El duelo de espadas más increíble del siglo, es interrumpido por unas plantas.

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Corrimos de escondite en escondite. Divisé al solitario germanus de guardia a unos quince metros al otro lado de la plaza, pero estaba ocupado estudiando el carrusel. Apuntaba cautelosamente su arma de asta a los caballos pintados como si fueran carnívoros.

Llegamos al lado opuesto del cruce sin llamar su atención, pero yo seguía nerviosa. Por lo que sabíamos, Litierses tenía múltiples grupos vigilando el parque. En un poste telefónico situado cerca de la tienda de recuerdos, una cámara de seguridad nos observaba. Si el triunvirato era tan poderoso como Nerón afirmaba, podían controlar sin problemas la vigilancia del zoo de Indianápolis. Tal vez por eso nos buscaban, ya sabían que estábamos aquí.

Consideré disparar a las cámaras, pero probablemente ya era demasiado tarde.

El plan de Calipso consistía en sortear los orangutanes, atajar por la instalación de los reptiles y rodear el perímetro del parque hasta que llegáramos a la estación de tren.

Nos internamos a toda prisa en la sala de exhibición. Nuestros movimientos debieron de haver gracia a un orangután cercano porque emitió un grito profundo.

—¡Cállate!— le susurró Percy.

En la salida del fondo, nos acurrucamos detrás de una cortina de redes de camuflaje. Sujeté los bocaditos contra el pecho y traté de estabilizar mi respiración.

A mi lado, Calipso se puso a tararear entre dientes: un hábito nervioso suyo, mientras que Percy se aferraba a Contracorriente en forma de bolígrafo.

—Creo que las cámaras de seguridad están intervenidas—dije— si tengo razón, no tiene sentido seguir escondiéndonos.

—Intentemos llegar al tren lo antes posible, mientras menos enemigos tengamos que enfrentar mejor por mi— dijo Percy.

Salí de nuestro escondite y me topé de lleno con otro germanus.

Por un momento, los cuatro nos quedamos tan sorprendidos que no dijimos nada ni nos movimos. Luego el bárbaro emitió un ruido sordo con el pecho, probablemente pidiendo refuerzos.

—¡Sujeta esto!— le lancé el paquete de comida para grifos a los brazos.

Él lo atrapó por reflejo. Él miró el paquete con el ceño fruncido mientras yo retrocedía, tomaba el arco de mi hombro, disparaba y le plantaba una flecha en el pie izquierdo.

Él lanzó un aullido y soltó el paquete de bocaditos de papa. Percy le hizo un profundo corte en la pierna derecha para evitar que nos siguiera, tomé el paquete de bocaditos y echamos a correr.

—Bien echo— felicitó Calipso.

—Gracias, lastima que seguramente haya dado la alarma. ¡A la izquierda!

Otro germanus salió disparado de la zona de los reptiles. Lo esquivamos como pudimos y corrimos hacia un letrero que decía MIRADOR.

Empezamos a correr hacia un teleférico que se veía a lo lejos, podríamos haberlo usado para conseguir una posición elevada, sin embargo el acceso a la cabina estaba enrejado y serrado con candado.

Antes de que Calipso pudiera hacer su truco del pasador, los germani nos arrinconaron. El de la zona de los reptiles avanzó apuntándonos al pecho con su arma de asta. El del recinto de los orangutanes apareció gruñendo y cojeando detrás; incluso con ambas piernas dañadas y con la sangre saliéndole a chorros se empeñaba en seguirnos.

Coloqué otra flecha en el arco, pero era imposible que los abatiera a los dos antes de que nos mataran. Había visto a algunos germani recibir seis o siete flechas en el corazón y seguir luchando.

Las pruebas de la luna: La profecía oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora