XXV

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La mañana siguiente amanecieron juntos.

Hugo despertó primero, y cuando lo hizo y giró la cabeza, se encontró de frente con el cuerpo tranquilo y la cara relajada de Eva.

A su mente viajó todo lo ocurrido el día anterior e inevitablemente una sonrisa se instauró en su cara.

Se quedó observándola unos minutos, acariciando con sus dedos su espalda desnuda con cuidado de no despertarla.

De repente, la alarma comenzó a sonar y la chica despertó de un salto asustada.

Hugo soltó una carcajada y ella suspiró volviendo a echarse en el colchón murmurando algo que el chico no lograba comprender.

- Vaya, veo que no eres de las que se despiertan con alegría - sonrió el chico girando sobre sí mismo para abrazarla por detrás sobre la cama.

Ella sonrió.

- Es lo que te toca, te lo hubieras pensado ayer - contestó ella bromeando.

- Anda, vamos arriba que hay un bar que abrir si no queremos reprimendas.

Entre bromas y piques desayunaron en el buffet del hostal y pusieron rumbo al bar a comenzar una nueva jornada.

- Mi abuela me ha dicho que a las nueve en su casa - dijo Hugo cuando el bar se cerró a mediodía.

- ¿No te ha preguntado que por qué voy yo?

Hugo sonrió negando.

- Creo que mi abuela se veía venir lo nuestro - respondió -. Le caes muy bien, no le ha desagradado que me acompañes seguro.

Eva le miró enternecida y sonrió para luego acercarse a él y abrazarle por el cuello.

- Me voy a comer, nos vemos luego - le dijo muy cerca de sus labios.

El rubio aprovechó entonces para capturar su boca y fundirlas en un suave beso interrumpido por dos sonrisas.

El resto de la tarde no fue complicada y
pudieron cerrar antes de tiempo para ir a prepararse para la cena.

A las nueve menos cuarto, Hugo esperaba a Eva en la puerta del hostal.

Esta vez no irían andando, la casa de la abuela de Hugo se encontraba a las afueras del centro de la ciudad.

Se saludaron con una sonrisa y un fugaz beso en los labios.

- ¿Estás nervioso? - preguntó Eva observando al chico conducir.

Le había visto en diversas e innumerables situaciones, pero nunca manejando un vehículo. Y sin duda alguna, verle concentrado en la carretera era el perfil favorito de la morena.

- Pues sí, no te voy a mentir - sonrió el chico girando un segundo la cabeza para mirarla.

Ella estiró el brazo para acariciarle la nuca e intentar tranquilizarle.

- Si por lo que sea mi abuela no da su brazo a torcer o no quiere saber nada de Antón, ¿me facilitarías verle? - preguntó nervioso.

- Por supuesto - afirmó rápidamente -. Antón será muy feliz al saber que tiene una hija y un nieto con su María.

Pasaron unos segundos en silencio hasta que Hugo volvió a hablar:

- ¿Te parece si no le contamos a mi familia que estamos juntos aún? Al menos hasta que solucionemos todo esto.

La chica asintió sin problema.

La casa de la abuela de Hugo era una parcela con una preciosa casa blanca en el centro, un jardín delantero muy bien cuidado dónde había algunos aparcamientos.

Cruzaron la reja de entrada que estaba en perfecto estado y al bajar del coche se dirigieron a la puerta de la casa dónde la abuela de Hugo ya les esperaba con una mujer que Eva suspuso sería su madre.

Iba a presentarla como su amiga, pero sabiendo ellos que eran pareja, la chica no podía evitar no sentirse nerviosa ante la presencia de toda la familia de él.

- Hola preciosos - saludó la mujer abrazando en primer lugar a su nieto.

Cuando le soltó, se dirigió a Eva para abrazarla de la misma forma y entonces, la chica sintió que sus nervios se disipaban un poco.

- ¿Qué tal? ¿Te está dando mucho trabajo aquí el niño? - le preguntó María sonriendo.

- Bueno, podría estar más tranquila - bromeó ella viendo la fingida cara de indignación que ponía el chico -. Pero no me puedo quejar.

Los tres estallaron a carcajadas y el rubio decidió que era buen momento para presentaciones.

- Mamá, ella es Eva - dijo el chico refiriéndose a la otra mujer -. Mi amiga y compañera de trabajo.

La chica sonrió tímida.

Al igual que había hecho anteriormente su abuela, la madre de Hugo abrazó a la morena como si de toda la vida la conociera.

- Hugo ha hablado de ti estos días, me alegra ponerte cara por fin - sonrió la mujer.

Ambos se miraron tímidos y soltaron una leve risa.

- Pero venga, vamos adentro que hay que cenar - dijo la abuela del chico -. Además, me tenéis que contar a qué se debe esta visita.

Las dos mujeres entraron primero a la casa y la pareja se quedó unos segundos en la entrada.

- Me sudan las manos - confesó Hugo riendo nervioso.

Eva le acarició la cara suavemente.

- Estamos juntos en esto - le animó.

Acto seguido pasaron al salón principal de la casa y Eva tuvo que reír disimuladamente al verlo.

- ¿Qué pasa? - preguntó Hugo susurrando.

- El salón de Antón es exactamente igual pero en versión reducida.

- ¿Enserio? - preguntó el chico.

- Ya te digo.

En el fondo, María y Antón, de una manera u otra, siempre habían estado presentes el uno para el otro.

La cena comenzó y los únicos temas de conversación que trataron fueron sobre el bar, la amistad de los chicos o anécdotas que contaba la madre de Hugo sobre su infancia que al chico no podían avergonzarle más pero que Eva disfrutaba divertida.

Cuando la madre y la abuela del rubio se levantaron de la mesa para ir a por el postre, Hugo pensó que era buen momento para preguntar sobre todo lo que llevaban investigado.

El chico respiró hondo y miró serio a Eva que enseguida comprendió todo y, por debajo de la mesa, agarró su mano en señal de apoyo.

Era el momento de saber la verdad.

***
¡Hola!

Os dejo esto por aquí y un poco de intriga hasta el lunes.

Contadme qué os está pareciendo.

Nos leemos la semana que viene.

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Firmando HistoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora