1.7 «¿Preparados?»

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―¿Y bien? ¿Podrás, eh, "prestarme" tu casa para la fiesta?

―Sí. Claro ―Jonathan jugaba con una pelota de ligas. Espera... ¿Qué día es la gran celebración mundial?

Ángel rió sarcásticamente desde el otro lado de la línea. No hacía falta para Jonathan que estuviese allí con él para imaginar claramente cómo acompañaba con su risa un girar de ojos y una torcedura de boca.

―El viernes por la tarde, teniendo su punto máximo por la noche y terminando como a medianoche ―contestó Ángel, un poco cortante.

―Oh. Perfecto. Sabes que no hay problema. Mi madre estará fuera el día entero ―Jonathan se levantó de su cama, y se acercó al escritorio con el fin de encontrar alguna menta.

―¡Muchas gracias, Jona!― Ángel maniobraba con las agujetas de sus zapatos deportivos y el teléfono que era sostenido por su cabeza y hombro.

Detestaba usar el altavoz.

―Pareciera que tienes planeado el fin de semana entero ―Jonathan bromeó, mientras movía libremente objetos de papelería.

Ángel inhaló aire, indignado.

―Pues permíteme informar que así es ―Ángel suspiró, terminando de atar sus agujetas.

―Bien, mente maestra, ¿cuáles son sus planes?

Maldición. Ni un caramelo.

―¿Por qué no me gastas una visita y te doy detalles? No quiero ser grosero, pero el recibo telefónico no se paga solo.

Jonathan sonrió.

Siempre tan educado.

―Voy en camino.

―Estás demente ―Jonathan dijo con sorpresa―. ¿En serio hiciste un cronograma?

Ángel caminó orgulloso hasta su buró, y hurgó entre sus cajones.

―Pensé que te lo imaginarías ―habló como si fuera lo más obvio del mundo. Sacó una pequeña bolsa azul amarrada con un pedazo de hilo grueso.

Jonathan negó con la cabeza.

―Me imaginé que cuando haces una fiesta, sólo dejas que fluya. O eso tenía creído ―hablaba mientras leía el programa de eventos, tomando la hoja con incredulidad.

Ángel bufó un poco molesto.

―No es como si realmente planeara cada segundo ―dinero salió de la pequeña bolsa que sostenía.

―Poco te faltó ―bromeó Jonathan.

Silencio fue lo único que recibió a cambio. Vio cómo su amigo llevaba a cabo una contabilidad minuciosa de lo que tenía.

―Oh. Eso parece ser mucho ―dijo mientras Ángel movía sus manos.

―Apenas y lo suficiente ―la mirada de Ángel se suavizo―. Menos mal que contamos con la cantidad justa.

―He de pensar que ya has estado viendo precios ―supuso Jonathan, revisando de nuevo el programa.

Ángel tarareó su respuesta.

―Constantemente. Porque cambian cada cierto tiempo.

―¿Cómo lo hiciste? ―el asombro del chico con cabello negro se hacía notable.

Ángel rió ligeramente.

―¿Por qué? Hablas como si hiciera maravillas ―se levantó, dirigiéndose a su closet.

En tus BrazosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora