1.1 «Primeros encuentros»

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El día que el semestre comenzó, Ángel ya estaba llegando tarde.

O bueno, eso pensaba, pues su autobús no había pasado, y tuvo que correr para tomar otro. A medio camino, la antigüedad en la que viajaba se detuvo sin razón aparente. Tenía prisa, y todos los semáforos se tornaban rojo justo cuando su transporte iba a pasar.

Pero contra todo pronóstico, logró llegar cinco minutos antes de la hora.

Quedándose en el umbral de la puerta de su aula, no pudo divisar a alguien conocido. Qué mal, creía que su amiga también estaría en ese curso con él. Resignado, decidió caminar para ir a sentarse en el lugar que fuera de su agrado.

No pudo dar más de dos pasos cuando alguien entró corriendo y tropezó con él. Mejor dicho, chocó con él, haciéndolo casi caer. La persona, que resultó ser una chica, estaba agitada y entre inhalaciones se disculpaba, recogiendo el cabello que traviesamente se atravesaba en su visión.

Ángel volteó y se sorprendió al saber de quién se trataba.

―Pero miren a quién tenemos aquí... ¿Eres tú, Marie?

―No, idiota. Soy su gemela ―dijo después de un gran suspiro y terminando de arreglar su camisa―. Hablando de ella, ¿no la has visto por aquí? ―miró atrás de Ángel como si realmente estuviera buscando a alguien, aún agitada.

―No. Supongo que llegará tarde como es usual en ella.

Ambos se miraron por unos segundos antes de empezar a reír juntos mientras se abrazaban, llenos de júbilo. No se habían visto desde terminada su educación secundaria, y de eso hacía ya más de tres meses. Además, vivían en extremos opuestos de la ciudad. Verse las caras era casi un trabajo imposible, incluso para el destino, pues no pudo juntarles ni unos segundos en todo ese tiempo.

―Aunque, sinceramente, sí llegas un poco tarde ―admitió Ángel sin deshacer el abrazo.

―Lo sé. Fue el transporte público que se tardó una eternidad en avanzar. Pero eso no es todo, ¡no! El tráfico, debiste verlo. Era casi interminable ―con cada palabra, Mariana hacía ademanes para completar la idea. Y sus cambios de voz siempre variaban.

―Eso te ganas por levantarte tarde ―decía Ángel mientras caminaba hacia un lugar que llamó su atención desde que llegó al aula. Hasta el final, en la esquina derecha, junto a una gran ventana. El lugar perfecto para un personaje de una comedia romántica.

Mientras ambos conversaban de lo muy poco que pasó durante sus vacaciones, aún más alumnos llegaban. 29, lograron contar, incluyéndose.

Pasaron quince minutos y aún no se presentaba el docente. No era para sorprenderse, ya que la escuela no tenía muy buena fama por los alrededores; algunos culpaban a los maestros de corruptos, otros a los alumnos de irresponsables, y otros más al directivo por falta de autoridad.

Finalmente, después de casi media hora de espera, una mujer que aparentaba tener treinta años aproximadamente, con nariz puntiaguda, ojos pequeños, cabello negro y con un corte algo anticuado entró. Vestía completamente de negro, como si lamentara todos esos minutos que morían al dar clases en esa institución.

Edna era su nombre. Aparentaba ser extremadamente dura. Ángel empezaba a tensarse ante la idea de que fallara esa asignatura: matemáticas I.

―Tranquilo ―dijo Mariana ante esto―. Mi hermano ha dicho que ésta, junto con otras dos, Verónica y Patricia, son de las más corruptas. Y curiosamente, ellas tres nos impartirán clases en este primer año.

―Perfecto ―contestó irónicamente Ángel―. ¿Y cuánto dinero solicitan para asignarte una calificación decente?

―Adrián comentó que piden 250 por una calificación de ocho.

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