Pasados unos minutos desde que llegaron a la biblioteca, Hugo terminaba su cigarro perdiendo su vista a través del ventanal mientras Eva seguía mirando los libros.
- Hugo, mira esto - llamó la chica al rubio.
El aludido se giró hacia su derecha observándola subida a una escalera alcanzando un libro cuya cubierta era roja.
Seguidamente vio a la morena bajarse y caminar hacia él sin dejar de ojear aquellas páginas.
Apagó el cigarro y se puso a su lado a ver que escondía aquel cuaderno.
- No se lee nada - dijo al ver que las letras estaban borrosas.
- No es un libro, estoy segura - le dijo ella mirándole.
- ¿Entonces? - preguntó él sin entender muy bien qué era.
- Mira, es tinta - señaló una de las páginas -. Las páginas están amarillas, debe tener más de una década, y tanto tiempo cerrado ha hecho que la tinta se corra y sea prácticamente ilegible.
Hugo la miró pidiendo en silencio más explicaciones.
- He mirado otros libros y las impresiones están bien - apuntó -. Este cuaderno se ha escrito a mano, hace mucho además.
El chico le quitó suavemente el libro a la gallega y caminó con él hasta el sofá dónde tomó asiento.
La chica le siguió y ambos observaron una por una las páginas de aquella encuadernación de portada roja.
- No hay ningún nombre ni nada - dijo Hugo.
- No, y la portada y la contraportada no tienen nada más que un número.
El rubio, al oír aquello, cerró el cuaderno y buscó dicho número.
1972.
- ¿Te suena de algo? - le preguntó Eva.
El chico asintió y la miró.
- Estoy seguro de que es el año en que mi abuela vino por primera vez a Mykonos.
La morena abrió los ojos como platos.
- Puede que este sea un diario de tu abuela, o algo relacionado con tu abuelo quizás - dijo ella.
Él asintió.
- Pero no hay ni una página que se salve Hugo, de aquí no podemos salvar mucho.
La gallega se giró a mirar al chico que se encontraba como meditando algo.
- Creo que sí puede haber manera - dijo levantándose del sofá.
Eva le miró esperando a que continuara.
- Conozco a un chico, Aquiles, que tiene una tienda de antigüedades con su padre en la isla - comentó -. Quizás nos puede ayudar y darnos alguna información sobre el cuaderno o algo relacionado con este que nos lleve a alguna pista sobre la relación de mis abuelos.
A la chica no le pareció una mala idea aquello.
- ¿Quieres que te ayude en esto? - preguntó refiriéndose al plural que había usado Hugo anteriormente.
El joven sonrió.
- ¿Tú quieres ayudarme? - le devolvió la pregunta.
- ¿Cuándo vamos? - contestó ella incorporándose también.
Hugo sonrió agradecido.
- ¿Qué te parece este sábado? No trabajamos y podríamos ir por la mañana.
- Está bien - aceptó ella.
El resto de la tarde la pasaron en aquella habitación.
Eva descubriendo miles de mundos en cada libro y Hugo sin dejar de observar aquellas páginas amarillentas como si por arte de magia, de tanto mirarlas, se volvieran legibles.
La noche comenzó a caer y el sol se ocultaba en el horizonte mientras la luna se hacía visible.
- Eva - llamó el chico a la morena quién leía con atención un libro apoyada en el ventanal.
La chica levantó la mirada al oírle.
- Es tarde - sonrió él -, creo que deberíamos irnos.
Ella le devolvió la sonrisa y asintió para luego dejar el libro en su sitio.
- Vendremos otro día para que lo termines - le dijo el rubio saliendo de la casa.
- No hace falta Hugo - le restó ella importancia.
- Sí lo hace - insistió él.
- ¿Tienes algo qué hacer? - preguntó la morena.
El joven la miró interrogante.
- No me apetece ir al hostal, podríamos comprar unas pizzas y cenar en la cala esa tras la casa, por dónde salimos el otro día que no había nadie.
Hugo sonrió.
- Vamos entonces.
Poco más de media hora más tarde el reloj marcaba las nueve y media y ambos estaban sentados en la arena compartiendo una pizza.
Comían en un silencio que Eva se encargó de romper.
- El otro día dijistes que era lo más parecido a una amiga que habías tenido nunca.
Él asintió.
- ¿No has tenido amigos nunca?
Hugo hizo una mueca.
- He tenido una infancia ajetreada digamos - explicó -. Como te dije, mi abuela se volvió a Córdoba cuando estaba embarazada de mi madre, ya sin mi abuelo.
Ella asintió.
- Pues estuvieron allí hasta que mi madre se quedó embarazada de mí con veinticuatro años - continuó -. Pues cuando yo cumplí ocho años mi padre murió en un accidente de tráfico y mi madre, mi abuela, mi hermano pequeño y yo nos mudamos a Barcelona, dónde ella había estado viviendo también un tiempo de joven.
La chica le miró tristemente en silencio.
- Allí estuvimos unos años, hasta que cumplí los quince que mi abuela decidió que era buena idea mudarnos de nuevo aquí - concluyó -, y hasta ahora. Me he mudado tanto en mi vida que no me ha dado tiempo a hacer amigos.
La gallega le puso una mano en el hombro en señal de apoyo.
- ¿Sabes? Puedo parecer una persona muy lanzada pero nada por el estilo, suelo ser muy cerrado y tímido con la gente a la que no conozco. No me suelo abrir con nadie y me es muy difícil confiar rápido en las personas, y creo que ese ha sido otro de los motivos por los que no he tenido la oportunidad de hacer amigos.
Eva sonrió tímida.
- Pues conmigo no has sido así - le respondió.
- Por eso te digo que eres lo más parecido a una amiga que he tenido nunca - dijo él mirándola -. Me transmites confianza sin saber por qué y no me cohíbe hablar contigo. No sé, eres diferente.
Ella sonrió enternecida.
- ¿Y tú? - le preguntó él - También dijistes que era lo más parecido a un amigo que habías tenido nunca.
***
Feliz comienzo de semana.
Otro capítulo más.
Contadme qué os parece.
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Firmando Historias
FanficMykonos, Grecia. Ella escapa de la rutina. Él busca respuestas a su pasado. Un bar, una casa antigua y un cuaderno. Una playa, una canción y una historia. - Firmando Historias.