1.4 «Dos invitaciones»

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Otra cosa que ambos adoraban del local eran sus combos. El especial de la casa era una hamburguesa con queso, papas fritas y una malteada de fresa. Pero, Dios, estas porciones eran enormes, y por un precio relativamente pequeño.

Aún con esto, Ángel casi se sentía culpable por tener que dejarle la cuenta completa a Jonathan. Pero no contaba con mucho dinero en su cartera. Siempre llevaba lo exacto, ni un poco más, ni un poco menos. Era un hábito que se había hecho ya. Y aunque sabía que se podrían presentar ocasiones donde el dinero llegara a ser insuficiente, no llevaba más de lo necesario. Y hasta ahora había funcionado para él.

Pero mientras más bocados tomaba de su hamburguesa, menos culpable se sentía. Y su estómago también se lo agradecía.

―Qué deliciosas están ―dijo después de tragar―. Y con hambre, más.

Jonathan reía. Se sentía bien al saber que Ángel también. Después de todo, es el primero que lo acompaña a sus entrenamientos. Apreciaba mucho ello. No todos desean ver a un montón de tipos corriendo en círculos enormes durante una tarde de sábado. Podría resultar aburrido y monótono. Aún así, Ángel no pareció estar incómodo allí.

Era divertido ver a Ángel comer, siempre. A simple vista, sus modales en la mesa eran moderadamente altos. Y hacía esta cosa con la cuchara y la pasta que hacía que no resbalara del tenedor. La primera vez que lo vio hacer eso, Jonathan quiso aprender a hacerlo. Ángel era el único chico que conocía que lleva pasta a la escuela como desayuno, y éste amablemente se ofreció a enseñarle.

Aún no lograba manejar la técnica a la perfección.

Pero cuando se trataba de comida rápida, perdía todo sesgue de buenos modales. No temía a ensuciarse la boca, chuparse los dedos, o dejar caer un pedazo de carne fuera de su hamburguesa. Aunque, cuando terminaba un bocado, su compostura volvía, y pulcramente se limpiaba los extremos de su boca.

Era divertido verlo cambiar de un estado frenético al chico que ha sido moldeado para satisfacer las demandas conductuales de la sociedad en la que ha crecido.

―¿No piensas comer? ―Jonathan se sorprendió de escuchar la voz de Ángel. Él mismo se dio cuenta de que lo estaba observando―. No has comido ni la mitad de tu hamburguesa ―y con esto, tomó otra papa frita y se la comió.

―Y veo que tú ya la terminaste ―respondió, para eludir el tema.

Ángel miró su plato vacío y se sonrojó. Sólo migas quedaban. Trago lentamente.

―Oh no ―Jonathan reaccionó y comprendió el pequeño error cometido―. Discúlpame, no era mi intención. Yo no quería que-

Su amigo rió ligeramente, queriendo aparentar que no le afectó en nada el comentario de Jonathan. Pues era cierto, aquella oración no le había molestado tanto, sino el hecho de que había, prácticamente, devorado la hamburguesa de tamaño colosal que le fue servida. Y ni siquiera esperó a Jonathan para seguir comiéndola. Se dejó llevar.

―No te preocupes ―dijo, sonriendo―. No dijiste nada malo. Discúlpame a mí, por comer sin esperar por ti.

Jonathan se quedó perplejo ande aquellas palabras. No podía creer que, a pesar de su comentario idiota, Ángel aún lo pusiera a él antes que a sí mismo, disculpándose por algo que no ameritaba realmente esa acción.

Sólo asintió y comenzó a comer su hamburguesa.

Un largo momento lleno de silencio llegó, y si son sinceros, fue un poco incómodo, pues Ángel, sin alimentos que ingerir, sólo podía ver a Jonathan comer y voltear hacia la ventana mientras tomaba de su malteada. Jonathan, por su parte, se sentía un poco nervioso de que Ángel lo viera comer.

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