VI

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La alarma le sonó a las ocho en punto de la mañana.

Los primero rayos de sol se colaban a través de su ventana.

La noche anterior se había dormido tarde conversando hasta altas horas de la madrugada con su madre, quién parecía ir estando de acuerdo poco a poco con su estancia allí.

Hubiera deseado que Antón, el farero, hubiese tenido teléfono para poder hablar con él también; pero aquel hombre mayor no estaba puesto en las nuevas tecnologías y no entendía de ello.

Para ella, aquel señor era prácticamente como su abuelo; es más, era un viejo amigo de este y le conocía desde que tenía uso de razón.

Por desgracia, Eva ya no contaba con sus abuelos y los echaba mucho en falta, quizás un poco más a su abuela, con quién siempre había tenido una relación muy especial.

Pero sabía que estuvieran dónde estuviesen, le apoyaban y guiaban en el camino, así se lo hizo saber su abuela antes de morir.

"Seré como las estrellas, en tus días soleados no me verás aunque estaré ahí siempre; y en las noches oscuras apareceré para protegerte."

Sonrió tristemente observando una imagen de ambas juntas pocos meses antes de su pérdida.

Decidió que esa tarde escribiría una carta a Antón, al hombre le haría ilusión leerla. Pero ahora debía marchar si no quería llegar tarde su primer día de trabajo.

En el bar, Hugo ya la esperaba a punto de abrir.

- Buenos días - sonrió algo forzada.

- Mira a quién tenemos por aquí, tan correcta y formal como ella misma - rio el chico.

La joven suspiró eliminando la sonrisa.

- Hugo, ¿verdad? - le preguntó.

- El mismo.

- Mira Hugo - le dijo -, yo aquí he venido a trabajar y a buscarme la vida, no me apetece tener que aguantar tu humor a todas horas, así que si no es mucha molestia limítate a hablarme lo justo y necesitario.

El aludido soltó una sonora carcajada a pesar de que el semblante de la gallega permanecía serio.

- Vaya con los humos de la señorita - sonrió -, tranquila que procuraré no molestarla.

Y la dejó con la palabra en la boca cuando desapareció para abrir el local y empezaron a llegar los primeros clientes.

La mañana fue ajetreada, Eva se desenvolvía bien en todos los aspectos y Hugo parecía cumplir con su cometido: no le había vuelto a dirigir la palabra en toda la mañana.

Parecía concentrado en su trabajo y era muy servicial con los clientes, incluso había le visto bromear con algunos niños.

Pero la primera parte de la jornada llegó a su fin y las puertas del bar cerraron a las dos.

Eva dejó el delantal en una percha para cogerlo más tarde cuando tuviera que reincorporarse y se dispuso a marcharse al hostal a comer algo.

Antes de salir echó un vistazo a Hugo que se sentaba en una de las mesas interiores y encendía la televisión.

- ¿Comes aquí? - le preguntó.

Le fue inevitable no hacerlo.

El joven giró la cabeza a mirarla y con una sonrisa asintió.

Pues sí que se había tomado enserio lo de no hablarle, pensó Eva.

- Oye, que lo de esta mañana - dijo la chica mirando al suelo nerviosa -, no quería hablarte así pero es que a penas te conozco y no me hacen mucha gracia tus bromas, pero que puedes hablarme.

Hugo soltó un suspiro exagerado y se levantó para dirigirse a ella.

- Gracias, ya pensaba que iba a explotar - exageró -. Tanto tiempo sin hablar me mata, eh.

Esta vez, Eva no pudo no soltar una leve risa.

- Pero mira, si la señorita educada se ríe.

- Me llamo Eva, no señorita educada - le siguió la broma.

Hugo rio.

- Prefiero señorita educada.

Ambos se miraron y sonrieron.

Eva se sorprendió hallándose en aquel estado, se sentía cómoda con un completo extraño porque de Hugo solo sabía que se llamaba así, que era camarero y que tenía unos ojos verde esmeralda realmente bonitos.

- ¿Dónde vas a ir a comer? - le preguntó el chico.

- Al hostal donde me estoy quedando.

El chico asintió y le abrió la puerta para que ella pasara.

- Oye, me sorprendes - le sonrio Eva -. El chulito de la ciudad también puede ser caballeroso.

- Me subestima señorita - sonrió él con superioridad.

La chica sonrió y salió del local.

- Nos vemos luego.

- Lleve cuidado - le respondió el joven.

Inició su paso de vuelta al hostal sonriendo, al parecer Hugo no era tan chulo ni engreído como ella había pensado. Quizás hasta podrían llegar a llevarse bien.

Mientras comía empezó a escribirle la carta a Antón:

Querido Antón:

Soy Eva, le escribo desde Grecia.

Mykonos es preciosa, más incluso de lo que me había imaginado.
No se imagina la suerte que he tenido pues me han aceptado en el trabajo y por el momento me quedo un tiempo en la isla.

A decir verdad empecé con el pie izquierdo pues nada más llegar comencé  a tener ciertos percances, pero todo solucionado.

Me gustaría poder verle y hablar con usted, recibir esos consejos que tan necesarios se hacen a veces. Pero sé que el faro le necesita y no podría quitarle la esencia especial al acantilado.

He conocido a un chico que habla español y mi jefa también lo hace, es una señora mayor, la abuela de este joven que mencionaba.

Por el momento me estoy desenvolviendo bien en la ciudad y en el trabajo y como solo llevo aquí tres días, no tengo mucho que contarle.

Espero que le haya agradado recibir mi correspondencia, puede escribirme si lo desea a esta dirección, me gustaría saber qué tal va todo por allí.

Iré mandándole más cartas para que sepa de mí.

Espero que esté bien.

Muchos besos,

Eva.

***

¡Hola!

Pues parece que entre Eva y Hugo, de momento, hay una pequeña tregua.

Siento deciros que por motivos personales se me va a hacer imposible publicar el miércoles, así que esta semana solo habrá un capítulo.

Nos volvemos a leer el lunes.

¡Feliz semana!

🤍🤍🤍

Firmando HistoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora