Aquí Artemisa. Aún mortal, gracias por preguntar.

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Cuando nuestro dragón declaró la guerra a indiana, supe que no iba a ser un buen día.

Llevábamos seis semanas viajando hacia el oeste, y Festo no había mostrado tanta hostilidad hacia ningún estado. A New Jersey no le hizo caso. Pennsylvania pareció agradarle, a pesar de nuestra batalla con los cíclopes de Pittsburgh. Ohio lo soportó, incluso después de nuestro encuentro con Potina, la diosa Romana de la bebida de los niños, que nos persiguió en forma de gigantesca jarra roja con una cara sonriente estampada.

Sin embargo, por algún motivo, Festo decidió que no le gustaba Indiana. Se posó en la cúpula del capitolio de Indiana, batió sus alas metálicas y escupió una llamarada de fuego que incineró la bandera del estado colgada del asta.

—¡Para el carro, amigo!—Leo Valdez tiró de las riendas del dragón—. Ya hemos hablado de esto. ¡Prohibido chamuscar monumentos públicos!

Montada detrás de él en el espinazo del dragón, Calipso se agarraba a las escamas de Festo para mantener el equilibrio.

—¿Podemos bajar a tierra, por favor? ¿Esta vez con cuidado?

Para ser una antigua hechicera inmortal que había controlado a los espíritus del aire, Calipso no era muy aficionada a volar.

—Y comer algo.

Dijo detrás de mi Percy Jackson, otro que no era muy aficionado a volar. Tal vez porque mi padre lo amenaza con sacarlo del cielo a base de rayos todo el tiempo.

Y eso nos trae a mi, antes conocida como la diosa Phoebe Artemisa, señora de la caza, la luna, los partos, protectora de niños y mujeres. Ahora soy una mortal de entre 15 y 16 años de nombre Diana Artemisa que tiene que cumplir misiones por todo el país con tal de poder volver al Olimpo después de tomar el lugar que correspondía a mi hermano Apolo en este estupido castigo de mi padre Zeus.

Las garras de Festo buscaban un asidero en la cúpula de cobre verde, demasiado pequeña para un dragón de su tamaño.

Leo miró atrás con la cara manchada de hollín.

—¿Percibes algo, Artemisa?

—¿Por qué siempre me toca percibir cosas? Que antes fuera diosa de la caza...

—Tú eres la que ha estado teniendo visiones— me recordó Calipso—. Dijiste que esa tal Meg estaría aquí.

Me tensé al oír ese nombre, Percy también.

—Eso no quiere decir que pueda localizarla con la mente— dije— Zeus me canceló el acceso al GPS.

—¿GPS?— preguntó Calipso.

—Guía de posicionamiento sobrenatural.

—Increíble— dijo Percy.

—Bueno...—Leo acarició el pescuezo del dragón—. Artemisa, inténtalo ¿quieres? ¿Se parece esta a la ciudad con la que soñaste?

Oteé el horizonte.

Indiana era un estado llano: carreteras que cruzaban llanuras cafés cubiertas de maleza y sombras de nubes invernales que flotaban sobre las extensiones urbanas. A nuestro alrededor se alzaba un pequeño grupo de rascacielos céntricos: columnas de piedra y cristal blanco y negro.

Después de caer en Nueva York, Indianápolis me parecía desierto y monótono, perfecto para un escondite del que no se sospecharía.

No me agradaba la idea de que al triunvirato de antiguos emperadores romanos les interesara este sitio. No tan cerca de mi querida base. Tampoco me imaginaba por qué enviarían allí a Meg para capturarme. Sin embargo, mis visiones habían sido claras. Había visto el contorno de esa ciudad. Había oído a Nerón dar órdenes a Meg: "Ve al oeste. Atrapa a Artemisa antes de que encuentre el siguiente oráculo. Si no puedes traérmela viva, mátala"

Las pruebas de la luna: La profecía oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora