Capítulo 15º.

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Nota de la autora.

Normalmente no suelo recomendar x canción en las lecturas, ya que bueno, cada cual tiene su gusto y se pone lo que quiera mientras lee. Pero os recomiendo esta canción, en estos primeros párrafos, al menos hasta que se cambia de escenario. Es una simple recomendación, no tenéis que hacerlo, pero creo que os ayudara a meteros más en la lectura. 

*****

La luna temía aparecer aquella noche, sólo algunas estrellas se habían atrevido a aparecer aún con la contaminación lumínica que podía tener esa ciudad. Unas estrellas que parecían querer observar el portal de cierta casa en la que había más de una figura, pero que solo una traspasaba el umbral de la puerta.

Ese hombre que era una figura paterna para la niña que estaba arropando entre sus brazos, arrodillado, ya que la gran diferencia de altura, no le permitía hacerlo de otra manera. A su derecha tenía un par de maletas de viaje.  Contenían lo justo y lo suficiente para el viaje que tenía que emprender.

La cabeza de ese padre de familia estaba encima de la niña que colgaba de su cuello, en la que sus ojos estuvieron cerrados unos segundos, lo suficiente para disfrutar del último abrazo, del último contacto, del último aroma de su propia hija, y de un último te quiero totalmente sincero que solo podía darte una hija.

Los zarcos se mostraron, encontrándose frente a él, la puerta que muchas veces cruzó con una sonrisa entre dientes, cansado, pero con sus hombros en alto, deseando ver a la niña que aún tenía entre sus brazos y a la mujer que, ahora, se interponía en aquella puerta. Esa mujer que amó con todo su corazón, pero que lo hizo de la peor la manera posible. Ahora ella  estaba cruzada de brazos, con una mirada impaciente, seguramente esperando a que se fuera en cuanto antes de su vista.

Y detrás de ella, otras dos, a las que también otorgó su confianza, que se ganaron algo de su afecto, manteniendo una amistad bastante cordial. Y que ahora, actuaban como guardaespaldas de la que fue la mujer de su vida. Dio un último suspiro, y separó a su hija de su cuello, con el mayor dolor de su corazón.

Encontrándose con unas orbes oscuras, hundidas, suplicándole que se quedara, que no diera un paso más, que no se marchara de su lado. El hombre de ojos azulados solo pudo sonreír mientras acariciaba la cabeza de la más pequeña, aún de rodillas.

No tienes que estar triste, cariño, ya sabes que papá, tiene que hacer un viaje muy importante para protegerte de todos aquellos que puedan hacerte daño. 

Puedes protegerme desde casa, con mamá, con la tía Eda y la tía Lilith. — Las nombradas parecieron hacer caso omiso, como si sus nombres jamás hubieran salido de los labios de la más pequeña.

Pero cariño, así sabrán donde vives, y eso no puede ocurrir, porque esta casa es donde te tienes que sentir totalmente segura. ¿Lo entiendes?

La niña pareció entender perfectamente a lo que se refería su padre, pero aún así no evitó que sus mofletes se hincharan mostrando el berrinche en el que estaba, como niña que era. Sus manos estaban aún agarradas a la camisa de su padre formando un ovillo con ella en el interior de sus pequeñas palmas.

Pero....¿volverás?

El corazón de aquel hombre que parecía hecho de piedra se encogió con esas dos simples palabras, fue una leve punzada, como si un alfiler se clavara hasta lo más profundo de él. Aún con esas ganas de cogerse el pecho, para comprobar si aún estaba vivo. Sonrió, sus comisuras se alzaron algo forzadas, intentando simular aquel dolor que lo estaba matando por dentro.

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