8.

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La morocha se despertó al escuchar unos alarmantes chillidos. Se levantó de golpe, sentía que su vida dependía de la rapidez en la que se ponía de pie e iba corriendo en dirección de esos chillidos.

Salió de la habitación, agitada, angustiada y alterada. Le parecía que el pasillo era eterno, por más que caminara, por más que diera miles de pasos más, le parecía infinito ese pasillo y el tiempo le parecía eterno.

Por más que lo intentara sus pies no podían avanzar más por ese pasillo, era como si caminara en círculos, y aquella habitación de la cual sentía una poderosa necesidad de llegar, le parecía tan lejana como si estuviera yendo hacia la Antártida.

Cuando el sonido de los lamentos de aquel pequeño ser, se intensificaron, sintió como su corazón latía a mil por hora, como comenzaba a transpirar, como su respiración se entre cortaba, como las piernas le temblaban. El pasillo comenzaba a expandirse y era como si la estuvieran encerrando, y fue justo cuando empezó a experimentar una explosión de todos sus miedos.

Comenzó a sentir claustrofobia.

Comenzó a sentir escotofobia.

Comenzó a sentir noctifobia.

Comenzó a sentir ansiedad.

Comenzó a sentir pavor.

En resumen, comenzó a sentir todo aquello que le causaba miedo, así como todo aquello que no sabía que le causaba miedo.

Sentía que en cualquier momento se iba a desmayar, no era capaz de coordinar sus cinco sentidos, en algún momento iba a perder la capacidad de uno y le aterraba saber que no estuviera lo suficientemente despierta para poder seguir luchando.

Pareció que pasó una eternidad cuando finalmente logró sentir la firme madera de la puerta que mantenía detrás de esta los constantes y más fuertes chillidos que la habían despertado.

Tomó el pomo y con toda la rapidez que sus dedos se permitían para abrir la puerta, lo giró y finalmente entró a la habitación.

Se quedó estática cuando vio la pequeña cuna rosa en medio de la habitación, sintió como su corazón por un momento dejó de latir, y por primera vez en su vida, de verdad creyó que estaba a punto de morir, si no encontraba una manera de estabilizar los latidos de su corazón, un tanque de oxígeno o alguien que le diera reanimación cardio pulmonar, moriría en los próximos segundos.

De un sólo paso logró colocarse a un lado de la cuna, apenas si asomó un poco su cabeza cuando volvió a escuchar esos chillidos, y en ese mismo instante logró identificar la fuente del sonido.

Era aquel pequeño cuerpo envuelto en una cobija rosa de mariposas. Aquel pequeño ser, con el rostro rojo mientras sus pequeñas piernitas junto a sus pequeñas manitas se movían sin parar, como si buscaran aferrarse a algo, o a alguien.

Sin poder creer lo que veía antes sus ojos, se agachó hasta poder tomar entre sus brazos al pequeño ser que no paraba de llorar.

Y en cuanto estuvo entre sus brazos supo perfectamente bien de quien se trataba. Sintió como las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos, pero lo único que pudo hacer fue aferrarse a su pequeña bebé, no quería, ni podía soltarla, quería sentirla junto a ella, quería hacerse creer ella misma de que lo que estaba pasando era tan real, que el pequeño bebé que tenía entre sus brazos, era su pequeña hija, lo que más amaba en el mundo, Nati.

Dejó las lágrimas salir y justo cuando acercó sus labios a la pequeña frente de la niña para poder darle un pequeño beso, escuchó un fuerte estruendo, y temiendo que lo que que fuera que estuviera ocurriendo, le quitara lo que más amaba en el mundo, aferró más su agarre, no se despegó ni un centímetro de su pequeña hija.

Te amo (Aguslina) (TE #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora