Capítulo veintisiete.

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Él marcaba un raro compás sobre la mesa. Yo amarraba mi cabello. Él tarareaba mirando al lado contrario. Yo tarareaba un ritmo totalmente pausado.

-Chicos- David susurró desde atrás mientras posaba sus manos en los hombros de Thomas.

Los dos giramos al mismo tiempo.

-Deberían hablar un poco- le dio una palmada en la espalda al chico con la capucha.

Negué con la cabeza y él sólo me miró.

-Necesitan entregar el trabajo para el día cuatro de enero y ya estamos a comienzo de las navidades-

Thomas dejó caer su cabeza a un lado y David posó una silla entre ambos.

-Está bien- rodó los ojos aquel señor entrado en edad -No necesito que se comuniquen entre ambos, sólo respondan mis preguntas-

Él asintió, yo también.

-¿Qué pensaron la primera vez que se vieron el uno al otro?-

De inmediato mi mente me llevó a mi hogar, al parque, también había un pequeño niño, quizá un gato.

-Borroso- me reí.

-Ebria- sentí sus ojos rodarse.

-¿Cuándo se vieron por primera vez?- David pasó una de sus manos por sus cabellos y logré fijarme en una que otra de sus canas.

-Espera, David, ¿Qué tiene que ver Cath con las adicciones? Será mejor que vayamos al punto-

La voz del chico que robaba mis suspiros sonó un poco más profunda. Él cortó el rollo de inmediato y me di cuenta, sin querer, que no estaba consiente de cuánto me gustaba hablar de él. Se convirtió en mi tema favorito.

David soltó una leve risa antes de contestar.

-¿Todavía no te das cuenta?- el mismo levantó las cejas.

Thomas negó.

-Tú eres adicto a ella y ella es adicta a ti. Por eso los coloqué juntos; cuando juntas tu verdadera adicción con todo y sus adicciones, que al final terminas siendo tú, esa adicción te consume al punto de no querer lastimarla ni que ella se lastime a ella misma. Si la amas, no vas a dejar que ella queme todas sus neuronas en alcohol, y si ella te ama, no va a dejar que consumas tus pulmones con cigarrillos-

Mi respiración se detuvo por un momento.

-Fue una mala idea colocarnos juntos- mi chico rodó los ojos.

-Fue mala idea de su parte ser tan inmaduros y no saber hablar de frente-

-No es inmadurez. Al contrario, nos dejamos de creer tan perfectos como suponíamos- le solté.

-Yo nunca te creí perfecta-

-Lamento no llegar a tus expectativas, Don eres mi mayor adicción- moví mi mano de un lado a otro.

-Tal vez te creí más que eso-

Un leve "oh" salió se la boca de David. En su posición, esto debería ser mejor que una telenovela.

-Lo siento- por primera vez en todo éste momento lo miré.

Ahí estaba yo, cayendo de nuevo en esto. Porque cuando te ves en los ojos de la persona que amas no se refleja más que tu alma mezclándose con la de ella. Me gustaba esa imagen.

-Ese es el problema de esperar tanto de alguien; te decepcionan-

Y sí, un golpe directo en el estómago. Sus palabras dolieron más que mil boxeadores contra mí.

-Está bien. Podemos seguir con las preguntas- David estaba incómodo.

Asentimos al mismo tiempo.

-¿Por qué fumas?- se dirigió a Thomas.

-Me relaja-

Y yo sabía que estaba mintiendo. Yo sabía que la única manera de matar a sus demonios era convirtiéndose en ellos, y por eso fumaba. A veces dolía saber tanto de él.

-¿Por qué bebes?- ahora me miraba a mí.

-Para olvidarme de mis problemas un momento-

En parte era verdad.

Quería mi padre por un momento, quería escaparme de casa y volver en la madrugada formando problemas. Pero todos los adolescentes queremos llamar un poco la atención, y él ya era un adulto. Pero, en mi opinión, los adultos son niños con un poco más de edad. Ellos también tienen miedos, también desearían esconderse en un rincón y, por más absurdo que suene, después de todos sus años vividos todavía quieren sentirse vivos.

-En pocas palabras ustedes son adictos sólo para olvidarse del exterior-

Dejamos caer nuestras cabezas de lado al mismo tiempo.

-Está bien- dijo David al ver que el fastidio comenzaba a inundar nuestras caras -Los dejo por hoy. Pero hablen un poco, ¿Sí? No pueden seguir así para siempre-

Asentimos al mismo tiempo.

David se levantó y dejó la silla que había tomado justo en su lugar.

Cuando lo perdí de vista le di una esporádica mirada a Thomas, el cual mantenía su penetrante mirada sobre mí, y me retiré de la habitación. Caminaba sin rumbo. La verdad, gran parte de mi vida me la he pasado sin tener un rumbo; de pequeña mi madre me decía dónde ir, un poco más grande me dejaba guiar por mis amistades, y ahora, me encontraba completamente sola.

Cuando llegué respiré profundamente, no sé si fue producto de mi imaginación o la realidad estaba jugando conmigo, pero logré percibir el cigarrillo, lo sentía tan dentro como mis propios sentimientos. Sin querer darle la razón a mis emociones introduje la llave en la cerradura y tiré mi pequeña pero ruidosa cartera al suelo haciendo que Megan pegara un leve brinco sobre la cama, lo cual ocasionó que todo su esmalte de uñas se derramara sobre las sábanas.

Por muy infantil que fuese no pude esconder mi sonrisa de satisfacción. Tal vez el pequeño incidente no iba a lograr que terminara con Thomas pero sí la iba a retrasar en lo que fuera que hicieran hoy.

La relación entre Megan y Thomas iba cada vez mejor; él solía pasar a la cafetería abrazado a su cintura, ella siempre estaba recostada sobre su torso, la mayoría del tiempo mantenía estadía en esta habitación, he visto que Thomas le envía millones de mensajes a su móvil. Sí, iban muy bien.

Aunque nunca había visto al chico castaño trayendo un poco de café por la mañana, o quizá sólo comprándole una taza de té. Pensándolo bien, es posible que ella no tenga ninguna manía, pero me gustaba pensar que él no se daba a la tarea de conocerla tan profundamente.

-Ten más cuidado con lo que haces- la pequeña castaña parecía un chiwawa botando espuma por la boca.

-Yo no fui la que derramó el esmalte- me burlé.

Sólo recibí un extraño gruñido de su parte y un fuerte portazo, el cual ocurrió seguido de su partida.

Retiré mis zapatos seguidos de mi camiseta, hoy no tenía muchas ganas de estar vestida. Me recosté en la cama y tomé mi móvil entre manos, se encontraban unos pocos mensajes los cuales eran sólo de John.

"¿Todo bien?", "Hiciste falta en la cafetería"

Desde que John me había declarado su loco y algo obsesivo amor, no se había dado a la tarea de darme un poco de comodidad y respeto a la hora de mis sentimientos. No, no era un mal chico, simplemente no sabía que existía una delgada línea entre ser detallista y estar obsesionado con lo que teníamos. Pero a pesar de esos pequeños defectos estaba logrando sumergirme de a poco en su encanto, así que decidí hacer algo por él, por mí; por los dos.

"Te espero a las veinte en recepción"

Y pulsé la tecla enviar.

Adicción || EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora