Nos escondemos en un restaurante de comida rápida.

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Perdón por tardar tanto, he estado teniendo algunos problemas personales por lo que no había estado durmiendo, aún así les había traído el capítulo diario con normalidad, sin embargo ayer me venció el cansancio y no pude hacer más que dormir, pero después de más de 12 horas de sueño estoy mejor. Disfruten.

Nos agachamos junto a un montón de cajas de leche situadas en la entrada de la cocina, la zona olía a grasa de... cocina, excrementos de paloma y cloro del parque acuático que había cerca. Calipso sacudió la puerta cerrada y acto seguido nos miró.

—alguna idea, ¡rápido!—susurró.

Revisé la puerta, sin embargo forzar cerraduras nunca fue una habilidad con la que contara, en la naturaleza no sueles tener que forzar puertas, y si alguna vez necesitaba abrir una puerta bloqueada, me limitaba a hacerlo por arte de magia, o a patearla para abrirla con mi fuerza divina, con la cual ya no contaba.

—No se me ocurre que...

Calipso me hizo callar.

Las voces de nuestros enemigos se aproximaban. No oía a Litierses, pero otros dos hombres conversaban en un lenguaje gutural que parecía galo antiguo. Dudaba que fueran cuidadores del zoo.

Calipso se sacó frenéticamente un pasador del pelo. Me señaló y luego señaló a la vuelta de la esquina, claramente pidiéndome que vigilara.

Miré por encima de la muralla de cajas de leche y esperé a los germani apretando con fuerza el mango de mi cuchillo. Los oí en la parte delantera del café, sacudiendo las persianas de la ventana de atención al cliente, y luego conversaron por un momento con muchos gruñidos y quejas.

No tenía sentido que separará a su gente en dos grupos a menos que ya supiera de la existencia de intrusos, concretamente, nosotros.

Calipso partió su pasador en dos. Introdujo los trozos metálicos en la cerradura de la puerta y empezó a moverlos, con los ojos cerrados como si estuviera profundamente concentrada.

No tenía ni idea de si funcionaría, pero estábamos desesperados.

"Clic." La puerta giró hacia adentro. Calipso nos hizo señas con la mano para que entráramos. Sacó los fragmentos de pasador de la cerradura, nos siguió a través del umbral y cerró con cuidado la puerta detrás de nosotros. Giró el cerrojo justo antes de que alguien sacudiera la manija por fuera.

Una voz áspera maldijo en galo, los pasos se alejaron.

Por fin me acordé de respirar.

Nos volvimos hacia Calipso.

—¿Como hiciste eso?— preguntó Percy con asombro.

Ella se quedó mirando el pasador roto en su mano.

—Pe... pensé en tejer.

—¿Tejer?— pregunté.

—Todavía sé tejer. Pasé miles de años practicando con el telar. Pensé que a lo mejor, no sé, manipular una ganzúa en una cerradura no se diferenciaba mucho de tejer con un telar.

A mí me parecían cosas muy diferentes, pero los resultados eran indiscutibles.

Escudriñé el interior del bar. Contra la pared del fondo habían: un fregadero, una freidora, una estufa y dos microondas. Debajo de la barra había dos congeladores horizontales.

Inspeccioné el primer congelador. Dentro, envueltas en una niebla fría, habían cajas de comida precocida etiqueta con cuidado, pero en ninguna decía BOCADITOS DE PAPA.

El segundo congelador estaba cerrado.

—Calipso— dije—, ¿puedes abrir esto?

Ella asintió con la cabeza. Abrió la cerradura todavía más rápido que la primera.

Las pruebas de la luna: La profecía oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora