Capítulo tres.

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Dos días después: 28 de octubre.

La pintura azul de mis uñas ya se estaba secando cuando mi madre entró en la habitación con una maleta vacía.

-Mete lo necesario-

Cuando estaba por responder y como si leyera mis pensamientos dijo:

-Hazlo tú. A menos que quieras que lo hago yo- enarcó una ceja.

-Las haré yo- resoplé.

Ella se mantenía en la misma postura mientras yo recogía las pinturas del suelo y las colocaba sobre el escritorio.

-Ya te puedes retirar- le informé.

Por un segundo toda esa actitud desafiante se desmoronó y me di cuenta que allí estaba yo de nuevo; lastimando. Pero sólo pasó un segundo, luego ella volvió a colocarse una máscara que no me permitía ver cuán lastimada estaba.

-Me quedaré aquí hasta que me asegure que no vas a colocar una botella en tu maleta-

Astuta.

Respiré profundo y me dirigí a mi armario donde me encontraba retirando cosas al azar y depositándolas en la maleta sin ser dobladas.

-No creas que me importa que coloques todo eso de una manera tan inapropiada- se cruzó de brazos.

-No creas que me importa lo que dices-

Y en ese instante totalmente intangible se desmoronó; su mirada se apagó y sus hombros cayeron delicadamente.

-Me voy- susurró.

-Puedo colocar una botella en cualquier momento- le advertí.

-Te haces daño sólo a ti-

-¿Estás segura de ello?- sonreí.

Y se marchó.

Cerré la maleta lo antes posible y abrí la ventana para sentarme en la orilla.

"Cuando simplemente lo extrañes busca en el cielo la estrella más brillante, en ese momento pide un deseo". Esas fueron las palabras que me dijo mi abuelo un día antes de morir, pero era difícil encontrar una estrella cuando todavía estaba el sol. Entonces alguien pasó y gritó "¡Oye, el camión está por pasar, saca la basura!" Y pedí un deseo, porque si una persona puede pedirle deseos a la luna yo puedo pedirle un deseo a un camión de basura.

Alguien volvió a pasar, esta vez era mi madre en el carro.

-Baja de una vez- se colocó los lentes de sol.

Bajé de donde me encontraba y apagué todo, era hora de irse.

El tráfico se hacía pesado a medida que avanzaba y las gotas de sudor corrían por el cuello se mi madre. Dos jóvenes tomados de la mano pasaron corriendo como si el mundo se fuera acabar en ese instante. Suerte la de ellos, yo hubiese querido que mi mundo se acabara en aquel momento.

-¿No vas a decir nada?- preguntó mientras se quitaba los lentes de sol y paraba en un semáforo en rojo.

Silencio.

-El internado sólo dura seis meses-

-Utilizas la palabras "sólo" para reducir una cantidad alta de tiempo, como si fuese un comodín similar a una máquina del tiempo-

El semáforo cambió a verde y ella se mantuvo en silencio hasta que llegamos al aeropuerto y un cachorro comenzó a ladrar al bajarnos del auto.

Mi madre tomó mi maleta y yo me coloqué mis audífonos para sentarnos a esperar. Ella sostenía su vieja versión de Orgullo y prejuicio y yo me encontraba paseando entre la lista de canciones cuando escuché: "pasajeros del vuelo 52, por favor abordar"

-Adiós- levantó su mirada del libro.

-Adiós- le respondí tomando la maleta.

Y así poco a poco la distancia hasta el avión se fue acortando, los pasajeros llevaban maleta tras maleta mientras revisaban sus boletos. Liberándome de ellos accedí al avión y me dispuse a conseguir mi asiento, al llegar dejé mi bolso al frente y posé mi vista en la ventana.

Las personas iban inmunes a lo que pasaba, iban con sueños y pasiones buscando un lugar para sentarse dando comienzo a una nueva etapa; un viaje, una mudanza, una aventura, pero cada uno en su mundo. Iban pasando uno a uno; un anciano, una niña junto a sus padres y un joven que se dirigía al asiento de al lado.

-Linda vista- comentó.

-No hemos despegado- le anuncié.

Y en ese momento se encendió el motor.

Ahora sí, me despedía de mi hogar por seis meses me despedía de mi madre, de mis noches a las afueras del vecindario junto con el pequeño gato de siempre. Ahora me despedía de él, me despedía de las peleas, humillaciones y pesadillas.

Ese es el problema de siempre estar al margen, que siempre terminas siendo el blanco en todo: en las discusiones, las burlas y las quejas. No es que el margen se pueda evitar, simplemente está ahí y cuando deja de estarlo ya no hay nada que cubra tus defectos; no porque unos seamos más perfectos que otros, simplemente la sociedad se ha encargado de establecer estereotipos y si no cumples con ellos, amigo mío, estás destruido.

Debido a ello encontramos distintos tipos de amigos; siempre hay un estereotipo al que nos adaptamos más. Mis amigos ni siquiera son mis amigos de verdad y a ellos ni les interesa el hecho, porque si nos vamos al caso ellos están igual que yo; en busca de alguien que también posea defectos para mostrarles que son humanos.

Unos necesitan música, otros libros, muchos amores; yo necesito alcohol. Me muestra que soy imperfecta hasta la última partícula de mi cuerpo. Yo quiero sentirme imperfecta, quiero sentir que aunque tomé su camino nunca seré igual a él.

-Ahora sí hay linda vista- comentó el sujeto de mi lado con una sonrisa torcida.

No obtuvo respuesta.

Encendí mi computador y comencé a editar fotos hasta que aterrizamos. Cuando llegamos ya empezaba a anochecer y un sujeto alto, robusto y de piel morena me esperaba con un cartel.

-Un carro la espera afuera- me anunció.

-¿Quién es usted?- pregunté mientras guardaba mi móvil en uno de mis bolsillos traseros.

-David Job, director del FS. Centro de rehabilitación- tomó mi maleta y la condujo a un moderno auto de vidrios ahumados.

-Bienvenida al FS- dijo antes de cerrar la puerta encaminándose al asiento de copiloto.

Media hora de camino y unos viejos edificios aparecieron junto con un cartel que decía "Aquí retomará su vida"

Definitivamente estaba perdida.

Adicción || EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora