Ella.

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Me puedo enojar con ella temprano por la mañana, y acurrucarme en su ausencia, en su falta, mientras me quito las lagañas de los ojos y los sueños con su boca en varias noches. Puedo sentarme al borde de mi cama y acariciarla como acaricio al suelo, y que pasen las ocho, las nueve, las diez y sus pestañas, y parpadearle mis brazos para que ella me roce con sus sonrisas. A ella puedo versarla verso a beso, y conversarla, charlarla con un desayuno que me da más soledad que hambre. Me la puedo beber carne a carne y saturarla poco a poco, puedo comerme su vapor en el destello de su espalda, y desbesarle las cicatrices hasta que su dolor sea más manso que su piel. Con ella puedes jugar un domingo ajedrez o fumarle metáforas en el cuello. A ella no la puedes olvidar ni esperar sin paciencia; no la puedes ver a los ojos sin besarla y perderte, o perder tu conciencia. Ella está ahí y se pasea como lo que es pero, yo no sé qué es. A ella la puedes suspirar. Sus detalles son insignificantes y su mirada es otro cuento, su aroma es otro idioma y su alma es un libro completo.

Musa, beso y teclas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora