21.

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—Piso cinco, habitación 512.— la morocha asintió y después de darle las gracias a la enfermera tras el mostrador, se dirigió hacia la habitación 512.

Tuvo que tomar el elevador para ir al piso cinco, y una vez que estuvo en dicho piso, al momento en que las puertas del elevador se abrieron, ella tomó aire y sintiendo como cada parte de su cuerpo temblaba, salió del elevador.

Por cada paso que daba, se acercaba un poco más a la habitación 512. Por cada paso que daba, sentía como su corazón se aceleraba de una manera alarmante y como cada extremidad de su cuerpo temblaba sin control alguno. Pero sobre todo, por cada paso que daba, se acercaba un poco más a lo que ella consideraba su más grande error, su más grande miedo; se acercaba a la única persona en el mundo por la que había sentido odio; la única persona a la cual le guardaba tanto rencor que le quemaba el alma; la única persona causante de que nunca pudiera ser feliz por completo. Se trataba de la persona que le había arrebato no una, sino dos veces a las personas que más amaba; primero a Agustín cuando le envenenó la cabeza para lograr que se fuera con él a otro continente, y la otra persona; Naty, su hija, la pequeña bebé que esa cruel persona le robó cuando recién nació, y no sólo eso, sino que mató.

Porque todos podían decir que eso fue un accidente, que no fue un homicidio, porque él nunca le hizo ningún tipo de daño al pequeño ser, sin embargo, por su culpa murió; por su culpa su hija no estaba entre sus brazos y nunca lo estaría, nunca tendría la fortuna de verla crecer; pero sobre todo, por su culpa su hija jamás la conoció, jamás supo que su mamá la amaba, y que la amaría eternamente; por su culpa su hija no sintió su amor, no pudo tener sueños e ilusiones. Por su culpa su hija nunca podrá iluminar el mundo; por su culpa su hija nunca conocerá a su familia, lo que es el amor y lo que es la felicidad.

Y eso es algo que jamás le perdonaría, sin embargo, se acercaba el aniversario luctuoso de su pequeño angelito, así que antes de que llegara ese día, Carolina quería ver una última vez a la cara a la persona responsable de que su hija estuviera hecha cenizas y no entre sus brazos. Quería decirle todo el odio que sentía por él y las ganas que sentía de que se muriera, que hubiera dado lo que fuera porque quien muriera en ese accidente de coche, hubiera sido él y no su pequeña hija. Quería ver a la cara a ese monstruo mientras le interrogaba el porque de sus actos, quería saber si es que acaso ahora se siente feliz porque logró su objetivo: alejarla de lo que más amaba, y hacerla infeliz tanto a ella como a Agustín. Quería saber si aunque sea sentía un poco de remordimiento, y quería saber si de verdad eso fue un accidente o si todo lo planeó.

Lo necesitaba, necesitaba saber todo eso más que respirar.

Lo necesitaba, porque tal vez sólo de esa manera su alma podría descansar un poco y estar tranquila; y de esa manera, finalmente dejar descansar en paz a su hija, porque ella no tenía la culpa de todo el dolor que ella sentía, por el cual la recordaba todos los días, la lloraba todos los días y la invocaba a diario, impendiéndole descansar en paz.

Una vez que estuvo frente a la puerta de la habitación 512, abrió la puerta con cuidado una vez que tomó aire una vez más. Cuando la puerta se abrió por completo, se tomó un momento para entrar, necesitaba reunir suficientes fuerzas para poder entrar, y una vez que se sintió mentalmente tranquila, lo hizo, entró, y detrás de ella cerró la puerta antes de fijarse en el interior de la habitación.

Se trataba de una típica habitación de hospital; blanca, con un par de persianas grises, había mucho espacio, en la pared a lado de la puerta había una pequeña mesa de madera en donde se encontraba un florero vacío. Ni una sola flor, y tenía sentido, ¿Quién podría llevarle flores a alguien que mató a un pequeño bebé?, esas flores se encontraban en el nicho en donde se encontraba la urna con las cenizas de su hija, en donde estaba el alma de su hija.

Te amo (Aguslina) (TE #3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora