II

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Cerró la maleta que tanto se le resistía y cuando lo consiguió bajó con ella hasta el salón dónde su madre la esperaba con los brazos cruzados.

Habían pasado dos días desde aquella conversación acalorada entre ambas y aunque la mujer había conseguido entrar un poco en razón, seguía sin estar de acuerdo con la decisión de su hija.

- Voy a despedirme de Antón antes de ir al aeropuerto - informó para acto seguido abandonar la estancia.

Cruzó el campo de hierba fresca y fina descalza, observando a su izquierda el mar en calma, el horizonte que distinguía el azul del agua del azul del cielo.

Suspiró, echaría terriblemente de menos su casa, su tierra; huir al faro cuando necesitase respirar. Pero aún así sabía que seguiría teniendo cerca el mar, uno distinto al de las playas gallegas pero al fin y al cabo, el mar.

Al llegar a la casa del farero que se erguía junto al faro al final del acantilado, tocó varias veces la puerta esperando a que el hombre abriera.

Cuando aquello ocurrió, la sonrisa de aquel señor que la había visto crecer asomó tras el marco contagiándose a ella instantáneamente.

- Buenos días, Antón - sonrió la chica.

- Dichosos los ojos bonita - respondió el hombre -, el otro día sentí que subías al faro pero ni siquiera viniste a saludar. ¿Todo bien?

- Sí, nada de qué preocuparse - contestó amablemente la morena -, ¿le importa que pase y le cuento dentro?

Automáticamente el hombre se apartó rápido de la puerta permitiendo la entrada de la chica a la vivienda.

- ¿Quieres tomar algo?

- No, tranquilo de verdad, estoy bien.

Antón asintió y sonrió.

Ambos tomaron asiento en el salón de la casa donde las paredes blancas se adornaban con cuadros de temática marina y una pequeña y vieja televisión se apoyaba en una mesita de madera pintada en azul.

- Y bien, ¿ocurre algo?

La chica meditó sus palabras unos segundos para más tarde responder:

- Me marchó Antón. Me voy del pueblo, del país.

La cara de aquel señor que en poco tiempo pasaría la edad de los sesenta fue una mezcla entre sorpresa e incredulidad que en cierta parte llegó a asustar a la chica.

- ¿Y eso por qué?

- Porque hace un tiempo que siento que me ahogo aquí, que no es este mi lugar - explicó -. He encontrado un posible puesto de trabajo en Grecia, en Mykonos. ¿Se acuerda? Usted mismo me habló de la isla y me contó cómo se enamoró allí de María - sonrió con tristeza.

Efectivamente, desde bien niña, Eva siempre había escuchado de los labios de aquel hombre la misma historia de amor de película.

Antón le contaba cómo había conocido a María, la que fuera la mujer de su vida, en Barcelona, en uno de sus viajes en barco.

Decía que en cuánto la vio supo que había algo diferente en su mirada, en su forma de ser; algo que nunca había visto en nadie y que, apoyando a su indiscutible belleza, la hacía única.

Relata además cómo siguió el viaje hasta la isla griega de Mykonos dónde la, por aquel entonces joven María, había decidio acompañarle; y en una noche de luna llena en una playa preciosa, descubrió que estaba enamorado.

Pero la historia no tenía un final agradable, Antón hubo de volver a Galicia y María, locamente enamorada de la isla, por alguna razón decidió quedarse allí obligando a separar sus caminos.

Desde entonces, el hombre nada volvió a saber de ella.

- ¿Estás segura de qué esto lo que quieres hacer? - le preguntó Antón luego de unos segundos.

- A decir verdad no lo sé - se atrevió a confesar -. Pero tengo veinte años, es momento de empezar a buscarme la vida, construir mi propio camino y errar y caerme las veces que hagan falta para aprender. ¿Si no es ahora, cuándo?

La sonrisa por parte del hombre al escuchar estas palabras fue el gesto de fuerza y confianza que Eva necesitaba para sentirse apoyada, para sentir que lo que hacía tampoco era una gran locura.

- Tienes toda la razón hija, esta vida es tuya y te pertenece, solo tú decides sobre ella.

El abrazo siguiente hizo derramar algunas lágrimas de felicidad y nostalgia a la chica.

- Prométeme que te vas a cuidar mucho y que algún día volverás a visitarme.

- Por supuesto que sí.

El hombre depositó un suave beso en su cabeza y entonces sí, Eva se pudo marchar tranquila sabiendo que a pesar de todo, hacía lo que su corazón le dictaba.

La despedida de su madre fue, quizás,  una de las cosas más difíciles de su marcha, y es que, a pesar de todo, ambas llevaban por dentro el mismo miedo a la incertidumbre y se echarían terriblemente de menos.

Pero el avión despegó y en él todo el cúmulo de emociones de la gallega.

Comenzaba su nueva vida.

Esa en la que nadie sabía lo que le depararía el futuro en aquella isla paradisíaca. Si solo estaría de paso, si tendría que regresar tal y cómo había ido o si se quedaría allí para siempre.

Pero la adrenalina de su cuerpo en aquel instante avisaba que fuese lo que fuere que pasase en las próximas horas, estaba haciéndolo bien.

Y mientras Galicia se hacía diminuta a sus pies, observó a través de la ventana las nubes que rodeaban el avión y suspiró rezando a un Dios en el que no creía para que por primera vez en mucho tiempo, algo le saliera bien.

***

¡Hola!

Vuelvo a publicar lunes y miércoles como solía hacer.

Los primeros capítulos son un poco aburridos porque es más que nada introducción.

Pero contadme qué os parece hasta el momento.

Firmando HistoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora