Plan para escapar de la caverna parte dos, no sale del todo bien.

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Pobre Nanette.

Me pregunto qué pasó por su mente cuando se dio cuenta de que cinco segundos bajó el agua seguían durando cinco segundos.

Me habría dado lástima si no hubiera planeado matarme.

La cueva tembló. Pedazos de estalactitas húmedas cayeron al lago y golpearon ruidosamente los cascos de las lanchas. Una ráfaga de aire brotó del centro del lago, levantó el muelle y llenó la caverna de olor a blemia asado.

El agente de policía y el guardabosques me miraron frunciendo el ceño.

—Voló por los aires a Nanette. Qué falta de educación.

—¡Un momento!—grité—. Probablemente vuelva nadando. Es un túnel muy largo.

Gracias a eso gané otros tres o cuatro segundos, durante los cuales tampoco se presentó ningún plan de escape ingenioso. Por lo menos esperaba que la explosión de Nanette hubiera destruido la Cueva del Oráculo, pero no podía estar segura.

Percy seguía semiconsciente, murmurando y temblando. Tenía que llevarlo a la Estación de Paso y sentarlo rápido en el Trono de la Memoria, pero dos blemias todavía se interponían en mi camino.

Tenía las manos demasiado entumecidas para poder usar el arco, aún tenía el cuchillo pero tendría que ser muy precisa, más de lo que podía estando medio congelada. Deseé tener otra arma, incluso un pañuelo mágico brasileño para agitarlo delante de mis enemigos. ¡Un arranque de fuerza divina estaría excelente!

Finalmente el guardabosques suspiró.

—Ésta bien, Artemisa. ¿Prefiere que la pisoteemos o que la desmembremos a usted primero? Me parece justo ofrecerle la oportunidad de elegir.

—Es muy educado de su parte—convine. A continuación me quedé con la boca abierta—. ¡Oh dioses! ¡Miren allí!

Soy consciente de que este método de distracción es el truco más viejo del mundo. De hecho, es tan viejo que es anterior a los pergaminos de papiro y fue registrado por primera vez en unas tablillas de arcilla de Mesopotamia. Pero los blemias se lo tragaron.

Eran muy lentos cuando tenían que mirar a donde alguien señalaba. No podían echar un vistazo. No podían girar la cabeza sin girar todo el cuerpo, de modo que se volvieron ciento ochenta grados y andando como un pato.

Yo no tenía pensado ningún segundo truco. Sólo sabía que tenía que salvar a Percy y sacarlo de allí. Entonces un temblor secundario hizo vibrar la caverna y desequilibró a los blemias, y aproveché la ocasión. Lancé al guardabosques al lago de una patada. En ese mismo instante, una parte del techo se desprendió y cayó encima del guardabosques. El blemia desapareció bajo la espuma.

Me preguntaba si la caverna serraría al público próximamente, después de un terremoto y una explosión la integridad del sitio tenía que ser casi nula.

El policía no presenció nada. Se volvió otra vez hacia mí, con una expresión de desconcierto en la cara de su pecho.

—No veo nada... un momento. ¿Adonde fue mi amigo?

—¿Hum?—dije—. ¿Qué amigo?

Se movió nerviosamente.

—Eduardo. El guardabosques.

Fingí confusión.

—¿Un guardabosques? ¿Aquí?

—Sí, estaba aquí hace un momento.

—No lo sé.

La caverna tembló otra vez. Lamentablemente, esta vez ningún pedazo tuvo la amabilidad de aplastar a mi último enemigo.

—Bueno—dijo el policía—, a lo mejor tenía que irse. Disculpe que ahora tenga que matarla yo solo. Son órdenes.

—Oh, sí, pero primero...

El policía no estaba dispuesto a dejarse disuadir. Me agarró el brazo y me estrujó el cúbito y el radio. Grité. Me fallaron las piernas.

—Deja que el chico se vaya—dije gimoteando en medio del dolor—. Mátame a mí y deja que el se vaya.

No eran las últimas palabras que alguna vez pensé decir. Tampoco es que alguna vez pensara en mis últimas palabras. Pero allí me tenían, la diosa con más prejuicios hacia con los hombres, al grado de inclusive odiar a la gran mayoría, rogando para salvar la vida del chico que se había vuelto mi amigo.

Por suerte, al parecer Poseidón había escuchado la oración que le había mandado.

Un caballo relinchó mientras galopaba a toda velocidad por el túnel, reconocí a ese corcel de color totalmente negro mientras se acercaba, tenia dos alas pegadas al cuerpo en los costados.

Blackjack se abalanzó sobre el policía, dándole con los cascos justo entre los ojos. Aproveché la oportunidad para desenvainar mi cuchillo y activar su mecanismo de fuego... ¡maldición! ¿Cómo no se me había ocurrido usarlo antes que nos estábamos congelando? Ah, cierto, tenia la mente revuelta e inutilizada.

Apuñale al blemia justo en el ojo izquierdo con mi cuchillo. El monstruo se volatizó en una nube de polvo.

El pegaso se volvió hacia mi.

—Blackjack, gracias al cielo (o al mar). Necesitamos...

El equino se agachó junto a Percy y lo observó, luego de volvió hacia mi como preguntándome que le había pasado.

—Necesitamos llevarlo a la Estación de Paso. El Trono de la Memoria...—las náuseas hacían que todo se inclinara y diera vueltas. Se me tiñó la vista de verde.

Cuando pude volver a fijar la vista, encontré a Blackjack mirándome fijamente.

—Hay que llevarlo a Indianápolis, si llevamos a Percy a...

Me miré el antebrazo roto. Estaba adquiriendo unos bonitos tonos morados y anaranjados, como una puesta de sol en el mar.

Mi mente empezó a sumirse en un mar de dolor.

—Enseguida vuelvo—murmuré.

Y me desmayé.

Las pruebas de la luna: La profecía oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora