Tengan cuidado al armar bombas, explotan.

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Tengo muchas capacidades útiles cuando a sobrevivir se refiere. Respirar bajo el agua no es una de ellas.

Me abrí paso a brazadas por el pasadizo, arrastrando a Percy conmigo, con los pulmones ardiendo de ira.

"¡Primero nos matas con abejas proféticas oscuras!", me gritaban los pulmones. "¡Y ahora nos obligas a seguir bajo el agua! ¡Eres una persona horrible!"

Tenía suerte de que Percy no corriera peligro de ahogarse. Eso me permitía concentrarme más en sobrevivir yo sin miedo de que Percy se me muriera de camino.

Además, la corriente me favorecía. El agua me empujaba en la dirección que quería ir, pero al cabo de unos siete u ocho segundos, estaba convencida de que iba a morir. Mi ritmo cardiaco acelerado no hacía más que consumir más rápidamente mi limitado oxigeno. Y tener que cargar con un chico inconsciente tampoco era de ayuda.

Me zumbaban los oídos. Busqué a tientas asideros en las resbaladizas paredes de roca. Debía de estar destrozándome las puntas de los dedos, pero el frío inutilizaba mi sistema nervioso. El único dolor que notaba era el del interior del pecho y la cabeza.

La mente comenzó a jugarme malas pasadas mientras buscaba oxigeno.

"¡Puedes respirar bajo el agua!", decía "Adelante. ¡No te pasará nada!"

Estaba a punto de aspirar el río cuando reparé en un tenue brillo verde encima de mí. ¿Aire? ¿Radiación? ¿Jugo de lima? Cualquiera de esas opciones era mejor que ahogarse en la oscuridad. Ascendí impulsándome con los pies.

Me imaginaba de que cuando saliera a la superficie estaría rodeada de enemigos, de modo que traté de emerger jadeando y agitándome lo mínimo posible. Decidí mantener a Percy debajo del agua para que hiciera menos ruido, el estaría bien.

La cueva no era mucho más grande que la que habíamos dejado atrás. Del techo colgaban unas lámparas eléctricas que proyectaban manchas verdes de luz en el agua. En el lado opuesto de la cueva había un muelle, tres blemias se hallaban agachados junto a un objeto grande que parecían dos tanques de oxígeno pegados con cinta adhesiva, con las rendijas llenas de pegotes de masa y montones de cables.

Si Leo Valdez hubiera echo ese artilugio, podría haber sido cualquier cosa, desde un mayordomo robótico a una mochila cohete. Pero considerando la falta de creatividad de los blemias, llegué a la deprimente conclusión de que estaban armando una bomba.

Los únicos motivos por los que todavía no se habían fijado en nosotros y no nos habían matado eran 1) que estaban discutiendo y 2) que no estaban mirando en dirección a nosotros. La visión periférica de los blemias depende por entero de sus axilas, de modo que acostumbraban a enfocar al frente.

Un blemia iba vestido con unos pantalones verde oscuro y una camisa de vestir verde abierta: un conjunto de guardabosques. El segundo llevaba un uniforme azul de la Policía del estado de Indiana. El tercero... Llevaba un vestido de flores de aspecto muy familiar.

—¡No, señor!—gritó el agente de policía lo más educadamente posible—. Ahí no va el cable rojo, muchas gracias.

—De nada—dijo el guardabosques—. Pero estudié el diagrama. Va ahí, porque el cable azul tiene que ir aquí. Y le pido disculpas por lo que voy a decir, pero es usted un idiota.

—Está disculpado—replicó el agente afablemente—, pero sólo porque usted es idiota.

—Vamos, chicos—dijo la mujer. Su voz era definitivamente la de Nanette, la mujer que nos había dado la bienvenida el día que llegamos a Indianápolis. Parecía imposible que se hubiera regenerado tan pronto en el Tártaro después de morir abatida por la espada de Percy, pero lo atribuí a mi mala suerte habitual—. No discutamos. Podemos llamar a la línea de atención al cliente y...

Las pruebas de la luna: La profecía oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora