XI

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Pasados unos minutos desde que llegaron a la biblioteca, Hugo terminaba su cigarro perdiendo su vista a través del ventanal mientras Eva seguía mirando los libros.

- Hugo, mira esto - llamó la chica al rubio.

El aludido se giró hacia su derecha observándola subida a una escalera alcanzando un libro cuya cubierta era roja.

Seguidamente vio a la morena bajarse y caminar hacia él sin dejar de ojear aquellas páginas.

Apagó el cigarro y se puso a su lado a ver que escondía aquel cuaderno.

- No se lee nada - dijo al ver que las letras estaban borrosas.

- No es un libro, estoy segura - le dijo ella mirándole.

- ¿Entonces? - preguntó él sin entender muy bien qué era.

- Mira, es tinta - señaló una de las páginas -. Las páginas están amarillas, debe tener más de una década, y tanto tiempo cerrado ha hecho que la tinta se corra y sea prácticamente ilegible.

Hugo la miró pidiendo en silencio más explicaciones.

- He mirado otros libros y las impresiones están bien - apuntó -. Este cuaderno se ha escrito a mano, hace mucho además.

El chico le quitó suavemente el libro a la gallega y caminó con él hasta el sofá dónde tomó asiento.

La chica le siguió y ambos observaron una por una las páginas de aquella encuadernación de portada roja.

- No hay ningún nombre ni nada - dijo Hugo.

- No, y la portada y la contraportada no tienen nada más que un número.

El rubio, al oír aquello, cerró el cuaderno y buscó dicho número.

1972.

- ¿Te suena de algo? - le preguntó Eva.

El chico asintió y la miró.

- Estoy seguro de que es el año en que mi abuela vino por primera vez a Mykonos.

La morena abrió los ojos como platos.

- Puede que este sea un diario de tu abuela, o algo relacionado con tu abuelo quizás - dijo ella.

Él asintió.

- Pero no hay ni una página que se salve Hugo, de aquí no podemos salvar mucho.

La gallega se giró a mirar al chico que se encontraba como meditando algo.

- Creo que sí puede haber manera - dijo levantándose del sofá.

Eva le miró esperando a que continuara.

- Conozco a un chico, Aquiles, que tiene una tienda de antigüedades con su padre en la isla - comentó -. Quizás nos puede ayudar y darnos alguna información sobre el cuaderno o algo relacionado con este que nos lleve a alguna pista sobre la relación de mis abuelos.

A la chica no le pareció una mala idea aquello.

- ¿Quieres que te ayude en esto? - preguntó refiriéndose al plural que había usado Hugo anteriormente.

El joven sonrió.

- ¿Tú quieres ayudarme? - le devolvió la pregunta.

- ¿Cuándo vamos? - contestó ella incorporándose también.

Hugo sonrió agradecido.

- ¿Qué te parece este sábado? No trabajamos y podríamos ir por la mañana.

- Está bien - aceptó ella.

El resto de la tarde la pasaron en aquella habitación.

Eva descubriendo miles de mundos en cada libro y Hugo sin dejar de observar aquellas páginas amarillentas como si por arte de magia, de tanto mirarlas, se volvieran legibles.

La noche comenzó a caer y el sol se ocultaba en el horizonte mientras la luna se hacía visible.

- Eva - llamó el chico a la morena quién leía con atención un libro apoyada en el ventanal.

La chica levantó la mirada al oírle.

- Es tarde - sonrió él -, creo que deberíamos irnos.

Ella le devolvió la sonrisa y asintió para luego dejar el libro en su sitio.

- Vendremos otro día para que lo termines - le dijo el rubio saliendo de la casa.

- No hace falta Hugo - le restó ella importancia.

- Sí lo hace - insistió él.

- ¿Tienes algo qué hacer? - preguntó la morena.

El joven la miró interrogante.

- No me apetece ir al hostal, podríamos comprar unas pizzas y cenar en la cala esa tras la casa, por dónde salimos el otro día que no había nadie.

Hugo sonrió.

- Vamos entonces.

Poco más de media hora más tarde el reloj marcaba las nueve y media y ambos estaban sentados en la arena compartiendo una pizza.

Comían en un silencio que Eva se encargó de romper.

- El otro día dijistes que era lo más parecido a una amiga que habías tenido nunca.

Él asintió.

- ¿No has tenido amigos nunca?

Hugo hizo una mueca.

- He tenido una infancia ajetreada digamos - explicó -. Como te dije, mi abuela se volvió a Córdoba cuando estaba embarazada de mi madre, ya sin mi abuelo.

Ella asintió.

- Pues estuvieron allí hasta que mi madre se quedó embarazada de mí con veinticuatro años - continuó -. Pues cuando yo cumplí ocho años mi padre murió en un accidente de tráfico y mi madre, mi abuela, mi hermano pequeño y yo nos mudamos a Barcelona, dónde ella había estado viviendo también un tiempo de joven.

La chica le miró tristemente en silencio.

- Allí estuvimos unos años, hasta que cumplí los quince que mi abuela decidió que era buena idea mudarnos de nuevo aquí - concluyó -, y hasta ahora. Me he mudado tanto en mi vida que no me ha dado tiempo a hacer amigos.

La gallega le puso una mano en el hombro en señal de apoyo.

- ¿Sabes? Puedo parecer una persona muy lanzada pero nada por el estilo, suelo ser muy cerrado y tímido con la gente a la que no conozco. No me suelo abrir con nadie y me es muy difícil confiar rápido en las personas, y creo que ese ha sido otro de los motivos por los que no he tenido la oportunidad de hacer amigos.

Eva sonrió tímida.

- Pues conmigo no has sido así - le respondió.

- Por eso te digo que eres lo más parecido a una amiga que he tenido nunca - dijo él mirándola -. Me transmites confianza sin saber por qué y no me cohíbe hablar contigo. No sé, eres diferente.

Ella sonrió enternecida.

- ¿Y tú? - le preguntó él - También dijistes que era lo más parecido a un amigo que habías tenido nunca.

***

Feliz comienzo de semana.

Otro capítulo más.

Contadme qué os parece.

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