Odio la profecías, yo las odio, tú las odias, todos las odiamos.

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Para la hora de cenar, el salón principal había sido recompuesto casi en su totalidad.

Incluso Festo, por increíble que parezca, había sido reconstruido más o menos. Estaba estacionado en la azotea, disfrutando de un generoso baño de aceite de motor y salsa Tabasco. Leo parecía satisfecho con sus esfuerzos, aunque seguía buscando unas cuantas partes que faltaban. Se había pasado la tarde caminando por la Estación de Paso gritando: "¡Si alguien ve un bazo de bronce así de grande, que me avise, porfi!

Mis cazadoras estaban sentadas en grupos por el salón, como de costumbre, pero habían incorporado a los recién llegados que habíamos liberado de las celdas de Cómodo. Luchando codo con codo, habían forjado lazos de amistad. Algo que ahora entendía mucho mejor que nunca.

Emmie presidía la cabecera de la mesa. Georgina estaba dormida en su regazo, con un montón de libros paRa colorear y plumones delante de ella. Thalia se hallaba sentada al otro lado, haciendo girar su daga por la punta como si fuera una peonza. Josephine y Calipso estaban una al lado de la otra, estudiando los apuntes de Calipso y discutiendo distintas interpretaciones de los versos proféticos.

Yo estaba sentada junto con Meg por un lado y Percy por el otro. Vaya novedad.

El apetito de Percy era aún más voraz de lo normal. Aún así decidí no comentar nada, después de sacar una profecía de su sistema seguramente necesita energía. Aunque parecía que el y Meg estuvieran compitiendo por quien comía más rápido.

Después de un minuto el habló:

—Bueno, yo no recuerdo gran cosa en realidad. ¿Qué pasó? La versión real, no la hiperexagerada de Blackjack.

Les expliqué a todos que había derrumbado la Cueva del Oráculo a petición de Trofonio. A Josephine y Emmie no pareció hacerles gracia, pero tampoco se quejaron. Esperaba que Zeus reaccionara con la misma serenidad cuando se enterara de que había destruido el Oráculo.

Emmie echó un vistazo al salón principal.

—Ahora que lo pienso, no he visto a Agamedes desde antes de la batalla. ¿Alguien lo ha visto?

Nadie dijo haber visto un fantasma naranja sin cabeza.

Emmie acarició el pelo de su hija.

—Me da igual que destruyeras el oráculo, pero me preocupa Georgie. Siempre estuvo conectada a ese sitio. Y Agamedes... ella lo quería mucho.

Miré a la niña dormida.

—No quiero causarle más dolor a Georgina—dije—, pero creo que la destrucción de la cueva era necesaria. Y espero que eso la libere y le permita progresar.

Emmie y Josephine cruzaron una mirada. Pareció que llegarán a un acuerdo silencioso.

—Ésta bien—dijo Josephine—. En cuanto a la profecía...

Calipso leyó el soneto en voz alta. No sonaba más alegre que antes.

Thalia dio vueltas a su cuchillo.

—En la primera estrofa aparece la luna nueva.

—La fecha límite—aventuró Leo—. Siempre hay una maldita fecha límite.

—Pero la siguiente luna nueva es sólo dentro de cinco noches—dije.

Fíate de la diosa de la luna para seguir las fases de la luna.

Nadie se puso a dar saltos de alegría. Nadie gritó: "¡Viva! ¡Otra catástrofe que impedir en sólo cinco días!"

—"Hasta que el Tíber se llene de cuerpos sin término"—repitió Percy—. Supongo que se refiere al Pequeño Tíber, la barrera del Campamento Júpiter.

Las pruebas de la luna: La profecía oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora