Gracias a los dioses que está bien, sino lo mataría yo misma.

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Percy:

La vida era buena, a pesar de sufrir terribles dolores y tener visiones espantosas sobre el futuro estaba bien, en parte porque no recordaba ni los dolores ni las visiones. Era extraño, sabia que había sufrido esas cosas, estaba seguro de ello, pero no recordaba la cosa propiamente dicha, por ejemplo: yo sé que nací, pero no recuerdo haberlo hecho.

Después de un largo baño caliente y ponerme ropa cómoda me sentía cómo nuevo.

Eso si, me sentía culpable por dejar a Artemisa teniendo que arrastrarme por la cueva del oráculo, no sabía cómo había logrado sacarme, pero le debía mucho, y por alguna razón que no entendía Blackjack estaba allí también.

Después de explicarme que sin motivo alguno había sentido la necesidad de ir a la caverna donde nos encontró, y aunque sé que exageró bastante sobre la forma en la que salvó el día, le estoy agradecido. Lastima que no tuviera donas a mano, (el se pone muy pesado sobre pagarle con eso) el volvió al campamento.

Estaba terminando de alistarme para salir de la habitación que compartía con Leo cuando alguien tocó la puerta.

—Adelante—dije.

Artemisa abrió la puerta, se veía diferente pero era sin duda ella.

Su cabello castaño y ojos plateados se veían de un color más vivo, sus facciones eran más parecidas a las que solía llevar como diosa, pero sin ser exactamente iguales, más bien como un punto intermedio. Se veía algo mayor, no mucho, sólo un par de meses. Eso se me hizo raro. No sabía cómo es que había cambiado tanto (amenos que llevara meses inconsciente, cosa que dudaba) pero de haber podido cambiar su aspecto, cualquiera pensaría que se vería más joven, no más mayor.

Era un par de centímetros más alta que antes, además de una clara disminución en el tamaño de sus pechos (Gracias al cielo, la pobre no se había sentido cómoda en su propio cuerpo gracias a que ella estaba acostumbrada a estar en el cuerpo de una niña, esperaba que eso le ayudara a sentirse más a gusto consigo misma)

Finalmente, su piel estaba bastante bronceada, casi quemada. Como si la hubieran puesto a hervir, pero fuera de eso seguía siendo exactamente igual a la Artemisa que conocía.

Y, probablemente ella me patearía si escuchara esto, se veía hermosa. A ver, que yo ya era consciente de su belleza desde antes, solamente nunca le había dado importancia, es solo que ahora que entramos en el tema de su apariencia había que mencionarlo.

Artemisa:

No me pude contener y me abalancé sobre Percy para darle un fuerte abrazo.

Y luego un rodillazo en las bolas.

—¡No vuelvas a asustarme así! Por favor...—sollocé la última parte.

Me abracé a él, no me importaba llorar frente a él, no me había importado desde hacía semanas.

—Estaba muy preocupada por ti—dije—creí... por un segundo creí... creía que te perdería a ti también.

El me abrazó de regreso.

—Lo siento, yo solo... necesitaba ayudarte de alguna forma.

Mierda, "ayudarme" el no hubiera tenido que sobrellevar la profecía si yo no me hubiera tirado al agua en mi revuelto estado mental.

—Percy...—dije—yo, lo siento, hice y dije muchas cosas que no...

—Lo entiendo— me interrumpió Percy—. No eras tú misma, lo comprendo, no te preocupes.

Esa era la cuestión, no era que "no fuera" yo misma, y es que todo lo que dije y pensé en la cueva eran cosas que sí creía de verdad, cosas tan profundamente guardadas que ni yo conocía de mi misma.

Yo sabía que a grandes rasgos Percy era alguien atractivo, pero no sabía que "me" era atractivo... no, no era eso. Solamente eran las hormonas de este cuerpo mortal haciéndome una mala broma. Por naturaleza el ser humano busca al individuo más apto para reproducirse, era algo primitivo. Y aunque sin duda Percy seria el "más apto", yo no era una humana, era una diosa. Solo debía de permanecer con la mente fría y no hacer caso a los nuevos instintos de este cuerpo humano. Sí, era eso... ¿verdad?

—Aún así perdón, lo que dije sobre no morir congelados...

—Tranquila, de verdad, sé que sin importar que sustancias tuvieras en el cerebro jamás dirías algo con connotaciones sexuales, sé que solo estabas pensando en cómo sobrevivir en un entorno hostil.

—Gracias...—dije—, y también gracias por lo que dijiste, sobre no hacerlo por respeto a mí.

—No hay problema, aunque hubiera sido nuestra única opción para sobrevivir, no hubiera hecho nada parecido contigo en ese estado mental, no estabas pensando con claridad. Por dónde lo veas hubiera estado mal.

Sonreí.

—Gracias.

—Y...—dije con duda—, también, para evitar que Trofonio te matara, tuve que absorber la oscuridad de tu cuerpo, como... en un boca a boca a la inversa...

Percy lo pensó por un momento.

—¿Beso de compas para reforzar la amistad?—propuso.

Me reí de su broma.

El sonrió.

—Me salvaste, gracias. El cómo no es importante, gracias otra vez.

Lo abracé por un rato más. Después de estar tan preocupada por el, necesitaba sentir que realmente estaba allí y estaba a salvo.

Sentí como Percy se tensaba un poco.

—Y ahora...—dijo el, con algo de duda—. ¿Que sigue?, ¿hay que ir a algún lugar o...—titubeo un poco—... te irás con las cazadoras?

Lo comprendí al instante. A Percy le preocupaba que me fuera sin más. Y lo entendía, no había que olvidar que en esos momentos el dependía tanto de mi como yo de él. El no me iba a dejar sola si yo no lo quería, pero también había jurado que si llegaba a querer que se fuera el se iría sin más. Yo lo necesitaba mucho de momento, aparte de los viajes y las misiones, el se había convertido en mi soporte, y yo en el de él. Si no lo hubiera ido a buscar por ayuda, el estaría aún deprimido y (según el me dijo) contemplando la posibilidad de ir a visitar a Hades, de la forma mala.

El Tártaro, dos guerras, muertes, maltrato psicológico, abuso infantil, y una relación tóxica. El había pasado por mucho más en diecisiete años que muchos dioses en milenios.

—No podría ir con las cazadoras aunque quisiera—dije—. Sería tensar mucho la cuerda, no quiero represalias de Zeus. Además, quiero seguir viajando contigo, lo disfruto, en verdad.

El sonrió.

—Lo mismo, Artemisa. Lo mismo.

Nos separamos, decidí hacerle una pregunta que le había querido hacer desde hace algunas horas.

—¿Que te parece?—pregunté—, mi nuevo aspecto.

El sonrió.

—Me agrada, te vez bien.

La respuesta me hizo feliz, no sabía el porqué. Noté el rubor en mis mejillas, por suerte Percy estaba mirando a otro lado.

Estábamos apunto de salir de la habitación cuando lo detuve.

—Antes de ir a cenar—dije—¿puedo hacerte una última pregunta?

El alzó una ceja.

—Claro.

—Lo que dijiste en la cueva, de mis ojos. ¿Era verdad? ¿De verdad piensas que son hermosos?

Lo ví ruborizarse levemente.

—Me fascinan, Arty.

Sonreí una vez más.

—Los tuyos también, Perce, los tuyos también.

Las pruebas de la luna: La profecía oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora