocultado la verdad - dijo minutos después -. Pero no fui capaz de criarte con la esperanza de conocer a tu padre algún día sin saber si eso ocurriría - se dirigió a su hija.

De nuevo hubo un silencio, algo más breve en el salón.

- Pero - dijo la mayor de las mujeres -, ¿cómo sabes todo eso? Aquí no hay información suficiente para conocer la historia completa.

Hugo miró a Eva y la chica comprendió que era su momento.

- Yo le he ayudado a unir piezas en este puzzle - confesó nerviosa por la reacción de la mujer.

Nadie habló invitando a seguir a la chica.

- Yo - hizo una pausa para respirar -. Yo conozco a Antón.

Entonces fue cuando la abuela del chico levantó la vista del cuaderno y miró a Eva con los ojos muy abiertos por el impacto y la sorpresa de la confesión.

- ¿Cómo - tartamudeó -. ¿Cómo que le conoces?

- Antón, el abuelo - intervino Hugo -, era amigo de su abuelo y para ella es como de la familia.

- Pero, ¿eso quiere decir que mi padre vive? - preguntó esta vez Ana.

La chica asintió levemente con la cabeza.

- Abuela - dijo Hugo agachándose para coger sus manos -, no te culpo por nada de lo que pasó, actuaste como creiste. Pero estamos a tiempo de arreglarlo todo.

La mujer le miraba con las lágrimas saltadas.

- Yo no sé vosotras, pero a mí me gustaría conocer al abuelo. Creo que se merece saber que sigues viva y que tiene familia.

El joven miró a su madre y seguidamente a su abuela.

- Yo no creo que sea buena idea, Hugo - respondió su abuela. -. Antón no debe acordarse ya de mí, hace muchos años de eso.

El chico volvió la vista hacia Eva que sonreía tímida.

- Créame que Antón la recuerda - respondió -. Yo a usted la conocía antes de saber que era María, el amor de su vida.

Un brillo diferente apareció en la mirada de la mujer.

- ¿Lo dices enserio?

- Por supuesto, Antón me ha contado muchas veces su historia desde que soy pequeña. La ha tenido presente todos los días de su vida.

De nuevo silencio, María parecía pensativa.

- ¿Y tú sabes dónde encontrarlo?

***
¡Hola!

Perdonad mi ausencia, pero he tenido puente y he estado fuera sin cobertura.

Espero que hasta ahora estéis disfrutando de la novela.

Aún quedan capítulos, por lo que todo puede pasar.

Nos leemos el lunes.

🤍🤍🤍




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