Cuando vas caminando por la calle y te encuentras con un mendigo, lo más común es ignorarlo y recomendarle que deje los vicios. Nos creemos dueños y señores del destino, capaces de opinar sobre las situaciones ajenas y juzgar a todos los que nos rodean desde el primer instante en que los conocemos. Estamos tan encerrados en nosotros mismos que no nos detenemos a observar pausadamente las necesidades de quienes están a nuestro alrededor.
-Toma- le ofrecí un billete -Doblando la esquina venden los licores más baratos-
El mendigo posó su mirada en mí un segundo; como si con la mirada pudiese adivinar si lo que decía era cierto, desvió la vista al billete, se levantó rápidamente y lo arrebató de mis manos para echar a correr. No hizo falta demasiado tiempo para perderlo de vista, a los pocos segundos aquella esquina estaba vacía.
Yo seguí caminando y, entre tantos pensamientos, me olvidé por completo del nuevo amigo que acababa de hacer. Poco a poco la distancia se acortaba para mostrarme mi casa; esa donde las plantas se estaban secando y la pintura ya se estaba comenzando a caer. Era un vecindario pequeño y de pequeña me gustaba pensar que aquellas imperfecciones sólo hacía del lugar un espacio más real, lo sentía como ese lugar del mundo donde todo era sincero sin importar que fuera feo.
Antes de siquiera tomar las llaves en mis manos, un sabor amargo y una sensación espesa llegó a mis labios en forma de vomito y cayó directo en una maceta que estaba a punto de romperse al lado de la puerta. Sequé mis labios y busqué en mi abrigo las llaves y al encontrarlas tanteé la cerradura de la puerta para entrar.
-¡Mamá!- grité lo más fuerte posible.
Aguardé un segundo.
Nada.
-¡Mamá, ya regresé!- volví a gritar.
Nada.
Avancé hacia la cocina para tomar un poco de agua y borrarme ese repugnante sabor antes de subir a mi habitación. Dejé caer mi cuerpo sobre la cama origen del cansancio y me removí para encontrarme con un pequeño papel.
"No siempre el tiempo lo cura así que mejor acuda a nuestro centro de rehabilitación" decía aquel folleto que mi madre había dejado sobre mi cama. Que ridículo. No sé qué pensaba que podía lograr dejando un inútil folleto de rehabilitación en mi cama, ni siquiera lograban dar efecto en pacientes normales, así que, mucho menos lograrían hacerlo en mí.
Encendí el televisor y lo dejé en uno de esos viejos programas donde el animador llevaba el cabello lleno de gel para peinar y consistía en una serie de preguntas en grupo donde sólo una pareja terminaba ganador. Para ser sincera, estos programas no me llamaban la atención, pero ya no quedaba nada por hacer; las botellas se habían terminado y no tenía con quien conversar.
-Cath...- susurró mi madre desde el marco de la puerta.
Posé mi mirada en ella y me regaló una pequeña sonrisa, la cual no fue correspondida.
-¿Leíste el folleto?-
-"No siempre el tiempo lo cura así que mejor acuda a nuestro centro de rehabilitación"- repetí rodando los ojos en un tono burlón.
-Deberías pensarlo-
-Ya tomé mi decisión- le informé.
-Entonces, ¿irás?- se notaba un destello de ilusión en ella.
Una pequeña risa se escapó de mis labios y le contesté.
-No-
-Cath, no me hagas reaccionar mal- cambió su semblante.
-¿Así cómo reaccionas cuando mi padre se va por unas horas?- le dejé un reto para su respuesta.
-Cath, esas son cosas que no vienen al caso-
-¡Nunca nada sobre mi padre viene al caso!- sin darme cuenta ya estaba gritando, me sentía mareada y molesta, sobre todo molesta, y fue el rostro de mi padre el primero que se me vino en mente al verla a ella.
-Él...- pronunció con un hilo de voz -Él no va a volver. Ya no-
-Sabes que siempre regresa- tomé mi cabello entre mis manos con ligereza.
-Ahora es...- comenzó a decir antes de ser cortada por mí.
-Y sabes que siempre lo perdonas, por eso estamos así; siempre permites que regrese. Es tu culpa-
-Me cansé- pronunció tan suave que parecía relajada -Irás a ese centro así sea lo último que me veas hacer- acomodó su postura, ahora se veía totalmente diferente y desafiante.
Tras eso cerró la puerta de la manera más brusca que lo había hecho nunca. En un arrebato de impotencia me acerqué hasta la puerta, suspiré profundamente tratando de soltar todas las heridas que llevaba dentro y comencé a golpear. Entre golpes la puerta ya dañaba mis nudillos y la silueta que antes estaba en el marco ya hace rato que había dejado la habitación.
Beber no fue algo que yo escogí, a veces son cosas que por más que quieras no puedes evitar. Muchos piensan que beber ya te convierte en una mala persona, que lo que soy no me hace digna de respetar. No entienden que nadie es bueno en su totalidad. Las personas estamos hechas para lastimar y para ser lastimadas, y en eso consiste; en el daño que nos puede llevar a ser mejores personas, pero nunca nos puede llevar a ser buenas personas. No por completo, si siempre llevamos un destello de las cosas que nos dolieron.
Volví a tomar el folleto entre mis manos:
"Un centro apartado de la ciudad donde estarán aislados de todo vicio, consta de dos edificios con más de treinta habitaciones. Les aseguramos que dejarán de lado toda adicción, puesto que aprenderán que todo en exceso es malo"
En ese punto dejé el folleto de lado y busqué el computador para buscar imágenes de aquellas instalaciones. El lugar daba la impresión de ser caótico y lo que menos daba a entender es que lograría quitar adicciones. Con sus grandes ventanales y paredes hechas de vidrios daba la impresión de un campus universitario.
Al terminar de ver las imágenes mi estómago rugía como si nunca a hubiese comido. Me levanté y al salir me encontré con mi madre sentada en el sofá con la vieja edición de Orgullo y prejuicio.
-La comida está en la cocina- me informó retirando los lentes.
Sin dirigirle palabra me encaminé a la cocina y tomé entre mis manos un tazón de avena. Minutos después de haber empezado a degustar la comida llegó mi madre con una expresión que nunca le había visto; tenía una expresión severa.
-El vuelo sale en dos días- acomodó su cabello -Te recomiendo que armes tus maletas de una vez-
No obtuvo respuesta de mi parte.
-Sólo quiero una hija libre de adicciones-
-Créeme, madre. Todos somos adictos a algo-
Ahora fue ella la que no emitió respuesta, se retiró de la habitación y en ese momento todo estuvo en silencio; tenía la impresión que en cualquier momento todo mi alrededor se iba a quebrar.
Me declaro adicta y no al alcohol; tal vez soy adicta al dolor, ese que no me ha mostrado cómo ser mejor.
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Adicción || EDITANDO
Teen FictionCath no es la típica joven a la que vas a encontrar en los pasillos de la escuela cantando una dulce melodía. Amargada, egocéntrica, malcriada; algunos adjetivos que se le pudieran obsequiar. Y Thomas, ¿cómo lo diría? Thomas es...simplemente Thomas...