1.10 «¿Y Daniel?»

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El día martes no era mucho del agrado de Mariana. Realmente detestaba los martes. No pregunten porqué, pues siempre responderá con solamente silencio. Desde que la conoce, Ángel juraría que eso no ha cambiado. Y que es algo que seguro desarrolló desde muy pequeña. En secundaria, los celebraba llegando tarde, excusándose con una historia tan bien elaborada acerca de un tren y un perro que siempre le creían.

Variaba también. Había ocasiones donde se trataba de un auto y un gato; o bien de una motocicleta y un conejo.

"Sólo ella podría hacerles creer algo tan absurdo como esas historias ridículas."

Los martes no hacía tampoco nada con las tareas asignadas, ocupándose sólo de quejarse y recostarse en su banca cuanto pudiera.

Y justo ahora, lo único que hacía era culpar a los docentes de idiotas ineptos debido a que su tarea no fue tan bien valorada como ella quería.

―La acabaste durante la revisión de asistencia, Mariana ―Ángel le decía mientras se apresuraba a terminar la actividad que el maestro de Química dejó―. No quieras recibir una estrellita en la frente.

Mariana gruñó, y volteó a la ventana, perdiéndose entre los árboles de afuera y los automóviles que pasaban por la calle. Turnando su atención entre las aves y los demás estudiantes cada cierto tiempo.

―Tienes suerte de que Méndez no sea tan duro como los otros.

Méndez era su catedrático de la materia. De edad un poco mayor que Edna, ya poseía canas sobre sus orejas, y una calva en la parte superior de la cabeza. Un bigote ―ardilla, diría Mariana― decoraba su labio, y unos lentes descansaban en su nariz. Usualmente se le veía caminando con un andar tranquilo y lento, más que nada. Sin embargo, siempre llegaba a tiempo a sus clases. Nadie sabía cómo lo hacía.

Ángel terminó sus ejercicios y le alcanzó la hoja de carpeta a su amiga.

―Toma. Apresúrate. Y que no te vean.

Mariana sólo gruñó una vez más mientras abría su libreta y tomaba un lápiz de su estuche.

Mientras, Jonathan entraba al salón después de haber ido al sanitario.

―Con permiso ―dijo antes de pasar y cerrar la puerta detrás de él. Caminó frente a toda la clase y llegó a su asiento, justo delante de Mariana―. ¿De qué me perdí? ―Jonathan volvía a poner atención a su libreta, viendo a Ana con curiosidad. Jamás se cansaba de verla con esta actitud desobligada.

―De nada realmente ―Ángel miraba al frente para asegurarse de que Méndez no atrapase a su amiga copiando de él―. Mariana sigue hablando como cabernícola con hambre.

Como respuesta, obtuvo una libreta volando directamente a su cabeza. El cual recibió con un sonido característico de las hojas de papel chocando entre sí.

Ángel se quejó en voz baja para no llamar la atención del maestro.

―¿Qué pasa contigo? ―dijo, un poco exasperado.

―Nada ―la chica dijo sonriendo tiernamente, victoriosa por haber golpeado a su mejor amigo―. Ahora, ¿podrías alcanzarme tu libreta? Aún no termino.

―No. Tómala tú. Yo no la arrojé para que terminara en el piso ―contestó Ángel.

Jonathan los volvía a ver discutir por un momento. Si bien los conoce, aseguraría que terminarían hablando de todo, menos la libreta que parecieron haber olvidado. Se estiró un poco y tomó el objeto para ponerlo sobre la paleta de Mariana.

―Aquí está. Ya pueden parar ―se levantó para que Méndez le firmara lo del día.

Ambos le vieron caminar hasta la mesa del profesor y se miraron entre sí por un segundo.

En tus BrazosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora