XXI

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El resto de la tarde del sábado y la mañana del domingo la pasó decaída.

Intentaba ocultarlo bromeando y haciendo cosas que haría cualquier otro día pero sin ganas.

Y si su madre lo notó, no dijo nada, cosa que agradeció.

A mediodía, después de comer, debía coger el vuelo que le llevase de vuelta a Mykonos.

De vuelta a Hugo.

Se despidió de su madre con miles de besos, prometiendo volver pronto y prometiendo, también, llamarla todos los días.

Y se montó en el avión rezando por que al llegar, Hugo estuviera de mejor ánimo.

***

El lunes amaneció nublado en la isla y Eva se lo tomó como una advertencia sobre lo que le esperaba ese día.

No había vuelto a contactar con el chico desde aquella llamada en la mañana del sábado y no sabía a lo que se enfrentaba.

Cogió sus cosas y se dirigió al bar para empezar un nuevo día de trabajo.

Al llegar, la persiana ya estaba subida por lo que Hugo se encontraba dentro seguro.

Respiro hondo y cruzó los dedos para que todo fuera bien.

Al entrar no había rastro del chico por ningún lado.

- ¿Hugo? - preguntó al aire.

De repente, el rubio salió de la habitación de la izquierda ya con el uniforme de trabajo puesto.

Miró su reloj. Aún faltaba un cuarto de hora para abrir.

- Hola - respondió el joven.

En su cara se pudo avistar una mueca que intentaba imitar una sonrisa.

Las cosas seguían más o menos igual, pensó Eva.

- ¿Qué tal? - dijo ella algo cohibida.

- De puta madre - respondió él para luego meterse tras la barra y ponerse a fregar los últimos platos que quedaban.

La chica, sin decir nada, se dirigió al servicio a cambiarse.

De nuevo ese nudo en el pecho al saber que a Hugo le pasaba algo, y probablemente con ella.

Salió de la habitación con la bolsa del cuaderno en mano y se la entregó.

El chico, al igual que ella, en silencio, la cogió y la revisó.

El reloj sonó indicando que debían abrir.

Hugo depositó el cuaderno en la estantería del dónde se cambiaban y la jornada laboral comenzó.

La mañana fue algo ajetreada y apenas cruzaron mirada alguna.

Parecía como si entre ellos hubiera un muro, fuego o algo que les impidiese acercarse el uno al otro e incluso dirigirse la palabra.

A las dos de la tarde terminó el primer turno y el bar echó el cierre hasta la tarde.

- ¿Te quedas a comer y vemos el cuaderno? - preguntó Hugo.

Eva se extrañó.

No pensaba que luego de su actitud quisiera seguir haciéndola partícipe de aquello.

Pero sentía curiosidad y tenía que contarle todo lo de Antón, por lo que aceptó.

Se sentaron en una de las mesas y Hugo puso sobre ella una ensalada y unos filetes para comer.

Firmando HistoriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora