Capítulo cinco.

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Uno, dos, tres toques en la puerta bastaron para que Mia se levantara de la cama y abriera la misma.

-Thomas, no es hora de visitas- dijo viendo el reloj de la pared.

-Sólo estoy para buscar mis cigarrillos- la apartó con la mirada fija en los estantes y comenzó a buscar en ellos.

-Primer día que te reincorporas y ya dejaste una caja en mi habitación-

-Las dejé hace dos meses- posó su mirada en ella y luego siguió buscando entre los cajones, lo pensó un segundo y como si le faltara algo por decir pronunció -Idiota-

-Recuerda que David hace una revisión mensual- lo dijo casi en forma de canción con su sonrisa amarga.

-¿Te costaba mucho esconderlo junto a tus botellas?-

-No pensé que regresarías, eso sólo era un estorbo-

Entre pequeños gruñidos estaba pronunciando palabras que no llegaba a entender.

-¡Si dejaras de hacer esos molestos ruidos sería capaz de terminar con esto!- ahora fui yo quien levantó la voz.

Thomas giró su cabeza hacia mí, apenas notando mi presencia, y rodó los ojos.

-Catherine Wall- pronunció lentamente, como si la voz se le fuese a gastar.

-Así que mi presentación captó tu atención- di un pequeño sorbo a la botella que me había regalado Mia después de media hora rogándole.

-Eras tú o la pequeña anoréxica- acomodó su cabello.

-¿Algo en contra de la anorexia?- reí levemente.

-No exactamente- subió su capucha -Tal vez en contra de ti- una sonrisa de conformidad bastó para que se fuera.

Terminé la botella y la dejé caer entre las sábanas.

-¿Qué con él?- me reí.

-¿Thomas?-

-El único él que ha pasado por aquí-

-Ahora la señorita "no llegué aquí para hacer amigos quiere charlar-

-Olvídalo- tomé mi móvil para contestarle a mi madre.

-Se llama Thomas Nolan, tiene un grupo de amigos algo caótico y nadie sabe a ciencia cierta quién es él-

-Bien-

-No sería bueno que te juntes con él- añadió.

-Ya te dije que aquí gana la experiencia, para él esta es su segunda vez. Sólo mantente alejada- me advirtió.

-No le tengo miedo-

-Él tampoco lo tendrá-

-Ya deja de decir tonterías- tomé un espejo en mis manos y limpié el delineador junto a la base que se encontraba en mi rostro.

-Hay una fiesta esta noche- informó Mia.

-¿Me estás invitando a una fiesta?- pregunté levantando una ceja.

-No- se levantó de la cama -Sólo te dije que hoy había una fiesta-

-Estamos en un centro de rehabilitación-

-No hay alcohol- se colocó unos zapatos más altos -Y David lo acepta-

Buscó en su armario un vestido ajustado y se lo colocó mientras peinaba su cabello, se miró al espejo y dibujó una falsa sonrisa.

-No me esperes despierta-

Si tan sólo mi madre supiera cómo era este lugar...

-No tenía la intención de esperarte-

Me regaló una sonrisa que sólo fue respondida con un resoplido, tomó su bolso y salió de la habitación mientras se contoneaba. Me levanté de la cama, cerré la puerta que la silueta antes presente había dejado abierta, vestí unos pantalones de algodón y me paseé por la habitación.

Mientras paseaba por ella me topé con la maleta, traté de cerrarla pero algo me llamó la atención; un bulto bajo la funda negra. Introduje mi mano y me encontré con un libro de carátula gastada, se llamaba Flores en el ático.

Mi madre siempre decía que los libros eran su escapatoria, lo que prueba mi teoría; todos somos adictos a algo. Yo bebo, pues me aleja de la realidad. Ella lee, porque quiere escapar de la realidad. Al fin y al cabo no somos tan diferentes, pero tal vez ella sólo me quiera cambiar a mí porque no se puede cambiar a ella, tal vez ya no se le es permitido rectificar.

Me da lástima ver cómo tiene que vivir encerrada en esos mundos que ni siquiera son de ella, a ella le doy lastima porque ve que necesito sentirme real. En eso consiste nuestra relación; la lástima que sentimos...nunca nos hemos dado la oportunidad de ser eso que se supone que sean las madres e hijas.

Abrí el libro, pero sólo lo abrí, mis ojos nunca se detuvieron en las letras.

-¡Abre la puerta de una vez!- una voz gruesa pronunciaba del otro lado.

Me acomodé el pantalón de algodón y abrí la puerta para cerrarla de nuevo en las narices de mi visitante.

-Wall, abre la puerta. Es urgente-

-Nolan, Mia no se encuentra aquí-

-No quieres quedarte sin puerta por seis meses- me amenazó ignorando lo que le dije.

Abrí la puerta y vi su rostro sudoroso.

-Necesito cigarros, Wall- su voz estaba desesperada.

-No soy un genio de los deseos que con tan sólo frotarlo te va a conseguir lo que quieres-

-Pues yo no he dicho nada de frotarte. Lo necesito- se bajó la capucha.

-Acabo de llegar, por si no te habías dado cuenta-

-Mia me dijo que te los pidiera-

-Déjame informarte que no sé dónde están- me volteé y me dejé caer en la cama por quinta vez.

El caminaba de un lado a otro buscando entre las cosas de Mia hasta que consiguió una pequeña caja de cigarrillos dentro de un cofre de accesorios.

-Dile que el dinero está sobre la cama- pronunció todo lo que le permitió el cigarro que tenía en la boca a punto de ser encendido. Tiró unos cuantos billetes en la cama y dejó salir el humo que se acumulaba en su boca.

-¿Qué haces todavía aquí?- pregunté irritada.

Fue entonces cuando se marchó, no sin antes colocar sus manos entre los bolsillos.

Me tranquilicé de nuevo y comprendí que aquí todos estaban locos, unos más que otros, pero no encontraba la cordura en ninguna pared de este lugar.

No pasaron dos minutos cuando la puerta volvió a sonar.

-¿Ahora qué?- pregunté mientras abría la puerta.

Pero no era Thomas, era un chico moreno con la cabeza rapada.

-Mia me dejó algo aquí-

-No somos un bulevar- le informé.

-O apoyas la jugada o no apoyas nada- mostró su hilera de dientes

-Me quedo con la segunda- cerré la puerta en su cara y apagué todas las luces para poder dormir.

Mañana sería un día complicado.

Adicción || EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora