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Jericalla

LÓI MOLLY

El dichoso viernes ha llegado, uno de los días más apurados de toda la semana y, aunque me gusta sentir esa adrenalina del último día de la semana, es cansado.

A los minutos de haber llegado a mi local me encuentro preparando unas cuantas entregas que viajarán por la ciudad junto conmigo; porque al final, sí, había decidido que es una buena oportunidad el visitar a mis padres al otro lado del estado.

Debía llamar a mi tía y explicarle mi cambio de decisiones, sin embargo, por ahora dispongo de solo medía hora libre para hacer los postres que más le gustan a mis padres.

Mientras preparo la última porción del pastel de arroz para mi padre, la propuesta de aquella carta rebotó en mi cabeza de forma repentina. Faltaría a esa cita que no es de mi interés, aseguro mientras busco algo como distracción de todo ese tema.

Me propuse husmear las estanterías de galletas, que está en la entrada de mi repostería, para darme cuenta de que están por agotarse y recordando muy bien sus recetas camino de regreso a mi cocina para preparar unas cuantas más.

Escucho la campana de mi local, y un poco sorprendido salgo de mi cocina para toparme con Jon, que suda y jadea constantemente.

— ¿Jon? ¿Todo bien? — Pregunto acercándome a él, quien al sentirme cerca me aparta con una de sus manos — Jon...

— no te acerques Molly.

Auch — llevo mi mano a mi pecho un poco sorprendido por el tono de su voz —, no lo haré si así lo quieres. Pero no te irás sin decirme que te pasa.

— Solo no te acerques a mí, por favor — ignora el último llamado que le doy y camina hasta la entrada de su local.

— ¿quieres comer algo? — propongo luego.

— hoy no, Molly. Estaré en mi local.

No es que no tengamos disputas, es más creo que es lo que más tenemos, sin embargo, con ninguna de las anteriores peleas nos hemos evitado, ninguno.

Es por eso que esta vez me preocupa que él lo haga de una forma tan abrupta. Vuelvo mi vista al mostrador y luego giro al escuchar como alguien toca el ventanal de mi propiedad. Habían llegado los chicos listos para trabajar.

— Buen día, jóvenes, pasen por favor — les saludo justo cuando abro la puerta para ellos, la primera en pasar es la chica de la caja quien hablaba muy animada con el nuevo joven —, el último día de la semana, y nos preparamos para un movido fin de semana. Ya saben qué hacer, pueden retirarse — los veo a todos alejarse, menos a la joven quien me ve un poco apenada —. Dije que ya podían retirarse ¿necesitas algo?

— jefe, ayer lo vi mal, supuse que tenía dolor de cabeza — explica entregando una caja pequeña —, son pastillas, me han ayudado mucho con el estrés. Ya, vamos, tómela — la chica se inclina, cortanto el espacio que hay entre nosotros, solo para alcanzar mi mano y dejar sobre esta la cajita. Bajo mi vista hasta dar con la medicina y asiento, cuando veo al frente ella ya se ha alejado. Bufo y camino hasta mi cocina, no sin antes darle un vistazo a Jon quien parecía entretenido limpiando las estanterías de sus libros —. Jefe, abriremos las puertas — volteo a verla un poco serio y entorno los ojos para caminar a mi cocina.

Me gusta la tranquilidad que irradia mi local por la mañana, es algo muy común que los viernes el tiempo pase lento dentro de mi repostería, no obstante, en las noches cuando hay más clientela es donde mis meseros corren de un lado hacia el otro.

— jefe, los buscan — me avisa la chica por la ventanilla mientras yo termino de decorar uno de los pasteles de muestra, hago un sonido de afirmación haciéndole saber que le he escuchado y sacudiendo mis manos salgo de mi cocina.

Beso de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora