Me encontraba mirándome en el baño de la habitación. Estaba algo pálida, así que pasé una de mis manos por mis mejillas presionándolas un poco. Me sentí fría. Agaché un poco la cabeza y junté mis manos para tomar algo del agua que se daba por expulsada del lavamanos.
Todavía podía sentir los labios de John sobre los míos, jugueteando con sus sonrisas repentinas. Podía sentir sus manos sobre mi cintura y sus dedos trazando pequeños círculos sobre mi piel. Todavía podía sentirme inútil bajo sus brazos.
Pero peor aún, todavía podía sentir la mirada de Thomas.
Ahora suelo extrañar todo, así como no suelo extrañar nada. Porque cuando no tienes nada estás jugando contra todo. Thomas era nada, cuando en la nada conseguí lo poco. Y cuando consigues poco entre la nada, ese poco termina convirtiéndose en todo. Pero las ramas no pueden ir contra la corriente y yo no puedo ir contra su relación.
Me sorprendió saber que Megan se relacionaba con Thomas. La primera vez que la vio fue cuando entró a la habitación y le pedí que bajara la voz para que no la despertara. Era extraño saber que la moneda tiene dos caras. Pero no hay de qué quejarse, si la propia luna, siendo ella la confidente de muchos sueños, esconde una parte de su cuerpo.
Sequé mi rostro con la toalla y cepillé mi cabello rápidamente antes de apagar todas las luces de la habitación y recostarme en la cama.
Ahora era un poco más difícil compartir la habitación con Megan, se sentía la presión en el ambiente y nuestras respiraciones eran un poco más espesas.
Cerré los ojos y me dejé caer entre sueños.
El reloj marcaba la hora en punto y él no estaba allí, mis pies se movían al ritmo del sonido del tren y de algún lugar llegaba una brisa arrebatadora.
Con mis maletas entre manos esperé a que el último pasajero se montara, luego me monté yo.
Él nunca llegó...
De algún lugar se percibía el aroma a café. Estaba cerca, muy cerca, tanto que podía saborear el cigarrillo, también había algo de menta.
Me giré e impacté contra su pecho, él estaba escasos dos centímetros de mí.
Me sentía frágil, parecía que me iba a desvanecer. Y sí, desvanecí.
Los golpes a la puerta se me hacían tan familiares y las pisadas en el baño tan estresantes. Me levanté y acomodé mi pijama para abrir de la puerta. Ahí estaba Thomas, a las dos de la madrugada, con el cabello todo despeinado y entrando a mí habitación. Pero hoy no venía por mí.
Entró rodando los ojos al verme y se sentó en la silla que daba a la ventana, sacó uno de los cigarrillos y se lo colocó en la comisura de sus labios, lo encendió y dio una fuerte calada.
-No fumes en mi habitación-
-Técnicamente- rodó su silla un poco más a la cama de Megan -Esta parte no te pertenece, así que te puedes tragar tus palabras-
Frustrada, estaba totalmente frustrada. ¿Dónde quedó el Thomas que había conocido? Ese chico tan infinito.
Desde donde estaba se logró escuchar cómo varios frascos de los que suponía era maquillaje se caían sobre el suelo.
-¿Pasa algo?- preguntó Thomas.
-Sólo se cayó algo. En pocos minutos estaré lista y nos vamos al puente que me dijiste- su voz sonó un poco más chillona.
Si pudiera ver mi cara en éste momento apostaría a que yo misma explotaría en una carcajada.
-¿Cómo es posible?- le dije de la manera más baja posible.
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Adicción || EDITANDO
Teen FictionCath no es la típica joven a la que vas a encontrar en los pasillos de la escuela cantando una dulce melodía. Amargada, egocéntrica, malcriada; algunos adjetivos que se le pudieran obsequiar. Y Thomas, ¿cómo lo diría? Thomas es...simplemente Thomas...