Capítulo catorce.

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El FS se encontraba en un silencio sepulcral cuando llegamos, apenas comenzaba la madrugada y las personas todavía no terminaban de llegar de su día libre. La verdad es que en el centro no había mucho que hacer más que quedarse en las habitaciones todo el día e ir de vez en cuando a las sesiones, era una especie de descanso la mayor parte del tiempo.

-¿Un café?- preguntó Mia mientras caminábamos a las habitaciones.

-Por favor-

Ella cambió de rumbo y yo me dirigí hasta la puerta cincuenta y ocho, las luces estaban apagadas y había dejado el aire encendido, lo cual le proporcionaba un frío estremecedor al ambiente, abrí la ventana y observé cómo las ramas de los árboles cercanos se mezclaban con el viento y cómo el viejo puente se desvanecía entre las nubes, me senté en el borde de la cama y tomé en manos el libro que mi madre había dejado en mi maleta; su nombre era dulce y su carátula era simple, no dejaba mucho a la imaginación en cuanto a felicidad se refería, pero mi madre ya me había hablado de él, decía que "Flores en el ático" era una novela impresionante y que no me debía dejar llevar por la portada.

¿Pero a quién engañamos? todo en la vida se deja llevar por la portada, porque así somos los humanos por naturaleza; ignorantes. Juzgamos y decimos sin saber. Les pondré un ejemplo: van caminado por la calle y se encuentran con un vagabundo cerca de una dama muy elegante, por instinto caminamos más cerca de la dama elegante, mientras que puede que el mendigo sea la persona más buena del planeta, pero así somos y es algo que no podemos cambiar, a todos nos gustan las portadas bonitas.

Mia llegó a los pocos minutos con un café hirviendo, llevaba su cabello amarrado en una coleta alta y unos cuantos billetes entre sus labios tratando de sostener las dos tazas con sus frágiles manos.

-Gracias- dejé el libro de lado y fui en busca de mi café.

Ella no respondió como suelen responder las demás personas, ella no dijo "de nada", ni "a la orden", mucho menos dijo "es un placer", sólo se sentó en la cama y con una sutileza nunca vista pronunció "no volveré a comprar café". Mia era toda una diosa, todo lo que hacía o decía era algo para recordar, todos la adoraban, todos, de cierta manera, la admiraban y todos, incluyéndome a mí, nos hemos sentido alguna vez con ganas de ser Mia. ¿Saben esas chicas que aparecen en las revistas? ¿Esas que llevan un maquillaje perfecto y un traje de baño resaltador? Mia sin duda podría ser una de aquellas chicas, y no por su esbelto cuerpo sino por su actitud, porque para estar en una de esas revistas no se necesitan sólo grandes pechos, se necesita esa actitud que te deja liberar esa mirada que sólo ellas tienen.

-¿Qué tanto miras?- dijo Mia.

-Eres muy fea- me estaba riendo porque sabía que era una completa mentira.

-Tú también lo eres- fingía estar ofendida -Eres tan fea como esos monstruos de los cuentos que me leía mi mamá- se estaba riendo.

-Tú mamá debió ser muy buena- me comencé a quitar los zapatos.

-Sí, lo era- ella seguía sonriendo como si de verdad lo que acababa de decir no le importaba.

Y allí estaba de nuevo esa chica de revista, sonriente e inmune a su realidad. A veces quisiera ser una chica de revista.

Nos quedamos en completo silencio por unos segundos hasta que se escucharon pequeños gritos desde el otro lado de la pared. "! Mueve tu feo trasero!" "! No voy a hacer de niñero de un fracaso de alcohólico!" "! No pienso pasar la noche en una habitación llena de tus vómitos!". Mia se reía cada vez más fuerte mientras Thomas seguía gritando.

-Pobre chico- Mia parecía ahogarse entre sus risas.

-Todo es culpa de tu novio- levanté los hombros.

Adicción || EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora