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Daifuku

KALEISHA NADAI

De lo único que soy consciente ahora es que quiero gritar del enojo que recorre cada célula de mi cuerpo. Ha pasado una semana desde que despedí mi cabello y aún no puedo verme al espejo porque sé que con solo acercarme a él, mi cuerpo cederá a la desesperación.

Es normal que en la vida las cosas no siempre vayan rectas. Decía mi padre cuando mi madre comenzaba una pelea en casa. Recuerdo que yo corría hacia mi cuarto, deseando no escucharle y cuando estaba a punto de dormir mi padre entraba solo para hacerme saber aquello y dejar un casto beso en la coronilla de mi cabeza y salir sin provocar ruido. Ahora, te necesito, papi.

Intento huir de la ansiedad que ha crecido estos últimos días, pero se ha hecho muy imposible y más al recordar lo sensible y el poco auto dominio que tengo sobre mis sentimientos. No he salido de mi cuarto, este pálido lugar se ha vuelto mi guarida. Me siento segura dentro, pero sé que muy pronto eso cambiará. No soy consciente de la hora porque desde hace días mi laptop perdió carga y se apagó, tampoco tengo algún otro reloj. Mi teléfono está en el escritorio y tengo poco ánimo como para levantarme y tomarlo.

Estoy despierta, con la vista puesta en los ventanales, que me permiten solo un paisaje de los últimos niveles de unos apartamentos y luego el cielo en su esplendor, un cielo llano y libre de nubosidad, es un buen día.

— Kale, ¿entonces abrirás? — pregunta alguien muy cerca de mi puerta, su grito me pone en alerta al instante.

Me apoyo sobre mis brazos para subir el gorro de mi sudadero y espero — adelante, puedes pasar — no sé quien es, sin embargo, no importa — ¿Annie?

— sí, yo de nuevo. No volviste a bajar a desayunar. Kale, te traje el almuerzo — levanta una bandeja con unos empaques en el. Sonrió desganada y asiento.

— no debes... no deberías hacerlo, Annie, estoy bien solo... no estoy bien — respondo irónica, provocando que una mueca triste se implante en mi compañera. Annie ha venido los últimos días hasta mi habitación para dejarme comida, libros o alguna que otra distracción. También, estoy sabida de que hablo con la directora para darme la semana libre mientras me adaptaba a esta nueva realidad — Annie.

— come. No quiero que mueras por no comer — abultando un labio me siento en la cama, con mis piernas entrelazadas aun tapada por la cobija — ¿te lo doy como un bebe? — pregunta, y aunque sé que no lo haría, niego — lo haré si es necesario — advierte, ganándose una leve risa de mi parte — siéntate, ¿o quieres que te lo lleve a la cama?

Por la forma en la que cuida la comida, puedo llegar a creer que es una sopa o un recado rojo — gracias, Annie — es lo unico que puedo contestar cuando ella se ubica frente a mí, con la bandeja.

Baja sus manos hasta dejar el azafate en mis piernas y corre a tomar asiento en la silla que ocupó Lói, entonces su recuerdo viene a mi mente. Había olvidado, adrede, el hecho de que él se fue sin más aquella noche en donde no pude aguantar las lágrimas, la noche en donde confirmé que ni yo misma podría soportar la ansiedad por un minuto más.

— ¿vas a comer?

Mi mirada vacila entre la comida, que es una ensalada, y la vista del cielo. Con la luz del sol cayendo lentamente tornando el celeste por lindos tonos anaranjados, el suspiro cansado de Annie llega a mí, logrando llamar mi atención — Annie, no me siento cómoda — digo acomodando aun mas la capucha del sudadero, ella solo se dispone a mirar hacia abajo — el mundo se ha caído en pedazos frente a mí.

— ¿estás leyendo los libros de poemas que traje? — pregunta en cambio, y ríe airadamente.

— lo estoy — digo por ultimo abriendo el empaque en donde el color verde resalta entre las demás verduras — tengo... tengo antojos de un pastel — sus ojos se exaltan como si le hubiera dado una idea, sin embargo, niego — no, no llamaré. Que vergüenza que me vea así.

Beso de MedianocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora